La tasa de inflación interanual en octubre del 21 se ha situado en España en el 5,5%, la más alta desde 1992. En el momento de escribir estas líneas no conocemos la de la eurozona, pero en septiembre se situó en el 3,4 y en Estados Unidos en el 5,4%, en ambos casos en máximos de muchos años. El aumento en la inflación parece un fenómeno general, que afectará a la mayor parte de la economía mundial y el debate se centra ahora mismo en la persistencia que mostrará y en las consecuencias que se derivarán de él. Como esas consecuencias nos afectarán a todos y condicionarán la política económica, merece la pena dedicar un tiempo a pensar en sus causas.
La subida general de precios (eso es la inflación) está claramente conectada con los problemas de abastecimiento que estamos observando en muchos productos. En las últimas semanas han aparecido noticias sobre sectores tan dispares como medicamentos, papel de imprenta, microchips o licores, aparte de los conocidos en el gas y otros combustibles. Desconozco los detalles de muchos casos, pero si nos limitamos a ver una lista de casos aislados perderemos de vista una raíz con elementos generales, derivados de la pandemia, con tres ejes:
- En primer lugar, reducciones en la oferta. Año y medio sin actividad en muchos sectores ha conducido a quiebras, reducciones de empleo y otros ajustes. El petróleo cayó en la primavera de 2020 a precios incluso negativos y con ello se paralizaron las inversiones en exploración y apertura de pozos. Algo parecido puede haber pasado en muchos sectores; un ejemplo extremo es lo que ha pasado en la construcción: seguimos haciendo (o reformando) muchas menos casas que hace tres lustros, pero como la mayoría de las empresas quebraron y muchos profesionales se jubilaron, se fueron del país o se buscaron otro empleo, ahora faltan empresas y trabajadores a poco que la demanda se recupera parcialmente.
- En segundo lugar, un aumento repentino en la demanda. Año y medio de limitaciones han llevado las tasas de ahorro familiar a máximos en muchos países y ese gasto no realizado se está produciendo ahora, como un embalse que abre sus compuertas. Incluso en sectores en descenso tendencial (como las bodas, por razones demográficas y culturales), el embalsamiento de la demanda puede llevar a cifras récord, tan transitorias como engañosas.
- Por último, los problemas en el transporte. La globalización ha conducido a que la logística sea una pieza básica en la conexión entre oferta y demanda en la mayoría de los sectores. De nuevo, año y medio de actividad reducida han hecho que muchos transportistas cierren, o los trabajadores despedidos se busquen otro empleo. Ahora surge una mayor demanda de transporte, justo cuando la capacidad de respuesta es menor. Además, el sector venía de una tendencia preocupante porque los bajos salarios, inicialmente provocados por la oferta de mano de obra cualificada, sobre todo del Este de Europa, había terminado por expulsar a una parte de esos trabajadores, sumado a un envejecimiento de los profesionales locales (de nuevo, en parte por la falta de atractivo para los jóvenes y, en parte, por el envejecimiento de la oferta extra que generaba la obtención del carnet de camiones en el servicio militar obligatorio). La falta de camioneros agrava la falta de contenedores (más tráfico repentino y menos camiones está generando acumulación de contenedores en los puertos, lo que a su vez encarece el “envase”.
Esta triple amenaza se ve complementada con factores específicos en mercados concretos, como el Brexit o la gestión geopolítica del gas en Argelia o Rusia, pero dibujan un panorama lo bastante general como para poner en marcha la espiral precios-salarios que es lo que, en última instancia, hace que la inflación sea un proceso dinámico con tendencia a perpetuarse: los trabajadores intentarán subir los salarios para no perder poder adquisitivo, y las empresas intentarán repercutir a sus precios las subidas de costes (laborales o no) para no perder márgenes.
En resumen, las causas del brote inflacionario están claras; mucho más que sus consecuencias, porque éstas dependen de su duración y de la respuesta que genere en la política monetaria. Los economistas hemos interiorizado la idea de que la inflación es siempre, al menos a largo plazo, un fenómeno monetario, pero en la exposición anterior el dinero no parece jugar un papel decisivo, lo que sumado a que las enormes inyecciones de liquidez de los últimos 12 años no generaron inflación, pone la frase de Friedman en cuarentena. Creo que a la dinámica generada por precios y salarios le sienta especialmente bien el nombre de “espiral” porque, como tal, puede mostrar una dinámica explosiva (hacia afuera) o convergente (hacia el origen): que esa dinámica genere una tasa de inflación creciente o decreciente va a depender del contexto económico en el que se produzca. En una economía en recesión, tanto las empresas como los trabajadores pierden poder de mercado allí donde ofertan y ello generará subidas cada vez menores, y lo contrario en una economía en expansión. La cuestión es que sólo es posible que haya más actividad económica y mayores precios si hay más dinero o éste circula más rápido, porque en cada transacción se necesita una contraparte monetaria. Por tanto, si la cantidad de medios de pago no crece a la misma velocidad que dichas transacciones, los tipos de interés tenderán a subir.
Es lógico que, en una economía que todavía está empezando a recuperarse de las enormes secuelas de la covid, la política monetaria “mire para otro lado” e insista en que las presiones inflacionarias son transitorias, pero corremos el riesgo de que esta actitud consolide la inflación y las expectativas sobre ella y la subida de tipos aplazada impacte en una economía (todavía más) endeudada. Eso sí sería una tormenta perfecta, y no es una hipótesis ni lejana (se habla incluso del primer semestre de 2022) ni improbable (es fácil encontrar opiniones para casi todos los gustos).
Nos habíamos acostumbrado a un horizonte de estabilidad de precios y creíamos que había venido para quedarse, como un elemento estructural del nuevo paisaje, secular como el euro. Este rebrote de la inflación no tiene porqué ser un problema muy grave (puede hasta animar la recuperación con tipos de interés reales muy negativos y diluir nuestra deuda), pero es urgente afrontarlo entre todos. Los gobiernos, enfrentando regulaciones injustas como la del mercado eléctrico y los otros cuellos de botella señalados, pero cada particular puede aportar su granito de arena en su compra diaria, comparando precios, porque es la mejor forma de desincentivar subidas abusivas.
La tasa de inflación interanual en octubre del 21 se ha situado en España en el 5,5%, la más alta desde 1992. En el momento de escribir estas líneas no conocemos la de la eurozona, pero en septiembre se situó en el 3,4 y en Estados Unidos en el 5,4%, en ambos casos en máximos de muchos años. El aumento en la inflación parece un fenómeno general, que afectará a la mayor parte de la economía mundial y el debate se centra ahora mismo en la persistencia que mostrará y en las consecuencias que se derivarán de él. Como esas consecuencias nos afectarán a todos y condicionarán la política económica, merece la pena dedicar un tiempo a pensar en sus causas.
La subida general de precios (eso es la inflación) está claramente conectada con los problemas de abastecimiento que estamos observando en muchos productos. En las últimas semanas han aparecido noticias sobre sectores tan dispares como medicamentos, papel de imprenta, microchips o licores, aparte de los conocidos en el gas y otros combustibles. Desconozco los detalles de muchos casos, pero si nos limitamos a ver una lista de casos aislados perderemos de vista una raíz con elementos generales, derivados de la pandemia, con tres ejes: