Rota y sin poder articular palabra, me siento esta noche frente a la pantalla del ordenador para intentar escribir lo que, como yo, deben sentir miles de personas y de madres en este mismo momento. Hace apenas unas horas ha aparecido el cuerpo de una de las dos niñas desaparecidas en Tenerife hace seis semanas, hundido, a mil metros de profundidad, dentro de una bolsa y atado a un ancla. Era la mayor de las dos y se llamaba Olivia, como mi hija pequeña y, como ella, era una niña feliz de seis años orgullosa de cuidar a una hermana a la que adoraba, Anna, de solo un año. Dos niñas a las que la vida solo les ha dado tiempo a cometer un único e ingenuo error: agarrarse de la mano de su padre creyendo que estarían a salvo, sin alcanzar a entender aún que el mal existe, tiene muchas caras y que un maltratador nunca puede ser un buen padre.
Durante 44 días las hemos visto comerse a besos, cantar, bailar y crecer en unos vídeos preciosos que su madre nos iba compartiendo, con el único deseo de que su expareja entrase en razón y se las devolviera con vida. “No las a volver a ver, te voy a dar donde más te duele”, son las frases con las que Tomás Gimeno, el padre de las niñas, si es que todavía se le puede calificar como tal, amenazó a Beatriz, su exmujer, antes de desaparecer. Aun así, ella estaba convencida de que no podría hacer nada malo a las niñas porque las quería y de que sus palabras lo harían entrar en razón.
Beatriz le escribió cartas que no mostraban ningún rencor, solo amor y perdón. Leerlas nos hacía anhelar una esperanza de que el final fuese otro muy distinto a este, pero, desgraciadamente, se equivocó y todos lo hicimos con ella. Esta noche, Olivia y, según los peores pronósticos, también Anna, han pasado a formar parte del ejemplo más cruel de una violencia machista extrema, aún muy poco conocida socialmente: la violencia vicaria, una violencia instrumental que consiste en utilizar a los hijos para hacer daño a la expareja y madre. Para Tomás, este maltratador y asesino, Olivia y Anna ya no eran sus hijas, habían pasado a tener la categoría de unos objetos muy valiosos, de unos instrumentos con los que poder dañar a Beatriz, golpeándola donde más podía dolerle, llegando incluso a cumplir su amenaza arrebatándole la vida de sus dos pequeñas.
Ha habido casos similares muy recientes que nos hicieron estremecer del mismo modo. Nadie ha podido olvidar los nombres de Ruth y José a los que su padre, José Bretón, asesinó y quemó en una hoguera solo para matar en vida a una mujer que ya no quería ser suya, a la madre de los niños. Así funciona la violencia machista. O conmigo, o muerta.
Ellos, los asesinos y maltratadores, no son enfermos mentales, que nadie se confunda, forman parte de un machismo extremo en el que la mujer es de su posesión y donde no pueden aceptar que los abandonen. Son personas que pueden aparentar ser totalmente normales, pero que con sus parejas llegan a ser muy violentos porque sienten que tienen el poder de hacerlo por su condición de hombres. Los han educado así, en un sistema patriarcal en el que, si tu mujer no hace lo que tú quieres, la puedes o debes castigar para que comprenda cuál es su lugar.
Desde 2013 han sido asesinados por sus padres o las parejas o exparejas de sus madres 40 menores, incluyendo ya a estas dos pequeñas. 1.095 mujeres asesinadas desde 2003 y 17 mujeres asesinadas en lo que llevamos de año por la violencia machista, esa que algunos siguen negando.
#NiUnaMenos
Rota y sin poder articular palabra, me siento esta noche frente a la pantalla del ordenador para intentar escribir lo que, como yo, deben sentir miles de personas y de madres en este mismo momento. Hace apenas unas horas ha aparecido el cuerpo de una de las dos niñas desaparecidas en Tenerife hace seis semanas, hundido, a mil metros de profundidad, dentro de una bolsa y atado a un ancla. Era la mayor de las dos y se llamaba Olivia, como mi hija pequeña y, como ella, era una niña feliz de seis años orgullosa de cuidar a una hermana a la que adoraba, Anna, de solo un año. Dos niñas a las que la vida solo les ha dado tiempo a cometer un único e ingenuo error: agarrarse de la mano de su padre creyendo que estarían a salvo, sin alcanzar a entender aún que el mal existe, tiene muchas caras y que un maltratador nunca puede ser un buen padre.
Durante 44 días las hemos visto comerse a besos, cantar, bailar y crecer en unos vídeos preciosos que su madre nos iba compartiendo, con el único deseo de que su expareja entrase en razón y se las devolviera con vida. “No las a volver a ver, te voy a dar donde más te duele”, son las frases con las que Tomás Gimeno, el padre de las niñas, si es que todavía se le puede calificar como tal, amenazó a Beatriz, su exmujer, antes de desaparecer. Aun así, ella estaba convencida de que no podría hacer nada malo a las niñas porque las quería y de que sus palabras lo harían entrar en razón.