Quisiera volver a abordar la problemática de nuestro sistema sanitario y, en particular, la situación crítica en la que se encuentra el sistema ante el colapso de la atención primaria (AP).
Antes de que comenzase la pandemia de COVID-19, la AP se encargaba de cubrir la base de la asistencia sanitaria de la población. Ante situaciones puntuales que superasen su capacidad de intervención, los médicos de AP derivaban pacientes a otros especialistas (psiquiatras, cardiólogos, etc), que frecuentemente se ubicaban en los hospitales. Además, en situaciones muy urgentes, la gente era atendida en servicios de urgencias. Sin embargo, la base del sistema sanitario se encontraba en la AP y su buen funcionamiento protegía al resto del sistema de verse inundado y colapsado por un volumen de pacientes superior al que podía manejar.
La AP ofrecía una intervención rápida, idealmente en menos de 24 horas, para que no fuese necesario recurrir a los servicios de urgencias salvo en circunstancias de verdadera urgencia. Aunque la sobrecarga crónica de la AP provocó que frecuentemente se demorase algo más la atención, ésta seguía siendo razonablemente rápida, y además ofrecía a los pacientes continuidad en la relación con unos profesionales que frecuentemente se vinculaban con ellos durante años.
Ya antes de la pandemia había problemas en la AP. Gran parte de éstos se debía al funcionamiento de unos gestores, designados por los políticos, que han actualizado el problema histórico de liderazgo que sufre nuestro país.
Al maltrato al personal sanitario con contratos indignos e incluso ilegales, se sumaban el problema de las guardias de 24 horas, la alta presión asistencial y la falta de tiempo para atender adecuadamente a los pacientes. Además, ante la ausencia de profesionales por vacaciones o por bajas, para evitar sustituirlos, se recurría frecuentemente a hacer que un médico pasase dos consultas en el tiempo de una, lo que obviamente era pernicioso para la calidad asistencial. La frustración de los pacientes con las limitaciones del sistema, o incluso con la dolorosa realidad que supone la enfermedad, era frecuentemente descargada sobre unos profesionales sanitarios que habitualmente no se encontraban preparados para manejar este malestar, incluso cuando éste se descargaba de manera potencialmente manejable. Aunque la relación de los profesionales con la mayoría de sus pacientes era buena, el impacto emocional de los conflictos con un número reducido de éstos resultaba muy pernicioso, al hacer la cultura sanitaria muy vulnerables a los profesionales frente a esta fuente de malestar.
Otro problema que ha contribuido al malestar, particularmente al de los médicos, ha sido la imposición de un exceso de trabajo burocrático. El que en España los médicos tengan un sueldo relativamente bajo en relación con el de otros profesionales sanitarios ha permitido que pareciera un buen ejercicio de gestión encargarles tareas administrativas en vez de contratar a otros profesionales que las realizasen.
La consecuencia de todo esto ha sido frecuentemente el estrechamiento del horizonte profesional de unos profesionales sanitarios que se han ido acercando hacia el burn out con el paso de los años de ejercicio de su profesión, incapacitándose para el trato humano que necesitaban sus pacientes. Sin embargo, a pesar de los múltiples problemas, en España hemos podido disfrutar de uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. Eso ha sido hasta la pandemia.
Con la llegada de la COVID-19, los gestores decidieron que los médicos de AP, como si no tuviesen ya bastante, se encargasen de tareas de salud pública y rastreasen los contactos de los infectados por la nueva enfermedad. Esta carga ha terminado de hundir a muchos médicos. Otro error de gestión, la interrupción de la atención presencial a los pacientes y el alargamiento hasta semanas de duración del tiempo de demora para acceder a la atención en AP ha desnaturalizado la relación entre los pacientes y los profesionales. Si antes había problemas puntuales de relación, ahora se han hecho habituales al deteriorarse la atención, dado que los pacientes tienden a culpar de la deficiencia del sistema al profesional que tienen delante.
Al malestar de los profesionales en la pandemia se ha sumado la jubilación de los baby boomers, cuya reposición no había sido prevista por los gestores, dejando las plantillas de sanitarios descubiertas. A partir de ahí se ha establecido un círculo vicioso de bajas laborales y jubilaciones anticipadas de profesionales dañados, que sobrecarga aún más a los profesionales restantes hasta hacer la situación insostenible.
Al colapsarse la AP que protegía al resto del sistema sanitario, éste se ha visto invadido por un volumen de pacientes que no puede manejar, generalizándose el problema.
La sanidad privada florece en este ambiente. Incluso, se generaliza el discurso de colaboración entre el sistema público y el privado, o de externalización de servicios a las ONG, es decir, de ir desmontando un sistema público que parece caerse a pedazos.
Al final vamos a tener el sistema sanitario que nuestros políticos, y los gestores nombrados por ellos, merecen. Sin embargo, hay algo que no debemos olvidar. En una democracia todos somos corresponsables. Esto lo hemos hecho entre todos con nuestros votos.
Quisiera volver a abordar la problemática de nuestro sistema sanitario y, en particular, la situación crítica en la que se encuentra el sistema ante el colapso de la atención primaria (AP).
Antes de que comenzase la pandemia de COVID-19, la AP se encargaba de cubrir la base de la asistencia sanitaria de la población. Ante situaciones puntuales que superasen su capacidad de intervención, los médicos de AP derivaban pacientes a otros especialistas (psiquiatras, cardiólogos, etc), que frecuentemente se ubicaban en los hospitales. Además, en situaciones muy urgentes, la gente era atendida en servicios de urgencias. Sin embargo, la base del sistema sanitario se encontraba en la AP y su buen funcionamiento protegía al resto del sistema de verse inundado y colapsado por un volumen de pacientes superior al que podía manejar.