Una de las cosas más frustrantes de trabajar en el mundo del diseño y de la accesibilidad es cuando en la revisión le comentas a un técnico o arquitecto que no ha pensado en todas las personas que usaran su producto o servicio y te dice: “Tienes razón, pero es tarde, lo tendremos en cuenta la próxima vez”. Solo que no te llaman para la próxima vez o vuelve a suceder lo mismo.
Es increíblemente frustrante que el diseño universal no se tenga en cuenta de forma transversal. Creo que, a todas las personas, sin demasiada excepción, nos ha pasado que cambiamos de móvil o nos dejan uno y nos cuesta un tiempo habituarnos. No sabemos cómo usarlo, a veces, incluso nos cuesta coger una llamada porque no es demasiado intuitivo, se oculta la llamada o falla el sonido. Y es que, los smartphone son cada vez más ligeros y elegantes, pero han perdido su función original: guardar teléfonos y llamar.
Y no ocurre solo con la tecnología, sino con los utensilios más cotidianos: ¿habéis probado a abrir una puerta con pomo llevando un montón de platos? ¿o que un grifo esté tan fuerte que no gire o se os resbale en las manos? En esas situaciones una se siente torpe porque no ha sido capaz de usar o entender cómo se usa, pero es muy posible que no sea enteramente tu culpa, también es posible el producto esté mal diseñado.
Ya lo decía la declaración de Estocolmo: “El buen diseño capacita, el mal diseño discapacita” por lo que, además, podemos decir que del diseño dependen incluso los derechos humanos de muchas personas. Cuando se diseña pensando en la cotidianidad y la diversidad humana todas las personas nos beneficiamos de ello. Para ello es importante que se cumpla la ley de accesibilidad de la Región de Murcia.
Sin embargo, se suele diseñar desde despachos y sin pisar la calle. Luego, cuando algo no funciona, los técnicos se sienten profundamente incomprendidos y ponen el peso en la inhabilidad de las personas que no consiguen usarlo de forma correcta y no en el propio producto. Diseñar debería usarse para solucionar problemas, no para generar necesidades.
Y así lo que explica Don Norman en su libro 'El diseño de las cosas cotidianas' (Capitán Swing, 2024). Según Norman, investigador, escritor y profesor de Ciencias Cognitivas, un mal diseño es aquel que no se centra en las necesidades de las personas.
Para Norman diseñar es construir cosas para otras personas, dejando de lado el ego del diseñador y basándose en las experiencias de las personas usuarias. El libro está lleno de anécdotas sobre puertas mal señalizadas y maquinas nada intuitivas, cosas que nos han pasado al común de los mortales.
Norman lo atribuye a que los ingenieros, como los arquitectos, están formados en la lógica matemática y acaban creyendo que todas las personas siguen esas directrices como si de máquinas se tratase, sin embargo, para hacer buenos diseños es imprescindible entender y escuchar a las personas por lo que se hace necesario que los equipos de profesionales sean interdisciplinares y la accesibilidad transversal.
Para esto es necesario acceder, entender e interactuar con el producto diseñado y que todas las personas lo puedan hacer de forma intuitiva y sencilla. Por lo que se mezclan aspectos físicos, sensoriales y cognitivos. Un buen diseño debe de ser comprensible, sencillo, utilizable y proporcionar una buena experiencia libre de frustraciones.
Una de las cosas más frustrantes de trabajar en el mundo del diseño y de la accesibilidad es cuando en la revisión le comentas a un técnico o arquitecto que no ha pensado en todas las personas que usaran su producto o servicio y te dice: “Tienes razón, pero es tarde, lo tendremos en cuenta la próxima vez”. Solo que no te llaman para la próxima vez o vuelve a suceder lo mismo.
Es increíblemente frustrante que el diseño universal no se tenga en cuenta de forma transversal. Creo que, a todas las personas, sin demasiada excepción, nos ha pasado que cambiamos de móvil o nos dejan uno y nos cuesta un tiempo habituarnos. No sabemos cómo usarlo, a veces, incluso nos cuesta coger una llamada porque no es demasiado intuitivo, se oculta la llamada o falla el sonido. Y es que, los smartphone son cada vez más ligeros y elegantes, pero han perdido su función original: guardar teléfonos y llamar.