1. Murcia la sueca
-Where are you come from? –pregunta él mientras paso la tarjeta por el lector.
Acabo de decirle lo mucho que me gusta su tienda de discos, un lugar pequeño y acogedor, sin olor a palomar, con una cuidada selección de música y libros. En definitiva, un tipo de comercio cada vez más raro en España.
-Where, in Spain? –pregunta con interés.
Cuando le digo que soy murciana, levanta las cejas con admiración y me comenta que tiene una casa en el Pilar de la Horadada. Estamos en Malmö, la segunda ciudad más grande de Suecia.
Un par de días antes, en un italiano de Landskrona donde nos gusta comer rodeadas de conservas de alcachofas, botellas de vino y aceite de Jaén etiquetado en Italia, dos mujeres, madre e hija, se sentaron en la mesa de al lado. El local, a la una y media, acababa de quedarse vacío. Antes de marcharnos, intercambiamos algunas palabras con ellas. Al saber que venimos de España, nos dicen que la adoran y que tienen una casa en Murcia, en Santiago de la Ribera. La jefa de Lady Chorima, así como su familia y amigos jubilados, también son propietarios de apartamentos y casas en la Costa Blanca y en la Costa del Sol. Adoran España, aunque nadie habla ninguna de sus lenguas.
-Si es que el clima y la gastronomía nuestros son muy atractivos –le comento a Lady Chorima-. Fíjate que hasta en el aeropuerto de Alicante, te encuentras con folletos publicitarios de tropecientas inmobiliarias… Metimos el Mediterráneo en el duty free. Y así tenemos la costa de enladrillada. Y del Mar Menor, ya tal. Yo pensaba que Cabo de Palos, San Pedro del Pinatar y cía eran colonias de jubilados británicos, con sus cadenas de supermercados, radios y restaurantes indios…
-No vaya a ser que sucumban sin corned beef o coca-cola cherry! –se ríe Chori.
-Ahora veo que la ocupación es más amplia. En fin –concluyo, tratando de contemporizar-, les trae a cuenta. Así compensan el frío y la falta de sol…
-¡Sí, el mundo está súper compensado! –responde ella-. Fíjate cómo son las cosas que con cuarenta y pico tacos, vivo de alquiler como trabajadora inmigrante en Suecia. ¡Como para tener dos residencias!
-Mi padre y mis tíos también tuvieron que emigrar a tu misma edad. Somos cítricos con destino al norte de Europa, igual que ellos.
Nos habíamos subido al tren en Malmö Triangeln con destino a Elsinor, en la costa danesa. La estación es un edificio naranja, majestuoso. Encontramos la ciudad envuelta en brumas y cubierta aún por la nieve, con sus edificaciones antiguas y sus calles relucientes bajo la niebla. Es mediodía, aunque parecen las siete de la tarde. La niebla impide ver el puerto, pero se escuchan las bocinas de los ferries que salen rumbo a Helsinborg, del otro lado del Ørendsund. En el centro encontramos un bar à vins llamado Valdemar, en el interior sólo vemos a la patrona tras la barra, con aire desocupado.
-La de cosas que nos podría contar –murmura Lady Chorima.
-Puede ser… Te voy a contar ese cuento de Françoise Sagan con el que me reía tanto ayer. Primero, vayamos a buscar un sitio abrigado, que ya no siento las manos.
Acabamos en un restaurante italiano, para variar. En la puerta, un tipo con cara de cortesano intrigante nos exige el pasaporte covidesco.
