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Para entrar en el debate de las izquierdas: un GPS, un mapa y una guía toxicológica

La culpa de las 3.632 palabras que vienen a continuación es de una entrevista que le hicieron hace unos días a Tamara Falcó en la revista Marie Claire. El titular me llegó por redes sociales, convenientemente envuelto en coñas marineras: “Rezo por Pablo Iglesias y por todos los de Podemos”. Me reí un rato, añadí algún comentario mordaz y me olvidé momentáneamente del tema. Mi subconsciente lo rescató -vete a saber por qué- esa misma noche. Ya sin coñas, me vino la pregunta: ¿quién hace de Tamara Falcó, para hacer reír a la derecha?

¿Se os ocurre algún nombre? No, ¿verdad? Es un poco como en ese viejo consejo para aprender a jugar al póker: Si no sabes quién va perdiendo, entonces lo más probable es que ese seas tú. Oui, c’est moi. Je suis Tamara. Y todos los que nos dedicamos a juntar letras críticas en medios digitales como este, o, -ponle- CTXT, o El Salto, o La Marea, o Infolibre. Escribimos heteropatriarcado, o pensamiento único, o troika y a algún derechista se le sale el colacao por la nariz, de la risa. Si le llega, claro. Porque no somos la Marie Claire. Ojalá.

Ya resignado al insomnio, me estuve preguntando más cosas, indagando sobre todo este asunto de las críticas. Importa su origen. No da igual que las suelte Agamenón o su porquero. El fervor antipodemita de Tamara Falcó (como el de Pérez-Reverte, como el de Salvador Sostres) podría hasta conseguirnos votos. Para que una crítica surta efecto, debe ser enunciada desde una posición cercana al oyente, legitimada por éste. Duele menos una bola rápida desde el fondo de la pista que un raquetazo en la cabeza propinado por tu compañero de dobles.

Es inevitable preguntarse qué pasaría si uno abriese cualquier periódico, sintonizase cualquier canal y encontrase todo el rato gente puntera -autoidentificada como de centroderecha- hablando sobre lo que debería hacer la derecha y no está haciendo, los motivos del ‘fracaso’ del PP (al fin y al cabo un partido que se ha dejado casi catorce puntos en las encuestas en un año y medio), posibles ‘soluciones’ drásticas a la inminente ‘debacle’. Influencers derechistas profetizando un largo invierno podemita si Rajoy no dimite inmediatamente en beneficio de -ponle- Pablo Casado. Jorge Bustos pidiendo cabezas. Los tertulianos de TVE1 poniendo a Guindos a caer de un burro.

Eso -todos lo sabemos- no va a ocurrir, a no ser que un día el menda se encuentre, como Faemino y Cansado, once mil millones mientras se peina y decida invertir en conglomerados mediáticos para darle la vuelta a la tortilla de la hegemonía. Así que el panorama es bien diferente. Mientras las Tamaras del bloque antagonista nos desgañitamos en la fría tundra digital, los medios de masas españoles tienen bien aprendido el marco “fracaso de las izquierdas”. A veces de forma tamaresca-caricaturesca, como esa gente entrañable de El Mundo (hay que quererla mucho):

 

 

Otras veces, sin embargo (y estos raquetazos duelen más), el crítico viene con la chaqueta de pana del abuelo. Me refiero cómo no a El País y su preocupante preocupación por la salud de comunes y Unidos Podemos. No hay día sin que el editorial, o la firma de alguna vaca sagrada desgrane el tema “lo que la verdadera izquierda debería hacer”, sea esto lo que sea. Desde abrazar el internacionalismo y dejar actuar a los Piolín Boys (David Trueba) a honrar la Santa Transición (Javier Cercas) o ‘pasar página’ con el franquismo (Muñoz Molina), para dejar de ‘fracasar estrepitosamente’, según el recién llegado Sergio del Molino.

En este Sálvame Deluxe en que se ha convertido el debate sobre las izquierdas españolas hay de todo. Tamaras buenas, Tamaras malas. Raquetazos por la espalda. Ataques de integridad. Dineros, incluso, a veces treinta, si me permitís la metáfora bíblica. Pero también buena mierda, compas preguntándose de buena fe aquello de Lenin, Что делать?, qué hacer, gente desempolvando lecturas o comentando el asunto en los bares (siempre, siempre hay que abrirse de orejas cuando oyes hablar de estas cosas en los bares). ¿A ti también te salta el tema a la cara cuando abres una red social o te vas de cañas? Si me acompañas un rato más te doy mi recapitulación. Sin rezar nada ni nada de eso. Prometido.

