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La cola de un baño de mujeres, ¿un asunto feminista?

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Decía Clara Greed que “la mierda nos debe importar” y con esta frase tan escatológica, la urbanista inglesa se refería a que el acceso a los baños y sus condiciones son un ejemplo de “asuntos de género”. Y es que el diseño de nuestros territorios sigue respondiendo a modelos patriarcales, capacitistas y capitalistas. 

Y algunos os preguntaréis, ¿y qué tienen que ver los baños con esas estructuras? 

Os lo cuento para que repensemos cuantos metros cuadrados están asignados a baños públicos, sus condiciones y cómo están segmentados.

A nivel capitalista quizás es el más sencillo de ver, ya que el acceso a los baños está ya mercantilizado en la mayoría de países. Pensar en cuántos baños públicos hay en vuestra ciudad, seguramente es más sencillo pensar en locales donde poder entrar al baño a bajo coste. Y es que es bastante habitual entrar en un bar, restaurante o estación y encontrarse con el letrero de que los baños son para empleo exclusivo de la clientela, por lo que tienes que acabar consumiendo para poder usar el servicio. Y es que se ha declinado un asunto público a lo privado, asumiendo que la red de aseos la conforman los bares con la diferente problemática que ello conlleva. Una de ellas es el uso compartido de un mismo espacio que es un baño de mujeres, una cabina adaptada para personas con movilidad reducida y cambiador de bebes que genera mayores colas en el 'baño de mujeres' debido a la intensidad y tiempo de uso como veremos. 

Lo realmente preocupante es que hay personas, con enfermedades crónicas, que no pueden esperar para utilizar el baño. De hecho, algunas entidades que trabajan con personas con discapacidad orgánica como Crohn y Colitis Ulcerosa han iniciado el reparto de tarjetas acreditativas que se entregan en los locales para entrar al aseo de manera urgente. Este proyecto tiene varios nombres, como No puedo esperar, en Cataluña, ¡Lo necesito ya!, en el País Vaco y No aguanto más, en Canarias.

 A su vez, los baños son una cuestión feminista por varias razones: los aseos son más usados por mujeres que, por hombres, porque a nivel fisiológico (el sistema endocrino es diferente) muchas mujeres necesitan orinar más a menudo que los hombres. Además, las mujeres (algunos hombres trans y personas no binarias) hacen un uso más intensivo del baño durante la menstruación y también, en el caso de ser madres, tienen más dificultades de retención de orina debido a consecuencias derivadas del embarazo y parto. 

Más allá de la biología, debido a roles sociales, muchos de los cambiadores de bebés están exclusivamente en los baños de mujeres y suelen compartir espacio con la cabina adaptada, por lo que se perpetúan los roles de género en el cuidado y se intensifica la utilización del baño y el tiempo de espera

Lo cierto es que tener acceso a un baño en condiciones para poder cambiar o no a una criatura condiciona los movimientos de las mujeres, su itinerario y uso del espacio público, algo que también les ocurre a las personas con diversidad funcional. Como dice Leslie Kern al inicio de 'Ciudad Feminista' (Bellaterra, 2021) “cuando una persona está embarazada, la geografía más cercana se le vuelve muy extraña, muy rápido. De repente, se convierte en el ambiente de otra persona.” Como decía Kern muchas madres se dan cuenta del déficit de accesibilidad en el espacio público en cuanto empiezan a utilizar un carrito.

En cuanto a diversidad funcional, si bien es cierto que hay más mujeres con discapacidad que hombres, por lo que una podría pensar que esa es la razón por la que las cabinas adaptadas suelen compartir espacio con el baño de mujeres, lo cierto es que estos datos (segregados por género) son actuales y lo que realmente se viene repitiendo en el diseño es la perpetuación de la relación de mujeres con cuidados. 

Más allá de la intersección entre cuidados, género e interdependencia, el problema principal es de accesibilidad, ya que no es sencillo (debido a la privatización) encontrar un baño adaptado o accesible. Y cuando lo hay igual la puerta pesa demasiado o a alguien se le ocurre que el espacio de transferencia (un espacio mayor de metro y medio que permite el giro de la silla de ruedas) es ideal para poner una mesita hípster, una planta o almacenar el material de limpieza del bar o el restaurante, invalidando la adaptación. Por otro lado, muchas personas sin ningún tipo de discapacidad o necesidades especiales acaban utilizando ese baño y ensuciándolo, lo que genera que las personas que realmente lo necesitan tengan que hacer verdaderos malabarismos para limpiarlo y sentarse (no hay mucha más opción si no puedes mantener el equilibrio).

Por otro lado, si bien es un mito que por sentarte en un baño público puedas coger una infección, no lo es para personas con diabetes (que necesitan esos espacios limpios para poder pincharse insulina) o las personas que necesitan sondarse para las que sí conlleva un riesgo… por lo que mantener estos baños limpios es una cuestión de salud pública. Y esto incluye también las cabinas portátiles de los conciertos y fiestas de los barrios, el grande a pie plano no es para ir de tres en tres: es el adaptado. 

Otro punto capacitista y que tiene que ver con la limpieza es que en el caso de tener movilidad reducida (incluso sin tenerla) es bastante difícil que no se te apague la luz en mitad de la faena. 

En resumen, ir al baño siendo mujer, precaria y disca es una auténtica odisea y en el fondo creo que no es tan difícil, solo queremos un baño con intimidad, limpio y accesible. 

Y ahora decidme, ¿de verdad no os habíais fijado nunca en estas cuestiones o es que nos cuesta hablar de ellas? 

Decía Clara Greed que “la mierda nos debe importar” y con esta frase tan escatológica, la urbanista inglesa se refería a que el acceso a los baños y sus condiciones son un ejemplo de “asuntos de género”. Y es que el diseño de nuestros territorios sigue respondiendo a modelos patriarcales, capacitistas y capitalistas. 

Y algunos os preguntaréis, ¿y qué tienen que ver los baños con esas estructuras?