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Mi cirujana marroquí

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Hace un par de meses fui operado en el Hospital Santa Lucía de Cartagena de una hernia umbilical. Una intervención menor que fue necesaria porque tenía molestias desde hacía un año. La operación transcurrió con éxito y la primera médica que me vio tras salir del quirófano me dijo que la cirugía había ido muy bien y me dio las instrucciones para el periodo posoperatorio. Una médica jovencísima, con toda la ilusión del mundo, con una mirada brillante, con todo el futuro profesional por delante, con una amabilidad extrema. Esa persona irradiaba felicidad y profesionalidad. Tuve la sensación de haber estado en muy buenas manos.

Cuando me dieron el informe de alta me di cuenta de que no se llamaba Elena o Paula o María del Carmen. Se llamaba Ikram. Y era o marroquí o española de origen marroquí, me dio pudor preguntárselo. Pero me pareció maravilloso que en la sanidad pública española ya haya personas de ese origen que hayan llegado tan alto como para figurar en un equipo quirúrgico español. Sentí como un orgullo de país y me acordé de todas esas personas que odian, sin más, a los inmigrantes, y que no se dan cuenta que hay un futuro en el que ya siempre estarán esas otras personas de piel más oscura que la nuestra pero trabajando todo el rato para nosotros, nos servirán y nos mejorarán la vida.

Sé que me dirán lo de siempre: pues si tanto te gustan los inmigrantes mete uno en tu casa. O nos insultarán diciéndonos progres y buenistas. Pero es que esas no son ni las preguntas ni las respuestas. La cuestión es si Europa, España, nuestra región de Murcia o nuestra comarca de Cartagena pueden vivir sin inmigrantes. Una población envejecida que ha decidido tener menos hijos que nunca, que vive más años que nunca y que ha ascendido socialmente más que nunca simplemente no va a poder prescindir de la inmigración, porque esos trabajos que no podemos o no queremos hacer ni nosotros ni los hijos que tenemos ni los hijos que no tenemos, los tendrá que hacer alguien. Vendrán más, muchos más inmigrantes a Europa, y no tanto porque esas personas necesiten huir de sus países, sino porque nuestro sistema económico y social les necesita. El capitalismo reinante, sin ellos, se hundiría en poco tiempo.

Y tampoco vale eso de seleccionar los inmigrantes y admitir solo a los de categorías superiores. Porque tanta falta hace la cirujana que me operó como las personas que producen nuestra comida o las que hacen funciones aún más bajas. Hacen falta inmigrantes por arriba y por debajo de la escala social. Es fácil darse cuenta a diario, a cada momento. ¿Qué he comido hoy? Una ensalada, un plato de patatas y cordero y una rodaja de sandía. Y estoy absolutamente seguro de que la ensalada fue metida en la bolsa por unas manos de mujer ecuatoriana que igual reside en Pozo Estrecho, que las patatas fueron cultivadas por algún rumano de La Puebla y que el cordero lo pastoreó un marroquí de La Aljorra, y que las sandías las sacó algún subsahariano de piel muy negra que se habrá deslomado arrancándolas de la tierra y metiéndolas en camiones en los campos de Torre Pacheco. Todas esas personas son necesarias para que tengamos comida barata a nuestra disposición, y quien no quiera verlo es que está ciego. Ya no hay blancos en esos trabajos ni los va a haber. Hagámonos a la idea y alegrémonos de que podamos tener comida siempre y las mejores cirujanas del mundo, vengan de donde vengan. Por mi parte, bienvenidas sean. A mí el miedo y el asco me lo dan otros muy muy blancos y muy muy españoles.

Han pasado dos meses desde que salí del quirófano, estoy estupendamente y acabaré este artículo solo con dos palabras: Gracias, Ikram.

Hace un par de meses fui operado en el Hospital Santa Lucía de Cartagena de una hernia umbilical. Una intervención menor que fue necesaria porque tenía molestias desde hacía un año. La operación transcurrió con éxito y la primera médica que me vio tras salir del quirófano me dijo que la cirugía había ido muy bien y me dio las instrucciones para el periodo posoperatorio. Una médica jovencísima, con toda la ilusión del mundo, con una mirada brillante, con todo el futuro profesional por delante, con una amabilidad extrema. Esa persona irradiaba felicidad y profesionalidad. Tuve la sensación de haber estado en muy buenas manos.

Cuando me dieron el informe de alta me di cuenta de que no se llamaba Elena o Paula o María del Carmen. Se llamaba Ikram. Y era o marroquí o española de origen marroquí, me dio pudor preguntárselo. Pero me pareció maravilloso que en la sanidad pública española ya haya personas de ese origen que hayan llegado tan alto como para figurar en un equipo quirúrgico español. Sentí como un orgullo de país y me acordé de todas esas personas que odian, sin más, a los inmigrantes, y que no se dan cuenta que hay un futuro en el que ya siempre estarán esas otras personas de piel más oscura que la nuestra pero trabajando todo el rato para nosotros, nos servirán y nos mejorarán la vida.