Adela va a 4º de Primaria, su madre trabaja de ocho a tres y media. El día de semipresencialidad se conecta por videochat con su abuela que vive en Novosibirsk y hacen los deberes juntas en ruso a través de la pantalla, porque Adela tiene suerte, dispone de una tablet, una abuela a 7.500 kilómetros y una persona que va limpiar a casa los martes que se queda con ella hasta que vuelve su madre.
Ashlam y sus tres hermanos no son tan afortunados, su padre trabaja en el campo y su madre va días sueltos a un almacén de fruta, si coincide con el día que no van al colegio les deja su móvil para que puedan descargarse deberes y conectarse. Cuatro niños sin wifi, ni PC, sin impresora y solos en casa todo el día. Cuando su madre no trabaja la cosa no cambia, ella no lee ni escribe español.
Los padres de Gonzalo y Lourdes se han convertido en magos en gestión del tiempo, tienen un hijo en 3º de ESO que asiste al instituto el 50% de las clases y una niña en 2º de Primaria que se queda en casa los martes. Los domingos antes de acostarse sincronizan sus agendas con los horarios escolares: cambios de turno, unos días adelantan la salida del trabajo, otros se quedan más horas para compensar o piden días de vacaciones y asuntos propios.
La Región de Murcia es la única comunidad de toda España que ha aplicado el sistema de semipresencialidad desde Educación Infantil hasta Bachillerato, esto está generando desamparo educativo, una ruptura de la equidad y de la escuela como lugar de compensación de desigualdades. La suerte está echada, aquellos afortunados nacidos en familias con recursos académicos y económicos saldrán adelante, no sin dificultad, pero saldrán. Muchos quedarán atrás, rezagados y aturdidos, porque si algo ha provocado la semipresencialidad es aturdimiento. Las madres y los padres vamos como zombies asumiendo que es lo que toca, vivimos cada día cruzando los dedos para que por favor virgencita que me quede como estoy.
Se asume la semipresencialidad como si estuviéramos anestesiados. No pueden estar más de veinte alumnos en el aula porque no sería seguro estar allí. Aceptamos pulpo, por miedo. Pero es que ahora tampoco son seguras con la bajada de ratio que ha expulsado a los niños del aula y parece que hay que poner filtros y purificadores. El miedo es un arma infalible y gratuita para los que toman las decisiones. Es un plan perfecto, en nombre del miedo las asociaciones de madres y padres están comprando filtros hepa, purificadores, pagando toldos y pupitres portátiles para dar clase en el patio, aunque no todas las AMPAS tienen ese poderío y nuevamente nos encontramos con centros ubicados en barrios desfavorecidos con AMPAS inexistentes más allá del papel, que no podrán asumir la compra de material. Mientras tanto la consejería convoca el plan aire limpio de prevención del virus, al que solo podrán acceder 100 centros. Otra vez la vida es una tómbola.
La brecha crece cada semana, pensábamos que la Consejería llegaba tarde, pero es que no está ni se le espera. No se han articulado los anunciados espacios de conciliación, no hay un plan efectivo de teletrabajo más allá de la función pública, no se ha escuchado a la comunidad educativa.
El infierno de la conciliación y la atención educativa afecta más a las madres, esto no es una sorpresa cuando se habla de los cuidados y las renuncias. Una brecha más, la del género, nos colaremos en alguna de ellas y no sabremos cómo salir de allí.
La orden del 31 de agosto de la Consejería de Educación con las medidas de semipresencialidad fue un disparo en el hielo. El sistema educativo en este momento es un lago inhóspito y helado, con zonas más seguras y gruesas, otras por desgracia más frágiles. Cuando se golpea con fuerza, la primera fractura es en capa más fina, pero esa brecha no se detiene, continúa avanzando hasta alcanzar las capas más sólidas, se agranda y genera nuevas brechas, algunas imperceptibles ahora mismo pero visibles en unos años. El hielo se fragmentará, solo algunos tendrán un bote al que subir, pero aún flotando sentirán las sacudidas y los envites del agua agitada por los que quedan abajo.
El futuro ya está aquí, es ahora. El hielo se rompe. Salgamos del aturdimiento y reclamemos lo que es nuestro, las familias no debemos permitir una normalidad excluyente, no podemos dejarlo en manos de la suerte.
Adela va a 4º de Primaria, su madre trabaja de ocho a tres y media. El día de semipresencialidad se conecta por videochat con su abuela que vive en Novosibirsk y hacen los deberes juntas en ruso a través de la pantalla, porque Adela tiene suerte, dispone de una tablet, una abuela a 7.500 kilómetros y una persona que va limpiar a casa los martes que se queda con ella hasta que vuelve su madre.
Ashlam y sus tres hermanos no son tan afortunados, su padre trabaja en el campo y su madre va días sueltos a un almacén de fruta, si coincide con el día que no van al colegio les deja su móvil para que puedan descargarse deberes y conectarse. Cuatro niños sin wifi, ni PC, sin impresora y solos en casa todo el día. Cuando su madre no trabaja la cosa no cambia, ella no lee ni escribe español.