GPS, POR FAVOR

Encendamos un momento el GPS. ¿Dónde estamos? ¿En quinientos metros, en la rotonda, tome la primera salida para tomar los cielos por asalto? Mmm… no, me temo que no. ¿Al borde de la desaparición, como cuando el tsunami bipartidista de 2008? Pues mira, yo diría que tampoco. Llevo votando y participando en política desde el 95, no soy tan viejo pero he visto años malos, períodos de desactivación, de erosión, de arrinconamiento. Y no se parecen en nada a este: 71 diputados de Unidos Podemos, la estructura turnista del 78 volada en mil (al menos cuatro) pedazos, primera fuerza indiscutible entre los votantes de menos de 44 años (que se dice pronto), ayuntamientos del cambio, atención (a veces demasiada, es verdad, pero ey) mediática… Parece claro que el desánimo, de haberlo, no procede de un diagnóstico histórico, sino de una expectativa, de un cambio de tendencia. De la fase de asalto a la de trinchera, por usar términos bélicos, de moda hace un tiempito. El desánimo, además, procede en parte de datos cocinados en los fogones de Metroscopia, esa gente tan dada a herrar (sic) los pronósticos.

¿Están las izquierdas haciéndolo todo mal? ¿Y todo bien? Esto no es El País, amigos. Ni el teletarot. Yo soy de letras y no sé nada de código binario. Para aportar un mínimo de sentido a este debate es necesario tener en cuenta al menos unos cuantos elementos más. De hecho, creo que el uso de un mínimo de elementos de debate es uno de los mejores filtros que podemos usar para identificar Tamaras, agentes provocadores, despechados y Leguinas en medio de esta discusión. Todo el mundo tiene derecho a barrer padentro, ojo. Pero, mejor, la escoba a la vista, ¿no?

Todos podemos aportar ejemplos a una lista de errores de cálculo, de táctica, de estrategia, de organización, de imagen, cobardías y temeridades, lealtades personales (o mezquindades) imponiéndose al bien común, muestras de elitismo o de proletarismo que dejaron frío a parte del electorado, vaivenes políticos sin sentido, salidas de tono identitarias, apaños timoratos por el camino de enmedio, dirigentes sin lecturas (o con demasiadas lecturas), pérdidas tontas de iniciativa, filtraciones traicioneras, fidelidades lentejeras y duelos a navaja por sentarse en un sillón. Al solidificarse la herramienta sobre el molde de las instituciones, mecánicas de partido bien conocidas se han reproducido en el nuestro: tenemos familias, cuotas, apparatchiks y despechados, lugartenientes y saboteadores, fontaneros e incendiarios, trepas y talibanes, jerarcas y pelotas. Y ya paro, que parece esto una canción de Sabina.

¿Sigue, sin embargo, embarcada en esa maraña política que llamamos Unidos Podemos al menos parte de la valiosa militancia que la ha llevado hasta donde está? Pues mira, sí. Mientras leemos un artículo apocalíptico tras otro por parte de -por ejemplo- los El Confi Boys sobre ‘la burbuja de la izquierda’, o ‘la izquierda pajillera’ (sic), o ‘el inminente cataclismo electoral’ etc etc, nuestra gente sigue batiéndose el cobre en todos los frentes, desde los movimientos sociales hasta la moqueta azul del Parlamento Europeo, y encadenando victorias parciales que hasta hace apenas dos años parecían locuras impensables y ahora no merecen ni una palmadita en la espalda. Pero cuentan. Leyendo ciertos digitales, uno podría pensar que estamos a punto de marcarnos un UPyD. No, troncos. No somos UPyD. Pero sí, ya, ya sé que lo importante aquí es ‘el relato’. Dejadme acabar, que voy.

Junto a las listas de errores hay más elementos a considerar. Uno de ellos es obviamente la fase de construcción de la herramienta, pasado ya el período inflacionario o de ‘luna de miel’ en el que los marcos predominantes del debate público nos eran favorables (la “crisis-estafa”, la corrupción, el paro y los desahucios, los recortes, la juventud sin futuro, la emergencia social). Asimismo se ciernen sobre nosotros amenazas externas: los partidos del régimen han establecido una especie de cordón sanitario (ellos lo llaman ‘constitucionalismo’) ideado para sacarnos de la partida en un momento en que el marco principal del debate se ha desplazado a cuestiones identitarias. Se tensan, mientras, todos los hilos del aparato mediático setentayochista, cada vez más endeudado y controlado por un círculo de poder más reducido: se multiplican las expulsiones de voces ‘rebeldes’ y hasta la vicepresidenta se permite operar a plena luz del día para mantener a sus peones (léase Juan Luis Cebrián) en posiciones de influencia.

