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Cuidar a las que cuidan

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La situación sanitaria en Murcia es hoy peor que la que en marzo nos llevó a un confinamiento domiciliario de dos largos y dolorosos meses ya en el olvido. Ayer, en la Región de Murcia, se diagnosticaron a 1.800 personas de COVID-19. Cabe suponer que hay muchos más casos no diagnosticados. El colegio de Médicos ha recomendado volver al confinamiento domiciliario porque las cifras asustan. Porque se han suspendido las intervenciones quirúrgicas no urgentes en nuestros hospitales. Porque son muchas las personas que no solo van a enfermar con la COVID-19 si no que están viendo su atención hospitalaria demorada por el estrés del sistema.

Muchas personas verán sus negocios cerrados. Sus sueños rotos. Sus familias en peligro.

El mejor regalo de Navidad era cuidar y cuidarse. ¿Cómo se hacía esto en medio de una realidad cambiante y novedosa? ¿Entre luces de colores y árboles de Navidad? Para mí, y seguro que para muchos de vosotros y vosotras, no fue tan difícil. Y no sé si también os pasará, pero yo ardo de rabia e impotencia al constatar las muestras de insolidaridad de todas las personas que se han reunido estas navidades con amigos y familia en el interior de sus casas. O en locales obviando el uso de mascarilla, la ventilación, la higiene de manos y la distancia adecuada. Cuando se confirman los casos debidos a los encuentros los días de Nochebuena y Nochevieja. Encuentros masivos en los que se han contagiado todos los asistentes. Entonces pienso en qué valor le damos a la vida cuando anteponemos la diversión, al cuidado propio y el de los que nos rodean. Me cuesta entenderlo. Y es terrible porque no se trata de casos aislados: todos conocemos casos de celebraciones y fiestas durante estas Navidades.

Creo que esas actitudes demuestran una falta de empatía brutal con los trabajadoras y trabajadores esenciales que no pueden teletrabajar. Con las personas que nos cuidan de una manera u otra, ya sea con sus manos o su cuerpo. Ya sea aseando a nuestras abuelas o aliviándote la contractura del cuello que te hiciste jugando al pádel el fin de semana pasado. No somos empáticos con las personas que tienen que estar al pie del cañón para que tengas, en tu desayuno, tu pan de cada día y puedas ir a comprar paracetamol si te duele la cabeza. Con las que invierten su tiempo y su salud exponiéndose al virus para que tus primas o tus hijas reciban una educación de calidad; para que puedas transitar tu escalera sin que 'te coma la mierda'.

Las personas que cuidan (mujeres en su mayoría) lo hacen desplegando sus brazos y sosteniendo con sus manos y sus redes. Muchas lo hacen de manera desinteresada, regalando su tiempo y su fuerza con sus cuerpos. Algunas lo hacen para que nuestros mayores y dependientes vivan en condiciones óptimas de bienestar físico y emocional. Otras descolgando el teléfono y encendiendo la cámara para interesarse por nuestra vida. Los cuidados, tanto si se ejercen en el ámbito privado como público, se dan en condiciones de extrema precariedad y de nulo reconocimiento social. Las que cuidan son las grandes olvidadas de esta pandemia.

Hoy, además, soy consciente y sufro en 'mis propias carnes' las dificultades de esta situación. Y como toda hija de vecina tengo miedo de lo que está por venir. Pero no deseo renunciar a seguir viviendo y tampoco quiero que otros corran peligro. Es importante reconocernos sabiéndonos privilegiados, testigos y partícipes de la Historia. Partícipes de la historia de la cotidianidad de cada día desde que suenan mis tres despertadores.

Quiero seguir disfrutando de mi trabajo, de los planes al aire libre.  Porque hay literatura y música que alimenta el alma y la intuición. Porque sé que se puede disfrutar con la naturaleza, con las rutas por El garruchal, con el barranco de los Ginovinos y sus mamellones; con la huerta y sus palmerales. De la ciudad y urbanismo loco; de los paseos en familia. Disfrutar, con cuidado, de una clara de gaseosa y una marinera en las terrazas de cualquier bar de Murcia cuando sea posible. Creo que se puede disfrutar de estar con uno mismo, con una misma. Confío en que se puede seguir viviendo sin poner a nadie en peligro.

Por último, y no por ello menos importante, hoy y siempre pensaré que no podemos dejar toda la responsabilidad sobre nuestro presente y nuestro futuro al control que pueda ejercer el Estado sobre nosotros. Porque dudo mucho que nos sirva de algo responsabilizar únicamente a las autoridades de uno u otro gobierno estatal, autonómico o local por no haber tomado suficientes decisiones o medidas más restrictivas. El 'vigilar y castigar' no funciona en el interior de los hogares, en nuestros hábitos, en nuestra manera de cuidarnos y de entender nuestros vínculos con la tierra, con la naturaleza, con nosotros mismos y con el resto de seres humanos. No hay equipo de gobierno ni administración a la que se pueda responsabilizar de cómo cada uno de nosotros cuidamos la vida.

Cuidad y cuidáos.

La situación sanitaria en Murcia es hoy peor que la que en marzo nos llevó a un confinamiento domiciliario de dos largos y dolorosos meses ya en el olvido. Ayer, en la Región de Murcia, se diagnosticaron a 1.800 personas de COVID-19. Cabe suponer que hay muchos más casos no diagnosticados. El colegio de Médicos ha recomendado volver al confinamiento domiciliario porque las cifras asustan. Porque se han suspendido las intervenciones quirúrgicas no urgentes en nuestros hospitales. Porque son muchas las personas que no solo van a enfermar con la COVID-19 si no que están viendo su atención hospitalaria demorada por el estrés del sistema.

Muchas personas verán sus negocios cerrados. Sus sueños rotos. Sus familias en peligro.