Quizás sí, o tal vez no, seamos conscientes de que el día de hoy, nuestro presente, es el producto de todas y cada una de las decisiones que hemos ido tomando a lo largo de nuestra vida.
Es probable que muchas de ellas estén condicionadas por nuestro entorno, por nuestros familiares, amigos, así como por otras cuestiones de tipo cultural que, consciente o inconscientemente, nos afectan en nuestro día a día.
“Yo soy yo y mi circunstancia”, decía Ortega.
Hasta aquí nada que decir, tomamos decisiones que nos llevan a una situación concreta.
Sin embargo, la cuestión que me invita a escribir esto es, ¿son todas las nuestras decisiones tomadas con conocimiento de las consecuencias que las propias decisiones van a provocar? ¿Tomamos las decisiones libremente, una vez que hemos valorado todas las consecuencias?
Respecto a la primera cuestión la respuesta que creo más apropiada es que no todas las decisiones pueden ser tomadas con conocimiento puesto que hay consecuencias impredecibles, y por tanto en lo que esta respuesta implica para la segunda cuestión la libertad en tales decisiones no es tal si no se ha tomado conocimiento de las consecuencias, por tanto estamos limitados.
Nótese que cuando hablo de conocimiento hablo de tomar en consideración posibles resultados según las distintas alternativas y decidir según aquel resultado que creemos más beneficioso, no me refiero a saber qué va a pasar cuando tomamos una decisión, sino a conocer los posibles resultados que prevemos sabiendo que pueden ocurrir otros no previstos.
Es un poco como aquellos libros que leíamos de niños que se titulaban “Dragones y Mazmorras” donde te daban la oportunidad de ir eligiendo tú el resultado de la historia y según fueras eligiendo el final era uno u otro diferente.
Pues bien, en mi opinión la capacidad de conocimiento, de análisis, esa que se llama de sentido común, es la pieza básica en el engranaje de la toma de decisiones, y sin embargo esa capacidad que tenemos todos viene baremada o proporcionada por los distintos valores o principios que cada uno tenga, y aquí es donde distingo entre moral o ética filosófica y religión, puesto que mientras la primera se centra en las causas mayores y su repercusión en el Ser Humano, la segunda parte del presupuesto único o valor único, Dios, y lo que a sus ojos es bueno o no.
Por suerte para mi he tenido grandes Maestros, que no profesores de Filosofía, especialmente mi querida Begoña Domené, vaya un abrazo grande desde aquí, que me hicieron aprender a valorar mediante la reflexión la importancia de las decisiones y su repercusión en mi y en el Otro, sin embargo no puedo pensar lo mismo de la religión, no porque no tenga un valor intrínseco para el hombre, que tenerlo lo tiene, sino porque la religión a la medida que se concibe está pensada en primer lugar para agradar a Dios y luego al Hombre, de modo que lo que agrada a Dios no agrada al Hombre en muchas ocasiones, y esto nos hace olvidar aquellos procesos que mediante la Filosofía nos llevan a la Verdad, de ahí que no entienda cómo se equiparan una y otra disciplina a la hora de los programas o currículos escolares, pues mientras la Filosofía y su aplicación me ayuda a convivir conmigo y mi vecino, la religión me ayuda a convivir conmigo y con Dios, por lo que por mucho que quieran equipararlas no son iguales, y aquí quizás sirva aquello de “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Entramos así en un conflicto en el que puede que lo que agrade a Dios no agrade a mis congéneres y como Dios es el valor supremo se le antepone al Hombre, y ello a pesar de que Dios puso al Hombre, Ser Humano, como el centro de su creación y filosóficamente, sin embargo, el conflicto no es tal puesto que nos movemos en la horizontalidad, es decir, buscamos el bien común para todos, de ahí que será más difícil un conflicto como el que sucede cuando verticalizamos en religión de Dios a nosotros.
Por tanto, si en la toma de decisiones ponemos en valor cuestiones que no conocemos y que no están guiadas por el Conocimiento difícil será que las mismas puedan tener consecuencias favorables para todos, que nada tienen que ver con el sufrimiento o dolor que provoque esa decisión y la toma de la misma.
Digo todo esto porque ayer, día 26 de diciembre, tuve que tomar una de las decisiones más dolorosas de mi vida, guiado por mis valores y mi eterna búsqueda de la Verdad, y curiosamente esta mañana me he dado cuenta de que aunque dolorosa agradaría a los hombres y a Dios, si sus reglas son las que los hombres dicen que son, pero ay amigos el dolor no se va, y por eso tal vez tomemos decisiones erróneas sabiendo que si tomamos las acertadas nos van a doler, y por ello aunque sepamos que son erróneas prefiramos éstas para evitar el dolor, de ahí que quizás lo más conveniente sería aprender a aguantar el dolor.