-El cuento transcurre en una tarde de verano en Niza –empiezo a contarle poco después, al calor de una lasaña (la tercera de la semana) y unas copas de vino-. La protagonista es una ama de casa casada con un albañil: llevan una vida sencilla, hogareña. Ambos son muy tradicionales, él un poco fanfarrón, pero trabajador. Ella es la que recibe y administra su sueldo, con el que van pagando las letras de la casa. Es la hora de la siesta y el barrio está desierto. Antes de irse al banco, la protagonista se pone a buscar al gato, que se ha escapado. Lo encuentra en la ventana de una vecina, una viuda que lleva dos años en el barrio y sobre la que circulan rumores acerca de sus múltiples amoríos. Cuando va a cogerlo, el gato salta al interior, abriendo la cortina. Entonces descubre al marido en la cama de la viuda, abrazado a ella y durmiendo a pierna suelta. La mujer se retira conmocionada. Ellos ni se han dado cuenta. Ahora ya sabe a dónde va cuando le dice que sale a jugar a la petanca. En lugar de irse al banco, la mujer empieza a deambular por las calles, desorientada, sin saber qué hacer con su vida. De repente, se encuentra en el Paseo de los Ingleses, frente a la bahía que reluce como un espejismo. En la puerta del Casino, se fija en una mujer elegante, que le dedica una mirada antes de entrar y desaparecer tras la cortina. La protagonista jamás ha pisado una sala de juego, nunca se le habría ocurrido entrar allí, menos sola, pero la sigue al interior. En el casino, que es un lugar súper lujoso, no llama la atención con su ropa de a diario, porque aún es joven y tiene buen porte. Se acerca a la ruleta donde se ha sentado la desconocida. El croupier les pide que hagan sus apuestas, lo típico. Ella está dispuesta a jugarse los 500 francos que tenía que llevar al banco, sólo por pasar el rato y sacarse el disgusto. Cambia el dinero y lo juega todo al número 8, porque coincide con su aniversario de boda. No se puede sacar de la cabeza la traición del marido. La ruleta empieza a girar y gana el 8. Su dinero se multiplica. Decide apostar de nuevo todo al número 8. Algunos curiosos se acercan a mirar. La desconocida apuesta 200 francos al mismo número.
-Y ahí lo pierden todo –interrumpe Chorima.
-No, espera. Vuelve a ganar.
-Ah ¡qué bueno!
-De repente, es millonaria. Se retira aún más agobiada. El personal del casino se ocupa de ella, la invitan a un coñac para que le pase el susto, le cambian las fichas y le ayudan a acomodar todos los fajos de billetes en el bolso, después la acompañan a la puerta. Y en la calle, la protagonista sigue sin saber dónde ir ni qué hacer con su matrimonio.
-¿Y la otra mujer?
-No se sabe más de ella.
Lady Chorima hace un gesto de decepción.
-De vuelta en el Paseo de los Ingleses –continúo-, sin poder creerse aún todo lo que acaba de pasarle, se sienta en una heladería. El calor es sofocante. Al momento, un tipo que venía siguiéndola desde el Casino se acerca y le ofrece un cigarrillo.
-Ya está, el típico golfo que va a desvalijarla.
-No, no, espera. La tipa le responde con un gesto terminante y lo echa de allí. Es una mujer del sur, con carácter. Mientras baraja las posibilidades que se le ofrecen ahora que es millonaria, se pide un helado, que le sienta mal y termina de descomponerla. Por un lado, piensa en fletar un barco en el puerto y volver a su isla, a la casa de su familia, esa misma tarde. Seguramente es corsa, o sarda. O mallorquina. Se imagina comprándose un vestido de seda rojo, con unos zapatos a juego, para volver así a la casa de la viuda y montarles un pollo, antes de dejar al marido. Otra opción es escapar con el dinero a un destino lejano y que nadie vuelva a verle el pelo… Aunque la tristeza y la nostalgia que sentiría al pensar en su marido no la abandonarían en la vida. Ninguna de las opciones la convence, se siente cada vez más abatida porque se da cuenta de que está enamorada de su esposo y de que era feliz con su vida.
-¡Qué infeliz! ¡Vaya cuento más tonto!
Yo dejo los cubiertos y me concentro en la cara que me va a poner ahora.
-Yo creo que la intención de la autora es tomarnos el pelo. Plantea todos los escenarios posibles para mostrarnos a continuación cómo ella escoge el peor… Al final, la mujer decide regresar al casino, entregarle toda la pasta que ha ganado al personal y regresar a su casa, antes de que se haga más tarde.
-¡Noooooo! –protesta Chori.
-Al volver se encuentra al esposo y al gato esperándola. El marido, sentado a la mesa, la reprende por llegar tarde. Y le da una palmadita en la nalga cuando pasa a su lado.
-¡Pelotudo! –murmura Chori.
