Las palabras dirigidas, el otro día, al concejal Ginés Ruiz debieran haber escandalizado a la bancada popular que calló, al menos hasta cuando esto se escribe. Esto ya no sorprende y a mi me da pena. El matonismo que se practica en el Congreso con “eso no me lo dices en la calle” no preocuparía tanto si el silencio del Partido Popular no fuera clamoroso, si alguno de sus diputados no imitase la retórica para ganar votos y si algunos medios tan beligerantes que fueron con unos no fueran tan permisivos con otros. Porque ante esta situación solo cabe la denuncia pública de estas conductas reprobables que algunos minimizan o dejan hacer sin poner un claro límite y eso es un problema.
No es extraño que en España se haya perdido la memoria de esos conservadores que se jugaron el tipo negándose a secundar el golpe de estado y se opusieron al franquismo como pudieron y no fueron pocos. Aquellos republicanos de derechas en la España de hoy no tienen nadie que los reivindique, han sido condenados al ostracismo. Es más, en España ser republicano no define una preferencia por un régimen político es directamente ser de izquierdas. Esa es quizás la mayor victoria de Franco, el haber acabado con esa derecha creyente en la res-publica que hoy se horroriza en privado, pero calla en público con menos valor que sus antecesores que se jugaron el fusilamiento, un exilio interior o exterior para defender los valores democráticos. Esto en España es un problema, pues, a día de hoy, parece haber desaparecido esa derecha creyente en la res-publica. Siempre me pregunté la razón de que nadie reivindicara a esa derecha que se opuso desde el inicio a la guerra civil, al franquismo y que se mantuvo en sus trece hasta el final, aquella que reconocía que fue la experiencia de la guerra civil y su posterior posguerra la que retraso el desarrollo de una España que se encauzaba en una democracia comparable a las de su entorno.
La ausencia de esa derecha es un problema para la política actual y para la construcción de un país democrático como debiera ser el nuestro. Máxime cuando ahora el Partido Popular no tiene que jugar con esas dos almas que hacían de España ese extraño país donde la extrema derecha no existía pues estaba dentro de ellos. Con su separación el Partido Popular podría buscar ese espacio libre que queda entre la democracia cristiana alemana y el liberalismo, pero en vez de eso se dedica o a copiar los eslóganes de la extrema derecha porque en el fondo espera poder gobernar con ellos o a desarrollar su visión del populismo trumpista que en el caso de Ayuso tantos réditos le han dado. Una realidad que es extensible a la ciudad de Murcia, vistas las encuestas que pronostican la desaparición de ciudadanos.
Mientras esto sucede estamos saliendo de una pandemia en el marco de una crisis global de energía y suministros, con unos partidos que con un vocal gobiernan una pedanía tachan la aritmética parlamentaria de ilegal y al inicio de la pandemia querían llevar a juicio al delegado del Gobierno de Madrid por no haber prohibido una manifestación – un derecho fundamental – y casi lo consiguen, para a la misma vez y sin rubor, llevar al Tribunal Constitucional el estado de alarma, con la suerte que el cambio de aritmética en su composición por una renuncia, les ha permitido que el mismo dijera que el mismo es ilegal para las pandemias y que para eso mejor el estado de excepción, pero sobre eso hablamos otro día.
Las palabras dirigidas, el otro día, al concejal Ginés Ruiz debieran haber escandalizado a la bancada popular que calló, al menos hasta cuando esto se escribe. Esto ya no sorprende y a mi me da pena. El matonismo que se practica en el Congreso con “eso no me lo dices en la calle” no preocuparía tanto si el silencio del Partido Popular no fuera clamoroso, si alguno de sus diputados no imitase la retórica para ganar votos y si algunos medios tan beligerantes que fueron con unos no fueran tan permisivos con otros. Porque ante esta situación solo cabe la denuncia pública de estas conductas reprobables que algunos minimizan o dejan hacer sin poner un claro límite y eso es un problema.
No es extraño que en España se haya perdido la memoria de esos conservadores que se jugaron el tipo negándose a secundar el golpe de estado y se opusieron al franquismo como pudieron y no fueron pocos. Aquellos republicanos de derechas en la España de hoy no tienen nadie que los reivindique, han sido condenados al ostracismo. Es más, en España ser republicano no define una preferencia por un régimen político es directamente ser de izquierdas. Esa es quizás la mayor victoria de Franco, el haber acabado con esa derecha creyente en la res-publica que hoy se horroriza en privado, pero calla en público con menos valor que sus antecesores que se jugaron el fusilamiento, un exilio interior o exterior para defender los valores democráticos. Esto en España es un problema, pues, a día de hoy, parece haber desaparecido esa derecha creyente en la res-publica. Siempre me pregunté la razón de que nadie reivindicara a esa derecha que se opuso desde el inicio a la guerra civil, al franquismo y que se mantuvo en sus trece hasta el final, aquella que reconocía que fue la experiencia de la guerra civil y su posterior posguerra la que retraso el desarrollo de una España que se encauzaba en una democracia comparable a las de su entorno.