El otro día, en un bar de Madrid, un tipo pretendió insultar al hispanista Ian Gibson llamándole rojo. El mismo individuo le instó a que se marchara a su país por ser un guiri. Me lo contó el propio historiador este viernes, mientras lo entrevistaba en un hotel de Murcia, recién llegado a la ciudad. Gibson relacionaba el incidente por su posicionamiento sobre la denominada Memoria Histórica, un asunto sobre el que vino a hablar a Los Alcázares, en un acto organizado por el Ayuntamiento del municipio costero, coordinado por la siempre activa y dinámica agitadora sociocultural que es Lola Gracia.
Gibson, de 83 años, lleva en España desde la década de los cincuenta. Intuyo que recaló por nuestro país siguiendo el rastro de Federico García Lorca. Me contó que está un tanto saturado de esa cuestión, bastante recurrente cada vez que alguien se tropieza con él desde hace décadas. Incluso me confesó que nunca elegiría Granada como ciudad para vivir por los recuerdos que le traería a diario cuanto rodeó el asesinato del poeta.
Ian Gibson es irlandés de nacimiento pero tiene la nacionalidad española desde 1984. Insistió en ello al relatarme el episodio antes citado, que reconoce le dejó bastante tocado. “Yo, que vivo aquí tantos años y que pago aquí mis impuestos”, dijo con cierto halo de tristeza. Conserva este hombre la energía y el sentido del humor suficientes para reponerse a la sinrazón de gente a la que considera que aún no se ha democratizado, aunque él suele utilizar una expresión, quizá no tan ortodoxa: desfranquismado o desfranquistado, más o menos.
Ian Gibson apela al derecho que todos tienen de recuperar a sus muertos. Hablamos de las fosas en las cunetas, mientras él apela al sentido cristiano y a hacerlo en beneficio de esa palabra que tanto aparece en los Evangelios: el prójimo. Reconoce que nació en el seno de una familia cristiana dublinesa (protestantes), por lo que no entiende que haya quien no esté de acuerdo con dar un entierro digno a sus seres queridos.
Con el historiador y escritor hablé de otras cosas. Por ejemplo, del libro que escribió sobre los fusilamientos de Paracuellos del Jarama, ocurridos a finales de 1936, un volumen por el que le felicitó el también historiador Ricardo de la Cierva, exministro de UCD y situado en las antípodas ideológicas de Gibson. Por contra, los otros le echaron en cara por qué en lugar de escribir sobre esa masacre de la facción republicana en la Guerra Civil no lo había hecho sobre los desmanes del Ejército franquista en Badajoz, por poner un caso. Como dijo su paisano Joyce, la historia es esa pesadilla de la cual estamos intentando despertarnos.
Hablamos también de José Antonio, el fundador de Falange Española, “un hombre obsesionado por honrar y limpiar la memoria de su padre (Miguel Primo de Rivera)”, sobre el que también escribió en su momento. Le cuestioné qué hubiera pasado en España a partir de 1939 si no hubiera sido fusilado en la cárcel de Alicante. “Esa es una buena pregunta”, me dice. “Yo creo que José Antonio hubiera evolucionado ideológicamente, ya que era un intelectual, culto y políglota, que no mantenía muy buenas relaciones con los militares”. Gibson me relata que en el pasado habló de él con personajes como el escritor Ernesto Giménez Caballero, ideólogo del fascismo español, y el médico Pedro Laín Entralgo, falangista de la primera hora.
Participante habitual en el programa La Clave, de TVE, recordamos a su amigo José Luis Balbín, fallecido esta semana. Gibson me detalló que había asistido como contertulio a cuatro programas, sobre temas polémicos del momento, en plena Transición, y que el problema era decir lo que uno pensaba y salir luego a la calle, expuesto a que te partieran la cara o te pegaran un tiro.
Terminamos abordando la situación política española contemporánea. Me confesó que sigue de cerca la evolución del PP de Feijóo y que está esperanzado de que por fin, en nuestro país, haya una derecha dialogante y moderada. Sin embargo, sobre Vox alberga menos esperanza: “Igual si algún día gobiernan vuelven a llevar a Franco al Valle de los Caídos”, me dice irónicamente, antes de que nos despidamos, este historiador de profesión y ornitólogo de vocación, que sigue luchando contra sus miedos mientras suele escuchar a menudo una de sus canciones preferidas: Esta tarde vi llover, del maestro Armando Manzanero.
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