La consejera Esperanza Moreno declaró recientemente que las industrias culturales y creativas se enfrentaban a una situación inédita, una situación donde el sector cultural y creativo puede ser parte de la recuperación tras la crisis del coronavirus. Así, el Plan CREA se propone como vehículo para una renovación más que necesaria en el sector cultural. Ahora bien, las proclamas de la consejera no dejan de sonar vacías si atendemos a los antecedentes de las propuestas institucionales respecto a lo que consideran la industria cultural en Murcia. Si el impulso de la consejera tiene intención de poner la cultura al servicio de la recuperación deberíamos abrir el plano y tener claro que la cultura es más que una industria.
Desde una perspectiva antropológica, tal y como estudia Clifford Geertz, la cultura son las prácticas que pueden ser aprendidas. Desde una visión amplia, las sociedades industriales han dotado a las múltiples prácticas sociales de diferentes estatus, valorizando unas por encima de otras. Las prácticas culturales que han sido señaladas como prioritarias se les ha organizado bajo la etiqueta de 'cultura'. Como toda etiqueta, 'la cultura' es utilizada por las instituciones. Así, autores como Van Geert y Roigé en los últimos años han explorado los usos políticos de la cultura.
Entre las propuestas de su análisis podemos destacar dos caminos: la construcción identitaria y la mercantilización. Por un lado, muchas instituciones han utilizado 'la cultura' para crear un relato sobre aquello con lo que merece la pena identificarse, incidiendo en ese modo en la creación identitaria de los colectivos de un determinado lugar. Por otro lado, han observado como la cultura ha intentado ser comprendida desde su valor de uso para dar una rentabilidad económica. Estos dos vectores, tras la crisis del coronavirus, pueden ser fundamentales para la construcción identitaria de la murcianidad en las siguientes décadas. Una tarea que por parte de los gobiernos autonómicos anteriores se ha desarrollado desde la negligencia de quien ignora las posibilidades de sus funciones.
En los años posteriores a la última crisis económica, la Región de Murcia era una de las seis autonomías que agrupaban en la misma consejería Cultura y Turismo. Esto nos señala el modo en que las instituciones han asociado 'la cultura' como una industria subordinada al turismo. No solo eso, en el momento que estalla la crisis, Murcia destaca por ser la comunidad autónoma que realiza el mayor recorte respecto a las políticas culturales, hasta un 74% en 2012, tal y como estudiaron Rius-Ulldemolins y Martínez i Illa. Sin inversión, las prácticas culturales de ciertos colectivos no encajan en las dinámicas institucionales tradicionales, ocultándolas a ojos del imaginario colectivo.
Podríamos abrir el debate sobre los múltiples motivos que llevaron a las instituciones a esta dejación de funciones, pero para concretizar señalaremos que la realidad política que se pliega ante nosotros nos hizo evidente una consecuencia, las instituciones regionales han dejado en las instituciones católicas el propósito de dar un sentido identitario a los murcianos, así lo marcan el número de murcianos que se declaran católicos, muy por encima de otras comunidades en España.
Ante esto, estamos tentados a preguntarnos si es necesario que las instituciones incidan en la construcción identitaria, si eso podría ser entendido como adoctrinamiento. Si atendemos a autores como Hobsbawm entenderemos que la invención de la cultura se producirá desde el poder tanto por omisión como por acción. Ante esta disyuntiva, el camino en las sociedades democráticas es hacer relatos plurales sobre las identidades culturales. En nuestro caso, la omisión de espacios plurales para el desarrollo de diferentes prácticas culturales hace que se limiten nuestros referentes y nuestras posibilidades, ahogando y señalando en cierto modo a aquellos que sienten una murcianidad no normativizada por las instituciones.
Ese déficit de pluralidad se argumenta por muchos con la idea de que la identidad murciana está marcada por un conservadurismo inapelable y que el relato sobre Murcia no es poliédrico. Una arbitrariedad contestada por historiadoras como Fuensanta Escudero Andújar y Mari Carmen Gómez, o que incluso puede ser observada en autores tan significativos en la construcción de la tradición en Murcia como José Martínez Tornel, quien en 1892 en sus 'Cantares populares murcianos' muestra de forma clara que el republicanismo también está en nuestras raíces.
Ese no reconocimento por parte de las instituciones culturales se agravó al basar las principales políticas culturales en los elefantes blancos, es decir, en proyectos que derivaron en construcciones infrautilizadas y en proceso de degradación. Tal y como nos explican Gil-Manuel Hernández y Joaquim Rius-Ulldemolins pretendían abanderar proyectos culturales de masas de un modo sobredimensionado. Todo ello con la idea de 'situar en el mapa' un lugar, estableciendo una política cultural de oferta y no tanto de demanda. Una oferta asociada a una idea de la cultura turística. En la Región de Murcia hay varios casos de esta política de oferta sobredimensionada como la construcción del Auditorio en Puerto Lumbreras, o incluso más evidente en La Conservera.
Manuel Delgado nos advertía que un efecto mercantilizador de la cultura sobre los espacios urbanos se han demostrado como entes que desarticulan las relaciones comunitarias. Así, la gestión del consejero Pedro Alberto Cruz se puede comprender como una propuesta pseudo-planificación posfordista, donde se observa la cultura como un objeto dignificador mediante su consumo, dando la espalda a las prácticas culturales no mercantilizadas de los diferentes entramados sociales.
Ahora sabemos que la creación de un mercado cultural externo a los usos sociales en España fomentaron las ocurrencias en forma de pelotazo. Es en este punto donde se hace evidente que la política cultural unidireccional o solo basada en su mercantilización es un fracaso, si no hay elementos que permitan relatar diferentes colectivos los sujetos no se sentirán interpelados. Desde esa inercia unidireccional nos encontramos en una coyuntura extraordinaria para enfatizar la importancia de que las instituciones culturales doten de una estructura solida a los espacios que pueda cuidar de propuestas inesperadas para las instituciones. Esa línea podría visibilizar diferentes relatos sobre lo que es ser murciano, haciendo de las instituciones culturales uno de las principales herramientas democratizadoras.
Una omisión de esta función es poner en manos de los de siempre el significante de la murcianidad, y si este sigue asociado al nacionalcatolicismo, el resultado beneficiará a aquellos que enarbolan la España nacionalcatólica, a estas alturas ya sabemos que parte del voto se mueve por identidad, no por propuestas.
Cuando despertamos de la crisis económica, los elefantes blancos aún seguían ahí. Ahora, con la casa aún sin barrer, en una crisis de parámetros muy diferentes, donde los malos y los buenos son otros, nos expone a un marco inexplorado. Ante un escenario donde la cultura no podrá anclarse al turismo para sobrevivir a corto plazo, la tarea de la consejera debe comenzar por comprender que el plan no debe ser ni singular ni imperativo, sino inclusivo e interrogativo. ¿Creamos?
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