Las mujeres no juegan bien al fútbol, tienen que vestir femeninas y alguna que otra machirulada: los Juegos Olímpicos de Tokio nos obligan a repensar la distribución de roles de género en el deporte, pero ¿está el cambio en camino? El evento vino con turbulencias desde el principio. Ya en febrero surgían las primeras polémicas cuando, el entonces presidente del comité organizador, Yoshiro Mori, se veía obligado a desvincularse del evento por sus comentarios machistas. El japonés había propuesto regular el turno de palabra del sexo femenino en el Comité Olímpico, para que el aumento del número de mujeres en la junta del 20 al 40 por ciento no provocase que las reuniones “no acabasen nunca”. Este incidente, que podría haber quedado en las casposas declaraciones de un señor de 84 años, no ha sido más que el inicio de un sinfín de debates acerca del sexismo en el deporte dentro de la institución, en los medios de comunicación e incluso, entre atletas y ex atletas olímpicos.
Las noruegas de balonmano playa, tras un año de frustrante lucha con el Comité Olímpico para acabar con la sexualización de sus cuerpos, a través de la equipación que este les obliga a llevar en los Juegos, protagonizaron otro de los grandes revuelos que ha vivido el evento. El equipo noruego se negaba a utilizar la parte inferior de su vestimenta convencional, una especie de biquini de no más de diez centímetros de tela (seis centímetros en voleibol playa). Las jugadoras creen que estas limitaciones son de origen “sexista”, no teniendo en cuenta la comodidad de las atletas y solo afectando al equipo femenino. Los jugadores de balonmano playa, en cambio, no tienen que lidiar con estas restricciones de tela más allá de que los pantalones se sitúen diez centímetros por encima de la rótula.
Las atletas pretendían hacer públicas estas reivindicaciones en los Juegos y estaban dispuestas a asumir la sanción de 5.000 euros con la que les había amenazado el Comité, sin embargo, justo antes del comienzo del primer partido la organización endureció la sanción amenazando con descalificarlas. Este contratiempo supuso un duro bache para las jugadoras que se vieron obligadas a renunciar a los pantalones cortos que les cubrían el trasero de forma completa para volver a calzarse el biquini, cediendo la comodidad en pos de la sensualidad. Aun así, las noruegas han sido penalizadas con una multa de 1.500 euros “por el uso de ropa inadecuada”, que asumirá “felizmente” la cantante Pink como apoyo a la protesta. Las noruegas no han querido que su voz quede sofocada y han enviado una queja formal a la federación europea con el respaldo del equipo sueco, francés y danés.
Las críticas a la sexualización y cosificación de las mujeres en el deporte también se ha llevado a cabo por parte de las gimnastas alemanas, quienes decidieron llevar un traje completo durante sus ejercicios en vez del típico maillot. Esta vestimenta que sí está aprobada por la Federación Internacional (FIG), siempre y cuando, el traje sea ajustado (norma que no se aplica a los hombres), les aporta mayor comodidad a las gimnastas, ya que, según han afirmado, no tienen que preocuparse de que este se les pueda desplazar mientras compiten.
Estas diferencias de vestuario en pleno 2021 plantean la innegable premisa de que, a día de hoy, se continua infravalorando el deporte femenino y se pretende “compensar” a la audiencia con un espectáculo sensual que de verdad le pueda resultar atractivo. Los Juegos Olímpicos de Tokio no son algo externo de la sociedad, sino un reflejo de esta. Es por ello que nos encontramos falditas, tops y biquinis diminutos para las atletas y camisetas y pantalones cómodos para los deportistas. En las mujeres se busca la belleza, la sensualidad, atraer al público masculino, como si con las habilidades que poseen no fuera suficiente. Tanto es así que, durante el partido de cuartos de final femenino entre Estados Unidos y Países Bajos, cierto comentarista español alegaba con toda tranquilidad y sin ningún tipo de reparo, que “es difícil ver un partido de fútbol de mujeres de estos y decir qué bien han jugado en el día de hoy”, además de asegurar que en todo su recorrido profesional no había visto más de diez partidos destacables.
El caso de este periodista no ha sido el único durante los Juegos, desde numerosos medios de tirada nacional e internacional, nos encontrábamos a diario con titulares desafortunados en los que se referían a las mejores deportistas del momento con referencia a sus antiguos novios o a algunos de sus referentes, en vez de situarlas como protagonistas de sus hazañas. A su vez, no han dejado de aparecer noticias, ya rancias de más, en las que ponía únicamente en valor el atractivo de las atletas. Las redes sociales se han hecho eco de ello y no han dejado de surgir críticas al respecto, sin embargo, los reportajes sobre las deportistas más “hot” siguen recibiendo miles de clics.