-La protagonista se pone el delantal y agarra la sartén para preparar la cena, mientras él la observa enternecido, recordando con un poquito de remordimiento su tarde con la viuda y pensando que su mujer nunca sería quien de engañarlo porque es sencilla y no se le pasa por la cabeza otra cosa que atenderlo a él y a las cosas del hogar. El tipo se siente muy afortunado de estar casado con ella.
-¡Qué mierda de historia! –comenta Chori indignada.
-¡Qué va, si es buenísima!
-¿Cómo se llama el cuento? ¿El órdago truncado?
-No me acuerdo. A ver, ¿qué habrías hecho tú en su lugar?
Chori toma aire y lo suelta mientras medita.
-Yo habría regresado al Casino para invitar a cenar a la desconocida. Acabamos en el hotel Negresco. Al día siguiente me piro en el primer barco, visito a la familia y me compro una casita junto al mar. Y a vivir, que son dos días.
2. Una rusa de Kaliningrado
Pues sí, algo huele a podrido en Dinamarca.
De repente se levantan las brumas y aparece ante nosotras el slott. ¡El castillo de Kronborg! En el puente de acceso a la fortaleza nos recibe un olor hediondo, como de algas muertas. El foso está cuajado, de las gárgolas cuelgan carámbanos afilados como dagas. Es la más imponente de las tantas ciudadelas que flanquean el estrecho entre Suecia y Dinamarca, residencias aristocráticas, antiguos puestos de peaje para controlar el tráfico marítimo y, eventualmente, cárceles. Una de sus torres parece un faro. El príncipe Hamlet nunca estuvo tan cerca.
La nieve recubre como azúcar glasé buena parte de las antiguas embarcaciones del pequeño puerto, junto al Museo Marítimo. Desde la cubierta de un velero, una mujer nos observa. Cuando la miro sonríe y me guiña un ojo. Se llama Antares, su barco. Avanzo hasta el fondo, donde la estatua de Han, una especie de réplica masculina a la sirena de Copenhague. Han está recubierto de níquel y tiene un aire desafiante de niño cíborg. Me parece haberlo visto parpadear. Helada, doy media vuelta y me encuentro con que Lady Chorima ha entablado conversación con la desconocida. Cuando me acerco están hablando de la menopausia. Chori comenta que no añorará la regla pero que le causa tristeza perder líbido. La otra le responde que es cuestión de trabajárselo.
-¿Os conocíais de antes? –pregunto.
-Qué va –me dice Chori.
Nastacha es morena, de tez blanca y sonrosada y tiene ámbar en los ojos. Aparenta unos cincuenta y pocos años. Nos acaba invitando a subir a bordo a hacer fikka, o sea, a bajar con ella a la bodega para merendar.
Chorima y yo intercambiamos una mirada.
-Yo nunca rechazo a una mujer –me dice.
-Pues adelante –respondo, pensando en su respuesta.
En el interior reinan el orden y la limpieza. Nastacha prepara un té negro muy aromático que sirve acompañado de rodajas de limón y de kanelbullar. Echamos el resto de la tarde y de la noche y del día siguiente en compañía de la dulce y misteriosa Nastacha. Nos cuenta que es de Kaliningrado, ese fragmento de Rusia aislado entre Lituania y Polonia, con salida al mar, y que trabaja como comercial de una empresa de transporte. Antares es su casa y su despacho. Viaja rumbo a la isla de Gotlan, propone llevarnos de excursión hasta la isla sueca de Ven y luego desembarcarnos cerca de Ystad, para que veamos las piedras de Ale. Cenamos a base de chucrut, salazones de pescado y vodka. Pasamos una noche fantástica. Pero a la hora del desayuno, Lady Chorima y Nastacha empiezan a hablar del conflicto en Ucrania, y de las tensiones de Rusia con la Unión Europea.
-La 'Unión Farmacopea' –dice nuestra anfitriona- se ha convertido en un títere de los EEUU a través de la OTAN. Hasta 1991, Ucrania era Rusia y compartimos todo, desde el origen de nuestra civilización… Cierto que existen movimientos separatistas, alentados por el bloque occidental…
-Y por las propias políticas imperialistas de Rusia, ¿no? –interrumpe Lady Chorima.
