La pandemia sigue ahí desde que nos sorprendió el pasado mes de marzo y un nuevo curso comenzó con muchas dudas y mucho trabajo a las espaldas para intentar que los centros educativos fueran espacios seguros, procurando una vuelta segura; pero también con una desidia muy preocupante por parte de la administración.
Desde el mes de septiembre, fecha en la que nos incorporamos a las aulas después de un triste, atípico y difícil confinamiento domiciliario, donde despedimos a nuestros alumnos a través de herramientas telemáticas, intentando salvar una evidente brecha digital en nuestra sociedad, los docentes vivimos en un continuo limbo y preocupación constante, donde cada día nos preguntamos si el maldito “bicho” caerá en nuestro centro, sobre alguno de nuestros chicos o chicas o, incluso, sobre nosotros mismos, poniendo en peligro nuestras vidas y las de nuestras familias.
A pesar de la descoordinación errática de las administraciones, su falta de transparencia y de recursos, con protocolos indefinidos y cambiantes, los docentes, a diario, procuramos que “nuestros” niños y niñas permanezcan a una distancia prudencial que, en la mayoría de casos es imposible guardar por las altas ratios y espacios inadecuados, que no formen grupos ni se relajen a la hora de mantener distancias en clase, en los pasillos, en el patio, en las entradas y salidas.
Procuramos, también, que hagan un uso adecuado de las mascarillas, que no se las quiten salvo para el almuerzo, que las traigan limpias o nuevas a diario, cosa que muchísimas familias no pueden permitirse, que se laven las manos al entrar a clase, al ir y volver del baño o del recreo, al salir a clases específicas como educación física y así infinidad de veces, en un bucle que parece no terminar nunca y que lo condiciona todo. Y en ese contexto, de ojos sobresaliendo por encima de las mascarillas, intentamos ofrecer una pretendida normalidad educativa con mucho trabajo, con mucha paciencia, con grandes dosis de resignación y optimismo; y es que esos ojos siguen siendo los mismos de antes de todo esto, a pesar de que la vida no es, ni de lejos, parecida a la que tenían hace unos meses. ¿Y saben una cosa? Que los chicos y chicas lo están haciendo bien, muy bien; a veces, mucho mejor que los adultos.
Luego está la cruda realidad en sus casas. El desempleo, los ERTES, el hundimiento de múltiples negocios y la desesperación han golpeado duramente muchos hogares, muchos proyectos que tardarán en reconstruirse. Y peor aún cuando el virus se ha llevado la vida de sus familiares. Eso no tiene retorno.
Pero a pesar de todo, ellos no pierden la sonrisa que se vislumbra en el reflejo de su mirada, porque ellos sí; si cumplen con todo lo que se les pide, con sus maestros y maestras y con la administración. Pero ¿y la administración?, ¿cumple con ellos y con los docentes? No, en absoluto.
La primera ola del coronavirus nos embistió sorpresivamente e hicimos, todos, lo que buenamente pudimos, con grandes dosis de profesionalidad e imaginación. Ahora, con el nuevo curso, nos estamos enfrentando a una segunda ola a lo que llevamos meses denunciando, a la falta de condiciones adecuadas y a multitud de casos positivos en las aulas, muchos más de los que se quiere reconocer, muchos más de los que salen en los medios de comunicación porque hay centros que es mejor no nombrar como “positivos”, no sea que vayan a ahuyentar a la “clientela”.
La administración se ha empeñado en mantener una mentira contra viento y marea porque ha decidido no realizar las inversiones necesarias, manipulando los datos y la realidad, para presentar la idea inequívoca a las familias de que el colegio es un sitio seguro. Decididlo vosotros.
Los protocolos han sufrido tantos vaivenes que ya ni está claro cuándo debe aislarse una clase. El concepto de burbuja es una quimera, un invento forzado para apaciguar conciencias y ocultar los casos reales y la realidad de que ni se están realizando las pruebas PCR prometidas ni rastreos porque hasta han diluido lo que es un contacto estrecho; y todo porque la escuela es la auténtica y única estrategia de conciliación para las familias. Como mucho se manda 10 días a casa a un alumno y poco más.
Cada día, cuando finalizamos la jornada escolar y cerramos la puerta del aula, pensamos en que ha pasado un día más; un día más superado con nuestros alumnos y alumnas, trabajando lo mejor que sabemos en una situación de desamparo. Aún así, respiramos hondo, aliviados.
