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Carta de un cura a Francisco Franco

Puede resultar extraño escribir una carta a una persona ya fallecida, pero lo hago haciendo referencia a lo que representó y lo que representa. Además puedo definir a Franco como una persona llena de crueldad, que traicionó lo que prometió defender y estableció un régimen de terror que quien lo sufrió en sus carnes aún siente gritos de dolor, pánico y muerte.

Alguien puede decir que cómo digo estas cosas si él defendió el catolicismo y lo que hay que responder es que él no defendió el catolicismo, sino los poderes económicos, los poderes de los terratenientes y unos clérigos vendidos para legitimarlos en vez de estar al lado de la gente que sufría, padecía pobreza, analfabetismo, abusos, explotación y opresión. La Iglesia tendría que haber estado del lado de la gente, de los últimos y no de lado de ningún poder ni de ningún partido.

Alguien me puede decir que el bando republicano persiguió y ejerció la violencia cruel contra muchos religiosos y religiosas y tenemos que decir que hay que condenar cualquier tipo de violencia, venga de donde venga, sea quien sea el  asesinado no podemos legitimar ninguna violencia porque en cierto sentido estamos legitimando la violencia del otro. Además, desde la fe hay que decir que no podemos responder a la violencia desde el rencor, el odio y la venganza, sino desde el perdón, reconciliación y la no violencia. ¿Difícil, verdad?

Diste un golpe de Estado que te salió mal, y tenías a muchos mandos militares afines que te aconsejaron no hacerlo porque pensaron que sería un fracaso, pero los poderes económicos, sociales y religiosos te convencieron y, en efecto, fue un golpe de Estado que fracasó y dio lugar a una guerra civil terrible. Se despertó lo peor del ser humano en muchos lugares de nuestra geografía: en pueblos, ciudades. Tal vez sabías que tendrías el apoyo incondicional de la Alemania de Hitler, un factor decisivo para ganar la guerra. Pero, también se dieron gestos de gente de ideologías diferentes que salvaron vidas de sus amigos y familiares que pensaban de otra manera y pertenecía al otro bando. Lo que cuentan nos horroriza, independientemente de la bandera, la trinchera o la zona en la que se encontraban.

Los problemas se resuelven con el diálogo, aunque sea hasta las extenuación y respetando los resultados electorales, buscando el bien común y la prosperidad de todos y todas, partiendo de la gente más desfavorecida y empobrecida. Los gobiernos ejercen su labor en función de sus proyectos políticos, pero los poderosos no aceptan las medidas que favorecen a la clase trabajadora, a los empobrecidos, a las poblaciones rurales, a la universalidad de la educación, de la enseñanza. Los poderosos quieren todo el poder y las riquezas y sólo aceptarían dejar alguna migajas. Lo estamos viendo en la actualidad.

Fuiste aliado de Hitler, defendiendo su política de exterminio de judíos, comunistas, gitanos, discapacitados y todos aquellos que se consideraban un estorbo. Fuiste de la mano en el terror y en la crueldad ilimitada. ¿No querrás pasar a la historia como un salvador y un liberador? Fuiste un asesino, como lo fue Hitler, Mussolini, Stalin y tantos otros. ¡Pobre humanidad! Hasta los alemanes ensayaron bombardeos a poblaciones civiles en ciudades españolas.

Ganaste la guerra militarmente, pero se perdió la paz y no hay que olvidar que todos perdemos con la guerra, con la violencia nadie gana. Con tu triunfo militar se desató tu política de exterminio y aniquilamiento de todo lo que no fuera el nacionalcatolicismo. Miles de personas asesinadas, torturadas hasta la muerte lenta, violaciones, vejaciones, secuestros de bebés, corrupción, en definitiva, un estado donde cualquiera del régimen podía matar y torturar, todo estaba permitido. Y, una Iglesia jerárquica que fue cómplice y alentó todo esto y te nombró “Caudillo, por la Gracia de Dios”, una gran mentira y una profanación del Evangelio de Jesús de Nazaret. Fuiste caudillo por el poder de las armas, por el apoyo de Hitler, del poder del dinero y del poder religioso. También mataste a gente que no era republicana, esa gente que era amiga de los republicanos; también encerraste a algunos curas que pedía que acabara esa barbarie, esas atrocidades. Miles de españoles y españolas huyeron con sus hijos e hijas porque sabían el futuro que les esperaban. Se convirtieron en refugiados. Esta historia nos suena tristemente.

Hay grupos que te aclaman y te aplauden y cuando hacen eso están defendiendo que haya una dictadura y caiga la democracia, que se pueda torturar, que se pueda detener a alguien y sacarle los dientes con unas alicates o levantarles las uñas, que una mujer pueda ser violada con toda impunidad, que la clase trabajadora se convierta en una clase oprimida y explotada por “el amo”, que la gente pobre y humilde deje de estudiar, que se pueda colgar a un homosexual de sus partes con toda impunidad, que vuelvan las criadas y el señorito las pueda violar, dejarlas embarazada, después llamarlas puta y tirarlas a la calle. Me da vergüenza cuando he visto al prior del Valle de los caídos, Santiago Cantera, y al sacerdote Antonio Tejero encumbrarte. ¡Qué vergüenza!

Claro que necesitamos memoria, reparación y justicia para que los dictadores no tengan la última palabra, para que tú no tengas la última palabra. Descansa en paz, ¿te extrañas después de lo dicho? Porque no se trata de rencor, ni nada parecido; se trata de que la gente pueda recuperar sus vidas, las vidas de sus familiares, esas vidas que tú arrebataste.

Puede resultar extraño escribir una carta a una persona ya fallecida, pero lo hago haciendo referencia a lo que representó y lo que representa. Además puedo definir a Franco como una persona llena de crueldad, que traicionó lo que prometió defender y estableció un régimen de terror que quien lo sufrió en sus carnes aún siente gritos de dolor, pánico y muerte.

Alguien puede decir que cómo digo estas cosas si él defendió el catolicismo y lo que hay que responder es que él no defendió el catolicismo, sino los poderes económicos, los poderes de los terratenientes y unos clérigos vendidos para legitimarlos en vez de estar al lado de la gente que sufría, padecía pobreza, analfabetismo, abusos, explotación y opresión. La Iglesia tendría que haber estado del lado de la gente, de los últimos y no de lado de ningún poder ni de ningún partido.