Es conocida la exigencia de Vox como condición imprescindible para aprobar los presupuestos de la Región de cerrar el Centro de Menores de Santa Cruz sin dar ninguna razón en concreto. La motivación procede de ese odio deshumanizador que nace de lo irracional; no encuentro otra explicación. Cuesta trabajo creer que haya personas y grupos políticos que estén demandando el cierre de este centro como si esos menores fueran una especie de monstruos vinculados al mal. De hecho, los criminalizan, cuando los monstruos son esos adultos que piden su cierre.
Se han producido varias concentraciones en la puerta de este centro para que lo cierren. Por cierto, es una concentración en las puertas de un centro donde hay menores y no entiendo por qué la fiscalía de menores no ha actuado de oficio para salir en defensa de estos niños contra esos adultos que les insultan y vejan. Debería haber intervenido y tomado la decisión de establecer una orden de alejamiento como medida de protección porque sabemos cómo comienzan estas cosas, pero no cómo acaban.
Este monstruo quiere que la Consejería de Política Social se convierta en otro monstruo y pierda su rostro humano, hasta el punto de haber planteado la posibilidad de su cierre, alegando que este modelo está caducado, amparándose en Europa y en UNICEF, organismos que nunca han dicho que se tuviera que cerrar, sino todo lo contrario. No hay que olvidar que, aunque se cierre ese centro, ¡Dios no lo quiera!, la tutela la sigue manteniendo la administración pública.
Recientemente, he estado en un encuentro de 'Justicia y Paz' en Tenerife sobre la cuestión de Derechos Humanos e Inmigración, donde hubo una mesa redonda con tres menores no acompañados que nos hicieron la siguiente pregunta: “¿Sabéis cuál es el centro mayor de menores no acompañados?”. Hubo silencio porque no lo sabíamos y la respuesta fue la siguiente: “El mayor centro que existe de nuestros amigos -para nosotros menores no acompañados- está en el fondo del Mediterráneo”. Nos quedamos conmocionados, guardamos silencio y alguna lágrima brotó.
Nos leyeron dos poemas que nos llegan a lo más profundo del corazón y que recojo aquí:
Inmigrante
Somos los hijos del viento,
los que dejan su hogar con el alma rota,
los que abrazan la incertidumbre
como un frío que nunca se va.
Nacimos entre montañas y mares,
pero el hambre nos volvió nómadas.
Aprendimos a caminar sin sombra,
a cargar recuerdos como piedras en la espalda.
Las noches son largas,
donde el idioma es un muro invisible
y el cielo parece un techo de cristal
que nunca podemos tocar.
Nos llaman extraños, nos ven como otros,
pero no saben que dentro de nosotros
late un corazón que añora
las calles que nunca olvidaremos.
Pero el regreso es solo un sueño roto,
y nos recuerda que ya no somos de allá,
pero tampoco somos de aquí.
El otro poema dice así.
El mar de anoche se sentía como navegar sobre el relámpago,
como atravesar un cielo lleno de peces.
La patera nos acunaba mientras
el agua trepaba por nuestras piernas
y devoraba nuestros sueños,
dejándonos los labios secos y el
cuerpo siempre mojado, la piel se nos agrietaba
y nuestras pestañas se convertían en cristales de sal,
solo podíamos esperar y el frío nos retorcía los dedos
y solo podíamos abrigarnos con nuestras esperanzas
y sueños que nuestra cabeza como una bandada
de pequeños pájaros furiosos se movían sin parar.
De momento hay silencio mediático, pero no sabemos si hay un trabajo soterrado para cerrarlo y cometer un acto político y social de crueldad. Deseo de todo corazón que la Consejería de Política social no pierda su rostro humano. Lo dicho, es un juego entre monstruos que encontrará la denuncia y la protesta porque queremos a estos menores, quienes deben formar parte de nuestros cuidados por ley, pero también por humanidad.
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