Pero llega el día temido en el que te dicen que uno de “tus niños” es positivo. Bien, no pasa nada, sigamos el protocolo que ha dictaminado Sanidad y Educación de la Región de Murcia. Y es entonces, y sólo entonces, cuando te das cuenta de la realidad que ya habíamos anunciado: dicho protocolo sirve de bien poco.
Un alumno da positivo de coronavirus en su centro de salud un martes por la mañana. Pasa todo el martes, miércoles, jueves… y el viernes, a las 22:00 de la noche, recibes una llamada de tu jefe de estudios diciéndote que debes estar en cuarentena porque hay un positivo en tu clase. ¡Tres días y medio desde el resultado del positivo para avisar al centro! ¿Tan complicado es que la administración, el mismo día que se realiza el diagnóstico, informe al centro y a todas las personas que nos la jugamos?
En esa llamada te dicen que debes quedarte en casa a esperar la llamada del rastreador. Escribiendo estas líneas aún no se ha hecho efectiva esa llamada y sigo esperando. También te enteras de que hay más positivos en el centro pero que esos directamente ni los han notificado, y no se puede poner en cuarentena a docentes y alumnos porque ya han pasado los 10 días desde que se le hizo la prueba y ya no tiene sentido la cuarentena.
Lo peor es que en todos estos días han pasado por esa aula un número muy elevado de docentes, los cuales deben estar todos en cuarentena, quedándose el centro “a cuadros”. Esto va a implicar que a la semana siguiente no van a poder dar las asignaturas los especialistas porque estos deberán ser tutores de las clases donde sus maestros han sido puestos en cuarentena. ¿Y qué pasaría si el lunes hay otro positivo, en otra aula, y no ha sido notificado hasta cuatro días después?, ¿confinan al resto del claustro?, ¿cerramos el colegio? Y todo porque no existe una adecuada cadena de información, que es lo mínimo, y más en medio de una pandemia.
Así se entiende que un grupo de alumnas acudieran a su centro escolar tras ser positivas en San Javier, recientemente. La administración no había informado de ello al claustro y, por lo tanto, lo desconocían. ¿De quién es la responsabilidad? ¿Vamos a jugar a repartirlas entre alumnos, familias, centro educativo…? No. A cada cual le corresponde aquello que es su competencia. Es lo que creo.
Los docentes nos estamos dejando la piel, día a día, para intentar que “nuestros niños” no pierdan el curso escolar, pero con este desconcierto y la falta de recursos es insostenible e insoportable porque no hacemos más que poner un parche sobre otro mientras otros se lavan las manos en ruedas de prensa.
Mención aparte merece el desastre organizativo y de planificación de una Consejería de Educación que tiene que acudir a las listas de desempleados del SEPE porque las listas de interinos se han agotado y ya no hay especialistas suficientes. Están contratando personal con un procedimiento que no cumple con los requisitos de transparencia, mérito y capacidad, incluso sin exigir el requisito de especialización didáctica en secundaria; y todo porque son incapaces de haber previsto una situación anunciada desde hace meses. Lo único que tenían que hacer era convocar el procedimiento ya existente de listas extraordinarias. No lo han hecho porque no han querido. Y que nadie piense que somos futurólogos, somos profesionales. Nada más y nada menos.
No me quiero olvidar de la ingrata y encomiable labor que están ejerciendo los equipos directivos, sometidos a una presión digna de mandatarios de grandes multinacionales, con la diferencia de que ellos solo son miembros de un claustro de docentes. Sobre sus espaldas han colgado absolutamente todo con la excusa de lo que llaman “autonomía de los centros”, un eufemismo que suena frío y cruel. Pero os digo que, con aciertos y errores, podrán con todo…como siempre.
Lo dicho, es la lamentable crónica de un desastre anunciado meses atrás. Sin embargo, quiero deciros, sobre todo a las familias, que no os desaniméis. Los docentes, con los escasos medios que tenemos (como mascarillas pagadas de nuestro bolsillo) y el abandono de nuestra administración, no vamos a dejar solos a vuestros hijos e hijas. Vamos a seguir ofreciéndoles la mejor educación que podamos, guardando todas las medidas de seguridad, poniendo lo mejor de nosotros mismos; aunque las consejerías de educación y sanidad estén en otra cosa, en ponernos zancadillas, una tras otra, y en maquillar la realidad. Vuestros hijos e hijas no están desamparados, aunque los docentes sí lo estemos.
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