Si atendemos a la gestión realizada hasta la fecha, cabría pensar que no se la cree. Y dejaríamos de escribir y usted, lector, de leer. Sería sencillo deducir que se trata de una maniobra electoral, de un maquillaje verde, como el que tanto gusta a quienes esquilman el medio natural de todos para su propio beneficio. No nos engañemos, a estas alturas, todos sabemos que el Gobierno Regional no ha movido un dedo por conservar la naturaleza, de hecho, ha movido muchos para todo lo contrario.
El consejero Luengo ha sido, probablemente, el peor consejero en cuanto a la gestión de sus competencias ambientales. No solo se le ha muerto el Mar Menor mientras, cruzado de brazos, se ha dedicado a buscar las excusas más peregrinas para evitar actuar, sino que ha ideado y ejecutado toda una serie de artimañas para hacer desaparecer, sin armar ruido, la maquinaria administrativa que debería de cuidar nuestro entorno y nuestra salud. No solo ha destilado hasta el infinito toda la normativa ambiental, bajo la excusa de la simplificación, con resultados catastróficos (recuerden los miles de expedientes ambientales atascados que aún nadie ha resuelto), sino que ha fomentado y dirigido el hundimiento de la estructura organizativa y el fomento del trabajo basura en las tres direcciones generales ambientales. Las consecuencias de este desaguisado quizá tarden en ser conocidas por el público, pero su impacto sobre la economía y el medio ambiente murciano son de una magnitud enorme. Si habláramos de una empresa podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que la administración ambiental murciana está en quiebra técnica.
Con las cosas así, no es de extrañar que esta nueva Consejería no sea plato de buen gusto de los políticos y que muchos la consideren un regalo envenenado al nuevo consejero o consejera. A fin de cuentas: ¿Quién quiere una empresa en quiebra con un horizonte de altas temperaturas, eutrofización y posibles danas? Y lo que es peor, sin herramientas para solucionar la papeleta.
Pero demos una oportunidad al nuevo consejero, hagamos un ejercicio de contención e intentemos confiar en la nueva consejería, compremos el discurso y pensemos en cómo está el panorama y qué esperamos de ella. Lo primero es un diagnóstico de los medios. ¿Sabe el lector que buena parte del personal de los cuerpos técnicos ambientales (biología, ingeniería forestal, de montes, ciencias ambientales, etc.) están trabajando con contratos basura y que cada pocos meses son despedidos? Según los últimos cálculos, estimamos que aproximadamente el 50% de este personal trabaja como interino, y son contratados y despedidos periódicamente, en una práctica laboral más que dudosa. Esta proporción es mayor en dos de las tres direcciones generales ambientales, donde el número de trabajadores precarios supera al de funcionarios de carrera. Esto en la práctica supone que la mayoría de las personas que realizan el trabajo de base (informes, autorizaciones, inspecciones, etc.), serán despedidas en meses. Podrían volver, o no, quizá vuelvan a ocuparse de esos expedientes que tan atascados están y que tantos achacan a las “trabas ambientales”, pero probablemente no.
A este fraude laboral y ambiental hay que sumar la desmembrada estructura, si es que eso existe, de estos órganos. ¿Sabe el lector que las funciones de director general de medio natural y de directora general del Mar Menor hace meses que no son ejercidas por sus titulares? Nadie al mando. Lo que sí sabe el lector, a poco que le interese el tema y haya leído la prensa últimamente, es que algunos de estos directores se han visto obligados a dejar constancia por escrito de que con esos mimbres no pueden trabajar.
En este escenario, la jerarquía y organización es un caos, tenemos otro problema. Ante la escasez de funcionarios estables y bajo la presión política de Luengo y compañía (que no han dudado en apartar a los técnicos históricos que incomodaban a ciertas personas) pocos son los que se prestan al juego y los que lo hacen trabajan con enormes dificultades. Apartados los expertos, no son raros los mandos inoperativos que directamente han sido colocados como atrezzo.
Así está el panorama. Una administración que tiene que lidiar con complejos procedimientos ambientales, en un entorno tremendamente inestable, en el que las personas encargadas son despedidas y trasladadas constantemente, y en el que los responsables y directivos son cargos de paso, sin dominio de la materia y en un puesto que, seguramente, les incomoda. Si el nuevo consejero viene a ejercer su función con responsabilidad, la primera palabra que debería incorporar a su estrategia es “emergencia”, todas las actuaciones a llevar a cabo deben de realizarse ya, no hay tiempo para experimentos.
