Dicen los políticos de este país que nuestro principal problema es el modelo territorial de Estado. Al inicio del debate de primarias del PSOE, la moderadora del mismo nos esclafó esa frase: “Y ahora vamos a comenzar el debate por el tema más importante que tiene planteado este país, que es el modelo territorial de Estado”.
Debe de ser verdad, porque ellos saben.
Miramos a nuestro alrededor y vemos el desierto. Sudamos mucho. Enfermamos por trabajar al mediodía, por recibir el sol mañana, tarde y casi noche. Luego llega el invierno y una tormenta nos lleva. También se lleva parte del suelo, huérfano de árboles que lo sujeten a la roca. Tenemos las casas derruidas, muchos niños aprenden a sumar en aulas mojadas. La profesora les dice que escriban un ejercicio, pero es difícil con el abrigo puesto. Luego quieren consultar una cuestión en los ordenadores que les ha puesto el Ministerio, pero no hay conexión. El desierto avanza por el sur de Europa.
Pero quizás no sea un problema tan importante como la independencia de las zonas ricas. No sabemos nosotros. Ellos, los que saben, dicen que sí.
Luego salimos al trabajo, los que tengan trabajo. Aquí no hay fábricas. Solo bares y hoteles. Somos los criados de otros que vienen aquí a pasar unos días. La hostelería tiene ese punto tangente a la adulación, a la servidumbre, ese agachar sutilmente la espalda para que el cliente no interrumpa su descanso. El sector servicios no debería ser el eje de nuestra actividad, pero aquí no hay nada más. Hay sol. Pero nada más.
Podríamos desarrollar la industria de la energía solar (componentes, fabricación de placas y condensadores o resistencias de última generación), pero no tenemos dinero. Podríamos conectar nuestras terrazas al sol, pero nos lo han prohibido.
Pero quizás la desindustrialización del sur de Europa no sea un problema tan tremendo. Al menos, ellos, los que saben, dicen que no. Ellos dicen que tienen planes para el Sur. Dicen que van a convertirlo en un área de disfrute de turistas, y que todos podremos ser criados, camareros y hoteleros. Dicen que no les importa el “turisteo” (destrucción barata –y sin consecuencias para los carniceros que la han provocado–, del medio ambiente del Mediterráneo, de nuestras playas y montañas).
Los gobernantes de este país dicen que eso no es importante, que nuestra hambre no es importante. Ellos creen que lo importante es que seamos un país muy grande, con mucha presencia en foros internacionales. Los empresarios que coronan la cadena trófica del capitalismo español como Florentino Pérez o Villar Mir, necesitan hacer negocios en varios estados del mundo para seguir ganando dinero. Añaden que, dado el tamaño de esos negocios, también necesitan el respaldo de un país grande para que no les pongan multas si no hacen bien las cosas (véase el caso del tren a La Meca, donde tuvo que intervenir el propio rey o el caso del canal de Panamá, donde tuvo que intervenir la entones Ministra de Fomento).
Ellos saben.
Nosotros no.
Nosotros tenemos miedo de nuestra hambre. Nuestros padres nos pasaron una herencia sola: el frío. Lo peor del hambre es el frío. Si tienes algo véndelo, si ya no tienes nada, ve a cogerlo a la casa del vecino, no preguntes lo que hace el de arriba, el jefe, el alcalde, el matón del barrio, disimula. Lo peor del hambre es el frío.
Unos dicen: la frontera será esta. Estará aquí la frontera. Habrá exámenes para cruzarla. Habrá muros, espinos, fosos. Allí construiremos un país. Aquí vendremos a vacacionear. Tráigame un vermut.
Los otros dicen: Esto es un país y mucho país. La frontera estará allá. Al lado de nuestros colegas construiremos un país. A la zona de debajo vendremos a vacacionear. Tráigame un vermut.
Lo peor del hambre es el frío.
Ellos saben.
Nosotros no.
Nosotros saltamos la verja, nadamos el mar, cruzamos los espinos, trapicheamos, escapamos, trabajamos, atravesamos, nos buscamos la vida.
Siglos y siglos atravesando fronteras.
Poned las que gusteis.
*Cristina Morano es escritora, diseñadora gráfica y miembro de la Coordinadora de CambiemosMurcia