Pese a que 1.118 mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o ex parejas desde el año 2003 dejando casi un millar de huérfanos en nuestro país, el 20,9% de los jóvenes varones de entre 15 y 29 años niega la existencia de la violencia de género y asegura que es “un invento ideológico”. Hay datos que, además de desoladores, avergüenzan.
Durante el trascurso del Acto Conmemorativo del 25N a las puertas de la Asamblea Regional, todas y todos los presentes colocamos una flor morada por cada una de las mujeres asesinadas durante este año sobre dos maceteros que presidían un panel lleno de frases en contra de la violencia machista. 37 mujeres fueron nombradas, una a una, junto al lugar donde habían sido asesinadas. Guardamos un minuto de silencio en su memoria y el acto se cerró con un discurso, he de decir que coherente y respetuoso, en el que se citaron los mismos datos que he dado al empezar este texto. En ese momento un diputado, situado justo enfrente de mí, asintió con su cabeza y sonrió. Sí, sonrió. Y así, con ese irrespetuoso y soberbio gesto, aplaudió y se unió, en un momento de máximo respeto y de forma pública, a ese 20,9% de jóvenes que niegan la violencia de género y justamente después de haber guardado un minuto de silencio por las víctimas. Como quien va a un entierro y se ríe del muerto. Como quien acude a un homenaje cuestionando la valía del homenajeado. Como quien solo viene a figurar, incluso cuando para ello debe pasar por encima de los principios que él mismo defiende y de las propias asesinadas. Demagogia sin disfraz.
No cuesta mucho imaginar quién fue esa persona, pero prefiero no darle protagonismo a quien en este caso solo lo merecería por su falta de educación u otro más de sus muchos actos propagandísticos en contra de las mujeres y nuestros derechos. No me voy a permitir darle ese gusto, pero sí que cuento todo esto porque creo que hay ciertos hechos y actitudes muy graves que no deben obviarse por respeto a esas mujeres asesinadas y a sus familias. Como tampoco me parecía justo no recordar, cada vez que algo así ocurre, que en nuestro Gobierno regional se ha permitido la entrada de estas personas y con ellas a la mismísima ultraderecha.
En mi casa me enseñaron que cuando te invitan debes responder con educación para mostrar respeto al lugar en el que estás, a las costumbres de quienes te han invitado y a quien se homenajea. Si te sientes incómodo o no lo ves de este modo, es tan fácil como declinar la invitación por coherencia o irte del lugar para no verte obligado a actuar con demagogia. Imaginen que durante un acto religioso yo misma decidiese no levantarme de mi asiento cuando me tocase hacerlo o reírme a mitad de la consagración. Imaginen cualquiera de los calificativos con los que se me tacharía y, muy probablemente, casi todos asumibles porque tendrían razón.
Cambiando por completo de tema, hablaba hace unos días con mi hija mayor sobre la privación de libertad que el velo ejerce sobre las mujeres que se ven obligadas a llevarlo. Conversábamos sobre las diferencias entre el hijab y otras indumentarias que conllevan que el rostro y el cuerpo de las mujeres queden tapados por completo (o casi), y el hecho de que hubiese muchas mujeres obligadas a vestirlos por imposición conyugal o familiar. Ella, que más que hablar me escuchaba mientras ojeaba su Instagram, en un determinado momento, soltó su móvil, me miró y dijo: “¿Por qué presupones que todas están obligadas y no te planteas que lo puedan haber elegido de manera libre? Tu pensamiento es racista. Nunca te he visto cuestionar a una monja por su decisión de cubrirse la cabeza o encerrarse en un convento para que nadie la vea. Nunca has hablado de eso y deberías planteártelo”.
Llevo días reflexionando sobre esto y si incluyo esta anécdota justamente aquí, en este texto en el que he acusado de demagogo a quien claramente y a mi entender lo ha sido, es porque pienso que solo haciendo un ejercicio de autocrítica como este podremos llegar a convertirnos en mejores y defender la igualdad entre géneros sin pararnos en prejuicios morales o tabúes que, en muchas ocasiones, llevan tanto tiempo asentados o enquistados en nuestras vidas que no somos siquiera conscientes de ello.
Sigamos reflexionando para que nadie pueda acusarnos de estar haciendo esa misma demagogia.
Pese a que 1.118 mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o ex parejas desde el año 2003 dejando casi un millar de huérfanos en nuestro país, el 20,9% de los jóvenes varones de entre 15 y 29 años niega la existencia de la violencia de género y asegura que es “un invento ideológico”. Hay datos que, además de desoladores, avergüenzan.
Durante el trascurso del Acto Conmemorativo del 25N a las puertas de la Asamblea Regional, todas y todos los presentes colocamos una flor morada por cada una de las mujeres asesinadas durante este año sobre dos maceteros que presidían un panel lleno de frases en contra de la violencia machista. 37 mujeres fueron nombradas, una a una, junto al lugar donde habían sido asesinadas. Guardamos un minuto de silencio en su memoria y el acto se cerró con un discurso, he de decir que coherente y respetuoso, en el que se citaron los mismos datos que he dado al empezar este texto. En ese momento un diputado, situado justo enfrente de mí, asintió con su cabeza y sonrió. Sí, sonrió. Y así, con ese irrespetuoso y soberbio gesto, aplaudió y se unió, en un momento de máximo respeto y de forma pública, a ese 20,9% de jóvenes que niegan la violencia de género y justamente después de haber guardado un minuto de silencio por las víctimas. Como quien va a un entierro y se ríe del muerto. Como quien acude a un homenaje cuestionando la valía del homenajeado. Como quien solo viene a figurar, incluso cuando para ello debe pasar por encima de los principios que él mismo defiende y de las propias asesinadas. Demagogia sin disfraz.