La creación de una Consejería de Medio Ambiente es, a priori, una buena decisión. La petición de creación de un departamento ambiental independiente y eficaz en la Región de Murcia es una petición desesperada de muchos sectores de la sociedad, no parece existir otra salida. Los hechos demuestran lo nefasta que ha sido la política murciana de considerar Medio Ambiente como el furgón de cola de las más variopintas consejerías, en particular de la de Agricultura. No solo no ha recibido la atención que precisa, sino que ha tenido que soportar como le ponían palos en las ruedas desde dentro hasta llegar al colapso actual.
Confiemos en que López Miras y el consejero confían en la flamante nueva consejería. Si de verdad tienen voluntad por conservar nuestro medio ambiente actuarán, y deberían hacerlo con extrema urgencia.
La primera cuestión será dotar de recursos a la consejería. De nada vale seguir inventando órganos inoperativos y vacíos, ya tenemos la experiencia de la Dirección General del Mar Menor, aprendamos de los errores. Será ineludible crear, en la próxima mesa de negociación con Función Pública, las plazas necesarias y suficientes de estos cuerpos ambientales. No es posible mantener una consejería a base de contratos basura, rozando la ilegalidad constantemente. Esperamos, sin excusa, que se creen decenas de puestos de trabajo de estos cuerpos expertos en la conservación de nuestro medio natural, estables e independientes, que aporten la capacidad para darle la vuelta a la situación y permitan mantener la necesaria continuidad en la gestión y efectividad en el cumplimiento de estas funciones.
A estos recursos humanos será necesario añadir los adecuados medios y recursos económicos. No tenemos tiempo para regateos ni para promesas trileras, esta dotación tiene que verse reflejada ya. El medio ambiente, la economía y la salud de los murcianos depende de ello. Creemos una estructura sólida, el medio ambiente no entiende planes cortoplacistas, miren al Mar Menor.
Queremos creer en la nueva consejería, pero permítannos dudar. Recordemos que el presumiblemente nuevo consejero (al menos en todas las conversaciones de pasillo se le da como favorito), Víctor Manuel Martínez, ha sido el número dos de Luengo y partícipe necesario del desastre actual. En la práctica ha ejercido de secretario general y de director general por ausencia de dos de las tres direcciones ambientales. Hablamos del mismo secretario general que no nos recibe a las organizaciones sindicales desde hace años. Esperemos que reflexione y retire su veto: si queremos construir hay que hacerlo juntos. Si de verdad el Gobierno regional se cree la consejería de Medio Ambiente, empecemos a trabajar desde hoy.
Si atendemos a la gestión realizada hasta la fecha, cabría pensar que no se la cree. Y dejaríamos de escribir y usted, lector, de leer. Sería sencillo deducir que se trata de una maniobra electoral, de un maquillaje verde, como el que tanto gusta a quienes esquilman el medio natural de todos para su propio beneficio. No nos engañemos, a estas alturas, todos sabemos que el Gobierno Regional no ha movido un dedo por conservar la naturaleza, de hecho, ha movido muchos para todo lo contrario.
El consejero Luengo ha sido, probablemente, el peor consejero en cuanto a la gestión de sus competencias ambientales. No solo se le ha muerto el Mar Menor mientras, cruzado de brazos, se ha dedicado a buscar las excusas más peregrinas para evitar actuar, sino que ha ideado y ejecutado toda una serie de artimañas para hacer desaparecer, sin armar ruido, la maquinaria administrativa que debería de cuidar nuestro entorno y nuestra salud. No solo ha destilado hasta el infinito toda la normativa ambiental, bajo la excusa de la simplificación, con resultados catastróficos (recuerden los miles de expedientes ambientales atascados que aún nadie ha resuelto), sino que ha fomentado y dirigido el hundimiento de la estructura organizativa y el fomento del trabajo basura en las tres direcciones generales ambientales. Las consecuencias de este desaguisado quizá tarden en ser conocidas por el público, pero su impacto sobre la economía y el medio ambiente murciano son de una magnitud enorme. Si habláramos de una empresa podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que la administración ambiental murciana está en quiebra técnica.