Maquiavelo, mucho más que el cínico amoral que dibuja el discurso dominante, sostenía que todas las instituciones se corrompen con el tiempo. La libertad se pierde, decía, por la corrupción de quienes deberían preservarla. Entonces se produce el crac y vuelta a empezar. Y qué duda cabe de que ese es el punto del ciclo en el que nos encontramos hoy en la Región de Murcia.
Desde que en mayo de 1995 Valcárcel ganara con mayoría absoluta las elecciones a la Asamblea Regional de Murcia, la ciudadanía de esta buena tierra ha asistido a una compleja trama de elección de nombres. Todos ellos con el mismo propósito: blanquear la corrupción: Auditorio; Barraca; Hidrogea; Pasarelas; Teatro de Cehegín; Novo Carthago; Líber; La Sal. Incluso La Púnica llegó a nuestras tierra pero ninguno tan vergonzoso, aberrante e indignante como el escándalo de “las vacunas”.
Casi 26 años después de aquel día, la Región continúa conociéndose por los malos datos de gestión, por clientelismos y corrupción a escalas nunca vistas en las instituciones con tramas que atentan contra cualquier atisbo de moralidad, si es que algún día la hubo.
Tras más de dos décadas de gestión errática, el heredero de Pedro Antonio Sánchez continúa expandiendo en las instituciones regionales el “mal endémico” del abuso de poder que sus antecesores le enseñaron enrocando al capitán del Concordia regional en un iceberg de caos y corrupción que lejos de evitar, fomenta con la compra de diputados que libremente decidieron firmar una Moción de Censura contra su gobierno.
Un hecho que no hace más que acrecentar los fantasmas de la historia de corrupción sistémica y abuso de poder de la derecha española; más presentes que nunca en nuestra comunidad. Una corrupción que no es ningún pretexto para desestabilizar ningún gobierno regional en Madrid, Andalucía y Castilla y León, como dicen algunos, sino la realidad en la que nos tienen sumidos desde hace más de dos décadas. Una realidad que conocemos bien. Y es por eso que comparar una multa de tráfico, cuya causa ya se archivó, con atraco al protocolo de vacunación en la Región en una pandemia mundial sin precedentes para dotar de inmunidad de rebaño al Gobierno de López Miras en perjuicio de los más vulnerables, es poco menos que reírse de la ciudadanía.
Al nuevo PP de Casado y Teodoro García todo le vale.
Si hay que romper “El Pacto Antitransfuguismo” que haces apenas unos meses se reforzaba y extendía a todas las administraciones públicas; se rompe. Si hay que “comprar diputados” que firmaron libremente una moción de censura contra el gobierno corrupto del que ya forman parte; se compran. Si hay que vender la Región por voluntad de Casado; se vende.
Así de cínicos son los líderes de la corrupción como Casado, que aprovechando su “relevancia política” se llevó a casa un máster sin cursarlo. Así de nuevas sus viejas prácticas: con la mano izquierda cierran Génova bajo excusa de regeneración y con la derecha utilizan la caja B de siempre para que todos sigan bajo su tela de araña.
Y es que ya lo dijo Jaume Perich “los que dicen que todos los políticos son iguales suelen conformarse con los peores.” Y de aquellos polvos del 95, estos lodos en 2021. Y, si no que nos lo pregunten al millón y medio de personas que vivimos en la Región de Murcia que, en los últimos días, hemos asistido a un guion que bien podría haber sido dirigido por el mismísimo Francis Ford Coppola a lo Don Corleone en 'El Padrino'. Ya saben, por aquello de que todo queda en familia.
Eso sí, en la del Partido Popular, con un López Miras más centrado en hacer oposición al gobierno de España y en cambiar leyes que lo mantengan en el poder 4 años más, que en combatir desde dentro de las instituciones la «corrupción» de su partido.
Combatir la corrupción política es cosa de todos y todas en una sociedad democráticamente avanzada. Y ahí nos encontrarán, con dignidad.
Firmes en el compromiso que asumimos con la ciudadanía de velar por la verdad, por la justicia social, la igualdad y la transparencia en unas instituciones asfixiadas.
Maquiavelo, mucho más que el cínico amoral que dibuja el discurso dominante, sostenía que todas las instituciones se corrompen con el tiempo. La libertad se pierde, decía, por la corrupción de quienes deberían preservarla. Entonces se produce el crac y vuelta a empezar. Y qué duda cabe de que ese es el punto del ciclo en el que nos encontramos hoy en la Región de Murcia.
Desde que en mayo de 1995 Valcárcel ganara con mayoría absoluta las elecciones a la Asamblea Regional de Murcia, la ciudadanía de esta buena tierra ha asistido a una compleja trama de elección de nombres. Todos ellos con el mismo propósito: blanquear la corrupción: Auditorio; Barraca; Hidrogea; Pasarelas; Teatro de Cehegín; Novo Carthago; Líber; La Sal. Incluso La Púnica llegó a nuestras tierra pero ninguno tan vergonzoso, aberrante e indignante como el escándalo de “las vacunas”.