Nastacha le clava una mirada glacial y continúa así:
-La península de Crimea realizó un referendo en 2014 donde el 97% de la población se consideraba rusa. Claro que esos datos no le sirven a la 'comunidad internacional'. Sí o sí, EEUU y sus aliados europeos, quieren aislar nuestro país y hacerle perder cada vez más terreno. El puerto de Sebastopol en el Mar Negro es una vía de transporte esencial y por eso quieren arrebatárselo a Rusia. Y sin embargo, Europa depende del gas ruso. Es todo un sinsentido –se lamenta-. Es penoso ver a los gobiernos y a los medios de comunicación europeos manipulados por la Casa Blanca. Treinta años después del fin de la Guerra Fría, ¿qué es lo que tenemos? Que los EEUU han incumplido todos y cada uno de los acuerdos establecidos en los 90. Vosotras erais unas teenagers en esa época –dice con una sonrisa condescendiente-, así que os recuerdo que James Baker, el secretario de estado yanqui, y Gorbachov negociaron la reunificación alemana a condición de que la OTAN, un tratado de defensa para hacer frente a la URSS en 1949, no se extendiera por los países del Pacto de Varsovia. La amenaza soviética hace rato que ha desaparecido, sin embargo, los EEUU, a través de la OTAN, no han hecho más que invitar a todos los países de la zona y sumarlos a su área de influencia: primero fueron Polonia, República Checa, Hungría. Luego, la misma OTAN, para aplacar las críticas rusas, se comprometió a no establecer fuerzas de combate ni armas nucleares en esos territorios. ¡Mentira! ¡Otro compromiso falso! En 2004, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia entran en la OTAN, rodeando y aislando completamente nuestro país. En los últimos cinco años ha puesto escudos antimisiles en Rumanía y en Polonia. Ahora quieren arrebatarnos Ucrania por su posición estratégica.
-Dices que Ucrania es rusa, sin embargo Rusia lleva años en guerra contra ella –le digo yo.
-Es como en Georgia –responde Nastacha-. Mira, Yanukóvich, el presidente pro-ruso de Ucrania tuvo que dimitir en 2014.
-Pero ese ganó por fraude electoral.
-¡Eso es lo que dicen los medios occidentales!
-La 'Revolución naranja' surgió a la raíz de aquello –le contesto.
-¡Movimientos sediciosos! ¡Naranja en Ucrania y rosa en Georgia! –exclama indignada-. ¿Quién crees que está detrás de esos movimientos? Europa y Rusia deberían ser aliados naturales, es un sinsentido ponerse en contra, apoyando al gobierno de otro continente, con su más que agresiva política internacional.
Nastacha se ofende un montón cuando Lady Chorima le asegura que entre formar parte del bloque euroasiático o estar en la OTAN no hay gran diferencia. Chori califica tanto a Biden como a Putin de psicópatas y añade que es de sobra conocido cómo ambas naciones avasallaron a sus países vecinos. Nastacha escucha en silencio, negando con la cabeza.
-Los europeos estáis colonizados –responde ella-. Cada vez me siento más rusa y más lejos de Europa. La Unión ya no actúa en interés propio, o en el de sus ciudadanos, sino en el de los EEUU. Los medios de comunicación no hacen más que repetir el discurso y la propaganda yanqui. Y ahora, países neutrales como Suecia o Finlandia, tal vez se acerquen también a la OTAN.
-Estamos entre Guatemala y Guatepeor –responde Chori, queriendo ser ecuánime-, pero sin saber quién es quién. Tanto la OTAN como Rusia son responsables de la crisis de refugiados en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, miles de personas están soportando temperaturas horribles, muriendo en los bosques y a la espera de poder entrar en Europa. No se puede usar la vida y el sufrimiento de miles de refugiados iraquíes, yemeníes, sirios o afganos como arma para hacer presión. El chantaje es mutuo. Rusia con su gas y su “fracaso personal” con las antiguas repúblicas soviéticas, la OTAN con sus alianzas hipócritas. El despliegue militar no es la solución. ¡Las cosas están yendo muy lejos!
-Algo totalmente comprensible –sostiene ella, indignada.
-No son refugiados, son desplazados –se me ocurre puntualizar a mí.
Esa misma mañana, Nastacha decide deshacerse de nosotras antes de lo previsto y nos desembarca en Landskrona.