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La emergencia del sujeto y la libertad

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El sujeto humano no nace libre, ni humano, ni con condición de sujeto, sino que sólo a partir de un lento y azaroso proceso puede llegar a emerger como tal y conquistar un cierto grado de libertad.

Venimos al mundo completamente desvalidos, dependientes de un entorno (fundamentalmente la figura materna) que interpreta y satisface (o frustra) nuestras necesidades. En la medida en que nacemos sin la capacidad de usar el lenguaje, sin poder dar sentido a nuestras necesidades, sin la constitución de un deseo que vaya más allá de esas necesidades y sin la facultad de reclamar ante los otros nuestras necesidades y deseos (más allá de un llanto de significado incierto) no somos sujetos, sino objetos a ser cuidados desde el exterior, como cualquier animalillo.

Nuestra capacidad de desarrollo más allá de este estado viene determinada en primer lugar por la biología. La naturaleza establece un marco de posibilidades en relación a la especie, sexo y capacidades de cada uno que funciona como un límite que no se puede sobrepasar. Yo no podría volar como si fuese un pájaro, ni quedarme embarazado como si fuese una mujer ni, por mucho que entrenase, correr cien metros en menos de diez segundos como hacen algunos atletas cuya genética les permite desarrollar su aparato locomotor de una forma que a mí me está vedada. El determinismo biológico es un enfoque que reduce toda la capacidad de desarrollo del ser humano a este límite, considerando que la naturaleza es el único elemento significativo en relación al tipo de ser que llega a ser una persona. Esta ideología considera que el ser humano ni es sujeto ni es libre, sino sólo un autómata constituido por ácidos nucleicos y proteínas.

Otro elemento importante para el desarrollo de potencialidades y la constitución de límites del ser humano es el ambiente. La figura materna es la que interpreta el llanto del bebé y decide cogerle en brazos, darle el pecho, ponerle una manta o dejarle seguir llorando. Esta figura hace “un traje a medida” que condiciona poderosamente la forma en la que el psiquismo incipiente del sujeto se relaciona con sus señales biológicas, constituyéndose en gestor de sus necesidades (posteriormente también de sus deseos) y en mediador con la realidad externa. Además, la identidad es inicialmente impuesta desde fuera. Lo que los psicoanalistas llaman el deseo de la madre, que en condiciones normales está mediatizado y regulado por la cultura imperante en una comunidad determinada, conforma una “imagen” en la que el niño ha de reconocerse, a la manera de un espejo. Al niño se le imponen un género, una clase social, unos modos de relación, unos intereses y valores, etc. Esta identidad puede concordar con su realidad biológica y sus circunstancias sociales o no, y cuando no lo hace pueden surgir múltiples problemas.

El determinismo ambiental considera que las influencias externas sobre el ser humano en desarrollo lo constituyen como quien es, independientemente de sus características biológicas o de un funcionamiento autónomo de su psiquismo. Como todo determinismo, niega la libertad y la posibilidad de constituirse en sujeto, reduciéndolo a un autómata programado por su entorno.

Los intentos de desarrollar a un ser humano “libre” de influencias externas, mediante una crianza reducida a los cuidados biológicos y desprovista de vínculos interpersonales y condicionantes cognitivos, han conducido a la muerte de estos niños por deprivación afectiva o, en casos menos extremos, a perturbaciones mentales de tipo psicótico y serias dificultades en la constitución de la identidad. Estos intentos han ignorado el hecho de que el psiquismo se constituye inicialmente desde fuera.

La violencia primaria es la influencia ejercida por una figura materna “suficientemente buena” que impone al niño una forma de entender sus necesidades y de verse a sí mismo que concuerdan en gran medida con su realidad biológica y con su incipiente desarrollo psíquico. La violencia secundaria es la que ejerce una madre que antepone sus propias necesidades a las del niño y le impone un “traje” excesivamente distorsionado, lo que le impide desarrollarse adecuadamente.

El sujeto constituido, aunque de manera alienada, a partir de la violencia primaria tiene la oportunidad de encontrar un resquicio entre los determinismos biológico y ambiental y desarrollarse como un ser libre. Puede lograr desidentificarse de algunos de los elementos que le fueron impuestos y reconstruirse con un cierto grado de autonomía. Puede cuestionar los mensajes que le influyen y reinterpretarse tanto a sí mismo como al mundo.

La violencia secundaria, como toda acción traumática, nos aproxima al escenario del determinismo ambiental, al dañar al sujeto emergente. Por otra parte, el abandono precoz y la deprivación de referentes identitarios impiden el surgimiento del sujeto. Sólo en la rendija entre ambos extremos, entre Escila y Caribdis, puede surgir el sujeto, el ser auténticamente humano, en un proceso difícil, pero posible. La promoción de ese proceso es tarea de los profesionales sanitarios, del sistema educativo y de la sociedad en su conjunto, pero sólo el individuo es capaz de realizar este proceso personal, o de atascarse por el camino.

El sujeto humano no nace libre, ni humano, ni con condición de sujeto, sino que sólo a partir de un lento y azaroso proceso puede llegar a emerger como tal y conquistar un cierto grado de libertad.

Venimos al mundo completamente desvalidos, dependientes de un entorno (fundamentalmente la figura materna) que interpreta y satisface (o frustra) nuestras necesidades. En la medida en que nacemos sin la capacidad de usar el lenguaje, sin poder dar sentido a nuestras necesidades, sin la constitución de un deseo que vaya más allá de esas necesidades y sin la facultad de reclamar ante los otros nuestras necesidades y deseos (más allá de un llanto de significado incierto) no somos sujetos, sino objetos a ser cuidados desde el exterior, como cualquier animalillo.