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La Cárcel Vieja de Murcia: cuando no interesa contar la Historia

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Desde que alrededor del año 3500 a.c. aparecieron las primeras formas de escritura en Sumeria, la Historia ha sido narrada por y para las clases dominantes. Tanto como instrumento de poder y legitimación, como reflejo de sus anhelos, fobias, e intereses, la Historia oficial, aquella que pasaba a la posteridad tallada en piedra, grabada en papiro, o rasgada en piel, tendía a resaltar, no solo la importancia e inevitabilidad del orden social imperante, sino también el protagonismo indiscutible de sus miembros más egregios.  

Esta concepción de la Historia empezó a ponerse en tela de juicio a partir del Siglo XIX. La importancia de la cultura, la economía y las formas de organización social, empezaron a ser tratadas por distintas escuelas historiográficas. Pero es en el Siglo XX cuando asistimos a una verdadera revolución metodológica, tanto con la Escuela de Annales y su concepto de la 'Historia Total', para el cual todo testimonio de actividad humana es digno de ser estudiado por la Historia, como la Escuela Marxista Británica, y su insistencia en la 'Historia desde abajo', la Historia de las mujeres, etc.

A pesar de todos estos avances, la forma en la que las administraciones públicas, tanto las educativas como los ayuntamientos, enseñan la Historia, sigue adoleciendo, en muchos casos, de esa perspectiva arcaica que pone en primer plano a los grandes gobernantes y militares, mientras que se despreocupa de las clases populares y los grupos subalternos.

Un buen ejemplo de esto lo tenemos en el Ayuntamiento de Murcia, liderado por José Ballesta, y su enfoque respecto a la necesaria rehabilitación de la Cárcel Vieja. Esta antigua prisión, ahora abandonada, fue en su momento la principal institución penitenciaria de la Región de Murcia. Por sus celdas pasaron infinidad de delincuentes comunes, pero también presos políticos, aquellos a los que el régimen franquista decidió castigar con la represión, el trabajo forzado, y la falta de libertad, por haber apoyado al gobierno republicano.

Según las recientes declaraciones del alcalde del PP, las obras que actualmente se están realizando en la Cárcel Vieja, incluyendo el derribo de sus muros, responden a un proyecto de creación de un centro cultural en el que habrá una sala de exposiciones e, incluso, un espacio dedicado a la preservación de la memoria. Sin embargo, distintos indicios apuntan a que las obras tienen más de la habitual especulación urbanística que con tanto ahínco le gusta practicar al PP, que de rehabilitación del patrimonio histórico murciano.

No es solo que el actual proyecto de reforma de la Cárcel Vieja no cuente con el apoyo de los grupos municipales de la oposición, sino que, además, surgen dudas razonables sobre si lo que se pretende es rehabilitar el edificio, manteniendo su estado original, o que funcione más como una suerte de gastro-bar para quien se lo pueda permitir en función de su poder adquisitivo. El hecho de que las obras hayan comenzado con la demolición de los muros, habiendo sido expedientado el ayuntamiento por presunto expolio, tampoco genera mucha confianza en la voluntad conservacionista de la administración municipal.

Tal y como relata el historiador Ricardo Montes en su último libro, “Destrucción del patrimonio arquitectónico de la ciudad de Murcia. 1712-2012, si las administraciones murcianas no se hubieran dedicado a destruir persistentemente el patrimonio arquitectónico de la ciudad durante los últimos 300 años, ahora mismo Murcia podría tener un casco histórico como el de Sevilla o Zaragoza, lleno de edificios históricos y monumentales, testimonios de todas las etapas y culturas que han pasado por la ciudad.

Siguiendo al referido historiador, las razones que han llevado a demoler o maltratar el patrimonio arquitectónico murciano han sido, o bien ideológicas, o bien de remodelación urbanística. No hay duda de que la acción del alcalde Ballesta se inscribe más bien en las del segundo tipo, ya que su opaco proyecto de “puesta en valor” de la cárcel vieja está muy conectado, como el mismo reconoce, con las obras en marcha realizadas en la Plaza Circular, enésimo proyecto de gasto inútil con el que pretende continuar la labor de convertir Murcia en un gigantesco casino-restaurante.

Los alcaldes, con sus intervenciones urbanísticas, suelen plasmar su proyecto de ciudad, y sobre todo tratar de dejar un legado perenne. Si la administración de Cámara fue un fiel reflejo de la burbuja inmobiliaria y la ética consumista de principios de los 2000, con sus centros comerciales desmesurados y sus no menos desmesurados escándalos de corrupción, las intervenciones de Ballesta apuntan a la creación de una ciudad centrada en sus clases más pudientes, donde todas las inversiones se las lleva el centro y las pedanías permanecen olvidadas e infrafinanciadas.

Sin embargo, a pesar de que las motivaciones principales de Ballesta en este asunto sean ante todo económicas, es imposible esconder que tienen un claro trasfondo ideológico. La cárcel vieja y, sobre todo, aquello que representa, es un vestigio incómodo para el PP. Un recuerdo pétreo de las miles de personas que lucharon y fueron represaliadas por un régimen criminal no tan lejano, y con el que el partido de Ballesta tiene tantos vínculos sociológicos. Sería impensable que se le diera el mismo trato a una iglesia o monasterio en estado de abandono.

De ahí el desinterés e, incluso, las prisas por 'remodelar' el edificio. La historia que representa es una historia que a Ballesta no le interesa que se recuerde. Una historia de hambre, represión, y violencia. Pero también una historia alejada del protagonismo de los grandes gobernantes, las grandes batallas, y los grandes tratados diplomáticos. La historia de la gente corriente, esa que a Ballesta tanto le sobra en su modelo de ciudad.

Desde que alrededor del año 3500 a.c. aparecieron las primeras formas de escritura en Sumeria, la Historia ha sido narrada por y para las clases dominantes. Tanto como instrumento de poder y legitimación, como reflejo de sus anhelos, fobias, e intereses, la Historia oficial, aquella que pasaba a la posteridad tallada en piedra, grabada en papiro, o rasgada en piel, tendía a resaltar, no solo la importancia e inevitabilidad del orden social imperante, sino también el protagonismo indiscutible de sus miembros más egregios.  

Esta concepción de la Historia empezó a ponerse en tela de juicio a partir del Siglo XIX. La importancia de la cultura, la economía y las formas de organización social, empezaron a ser tratadas por distintas escuelas historiográficas. Pero es en el Siglo XX cuando asistimos a una verdadera revolución metodológica, tanto con la Escuela de Annales y su concepto de la 'Historia Total', para el cual todo testimonio de actividad humana es digno de ser estudiado por la Historia, como la Escuela Marxista Británica, y su insistencia en la 'Historia desde abajo', la Historia de las mujeres, etc.