Sin embargo, no solo las atletas de estos juegos han sufrido en sus pieles el machismo intrínseco que permea todavía en cada fragmento de la sociedad “civilizada”, el gimnasta español Crístofer Beníter ha tenido que sufrir por redes sociales el ataque de la excampeona olímpica de patinaje artístico, Tatina Navka, por dedicarse a la gimnasia rítmica. La patinadora rusa ha criticado el vistoso vestuario del tinerfeño en un vídeo de la Copa de la Reina de gimnasia celebrada en Guadalajara y su participación como hombre en un “deporte hermoso y femenino”. Navka ha declarado estar “feliz de que tal cosa no exista” en Rusia y que sus hijos no lo consideren “la norma”. “Lo masculino seguirá siendo masculino y lo femenino seguirá siendo femenino”, ha espetado. El gimnasta ha contestado a través de Instagram, asegurando que las declaraciones de la patinadora “carecen de valores deportivos y de respeto” y agradeciendo “el apoyo y cariño” que se le ha mostrado en la red social después de estas. “La maldad está en los ojos del que mira y no del que ama. He luchado, lucho y lucharé por algo que no hace daño a nadie, por algo que me tiene enamorado”, ha concluido en otra publicación.
Los modelos de masculinidad que se tratan de imponer en la sociedad han chocado a su vez con el saltador de trampolín británico, Thomas Daley, ya que medios de comunicación y cuentas en redes sociales lo han tildado de grandma (abuela en inglés), por tejer durante la competición femenina. Este atleta, activista por los derechos LGTBI, ha comentado que es su forma de “encontrar la calma” y que le “alivia el estrés” desde que comenzó a practicarlo hace más de un año. Resulta complicado de entender cómo un hombre tiene que justificar su afición por tejer, mientras esa misma semana otro atleta olímpico, Novak Djokovic, que días antes había calificado la presión como “privilegio”, después de que dos atletas femeninas, Simone Biles y Naomi Osaka, afirmaran que esta les había pasado factura en su salud mental, no tuvo que dar explicaciones sobre su pérdida de compostura al perder el bronce y romper hasta dos raquetas (una de ellas lanzándola contra la grada), además de abandonar a su pareja de dobles y robarle la posibilidad de luchar por el tercer puesto.
La delimitación de los comportamientos de hombre o mujer, lejos de ser innata, es aprendida y recordada durante todo el trayecto de la vida de una persona. Las niñas son buenas y responsables, los niños traviesos y despreocupados. Las chicas se dedican a hablar y cotillear, los chicos a jugar al fútbol. Las mujeres son emocionales y responden peor a las crisis, los hombres son más racionales, aunque paradójicamente les permitimos más reacciones violentas. La educación de un ser humano queda determinada desde el mismo instante en que nacemos en función de nuestro sexo biológico.
Los Juegos Olímpicos quieren dejar de lado cualquier tipo de protesta política, pero ¿no es precisamente no tomar ninguna acción ya un modo de decantarse políticamente?¿Acaso es capaz el ser humano de desligar su privacidad de la política? ¿No aprendimos ya que lo personal también es político con la segunda ola del feminismo y teóricas como Kate Millet?
Ante la falta de acción por parte del Comité Olímpico podemos quedarnos con la estampa de sororidad que se han vivido durante estos juegos, ya sea entre las atletas femeninas, felicitándose con orgullo y no perpetuando la rivalidad entre mujeres que impone el patriarcado; entre aquellos países que han mostrado públicamente su apoyo a aquellas deportistas que han llevado a cabo protestas por la igualdad a través del vestuario, o el significativo gesto con las mascarillas rosas del equipo de esgrima de Estados Unidos, mostrando su rechazo a que se haya permitido participar como suplente en los Juegos otro deportista acusado por tres mujeres de abuso sexual.
El camino hacia la igualdad se plantea aún largo y escabroso, pero quizás el mismo hecho de que sean cada vez más constantes las críticas a la desigualdad entre vestuarios o el rechazo a determinados comportamientos o declaraciones machistas, pueda forzar a la sociedad a avanzar a un lugar donde a deportistas como Ona Carbonell no se las prive durante unos Juegos Olímpicos de poder amamantar a su hijo lactante, donde aumentar el 20 por ciento de mujeres en un Comité Olímpico no suscite comentarios que insinúen la incapacidad de estas para expresarse con concisión o donde las atletas no se vean obligadas a usar un vestuario de menos de 10 centímetros.