También es importante seguir teniendo en cuenta nuestras fortalezas, probablemente la mayor de las cuales sea el compromiso militante de tantos y tantos compas que estaban, están y estarán. La vitalidad de los nuevos medios de comunicación, sin sesgos de fábrica, que se extienden desde la red por la sociedad española (¿por qué si no le tendrían tanto odiomiedo algunos a Twitter?). La popularidad entre nuestra base social de la idea de confluencia, verdadera argamasa que ahoga de raíz cualquier proyecto de operación segregacionista palaciega. Y nuestras oportunidades. Con unas nuevas elecciones catalanas en el horizonte, la emocionalidad de los posicionamientos va descendiendo y se vaticina un reflujo antiidentitario. Al mismo tiempo, la crisis económica y de empleo sigue sin cerrarse de una forma mínimamente creíble (paro, corrupción y clase política permanecen como primeras preocupaciones de la ciudadanía, y no Cataluña), y el BCE viene emitiendo amenazantes avisos de subida de tipos y cierre gradual del quantitative easing. Se avecina además una guerra civil en las derechas hispánicas por la debilidad del pack M. Rajoy, que sigue perdiendo sangre por heridas sobrecogedoras. En el período que resta para las siguientes elecciones (el 21D ha alejado la tentación de adelantarlas) veremos si es cierto ese mantra popular de que el castigo por la corrupción ‘ya está descontado’ entre un electorado conservador que solo entiende la fidelidad (y si no, que le pregunten a UPyD) hacia el caballo ganador.

Vaya, al final sin querer me he marcado un DAFO como un piano. Lo cual debería de anticipar que ya aquí vendría mi receta infalible, mi hoja de ruta segura hacia una gran victoria futura si me hacen caso y se cumple lo que debería hacer la izquierda, ¿no? Pues no. Creo que vamos ya un poco sobrados de hojas de ruta parciales llenas de reproches y collejas apenas velados y Colones apuntando hacia un plus ultra que a veces no es otra cosa que la maya por mí y por todos mis compañeros. En todo caso, y por recomendar algo, recomiendo leer más a Eric Olin Wright: en la sociedad postindustrial, las estrategias anticapitalistas no necesitan ser puras (a mis camaradas más doctrinarios les aconsejo tomarse el Sintrom antes de hacer clic ahí), y una herramienta revoltosa y mestiza como Unidos Podemos puede integrar las cuatro, es decir, destruir, domar, escapar de y erosionar el capitalismo al mismo tiempo, desde lo micro y lo macro, desde la calle y las Cortes, desde lo personal y lo político, para abrir huecos a una sociedad del bien común.

-Pero entonces, ¿no va a haber hoja de ruta

-Que no, acho. Por eso el apartado se llamaba “GPS POR FAVOR”. Esto de lo que iba era de situarse un poco.

-¿Y ahora qué?

 

Y AHORA QUÉ

El debate sobre qué hacer se encrespa entre las izquierdas. Nunca se ha ido, pero el estancamiento electoral, la pérdida de la iniciativa en la actualidad informativa y un clima mediático desaforadamente hostil parecen avivarlo. Esto no es malo de por sí. Si la derecha fuese capaz de mantener cierto nivel de debate público sobre su propio rumbo, M. Rajoy hace tiempo que habría abandonado el liderazgo del PP y Pilar Barreiro -por ejemplo- no estaría usando el Senado (con sus 80.332€ públicos al año) para pagarse la defensa en Púnica, Novo Carthago e Hidrogea. ¿Alguien imagina a Ciudadanos cuestionando en abierto las decisiones de su querido líder? De hecho, sospecho que al menos en parte toda esa campaña de intoxicación que venimos sufriendo las izquierdas por parte de los medios del régimen no tiene como objetivo avivar nuestra división o condicionar el debate, sino precisamente impedirlo. Que nos vayamos al búnker. Que toda crítica interna sea considerada traición en un estado de excepción. Que nos gane la esclerosis. Y que nos convirtamos, definitivamente y por el trámite de la profecía autocumplida, en un partido como todos. ¿Como? ¿Que camino llevamos? Bueno, eso decídelo tú.

Otra batallita: el período entre la caída del Muro y la de Lehman Brothers fue uaro uaro para las izquierdas. La implosión del mundo socialista nos dejó con pocas ganas de hablar de alternativas económicas al neoliberalismo, y se ha teorizado frecuentemente sobre la sobredimensión en esos años de las políticas de identidad, una especie de refugio para nosotros mientras el pensamiento único nos ganaba las partidas. Parece haberse asentado el relato de que, mientras el capitalismo se comía la Rusia de Yeltsin -sus compatriotas se dejaron nada menos que diez años de esperanza media de vida a lo largo de la década-, nosotros nos tapábamos la cara con las banderas del feminismo, la multiculturalidad, la diversidad sexual y de género,el pacifismo, la ecología y el laicismo. Es un viejo debate. El cliché la izquierda postmoderna inofensiva tiene ya unos años. Para repensarlo, habría que subirse al Delorean y aterrizar en aquella sociedad: la Izquierda Unida recién creada abandonaba hoces y martillos en un esfuerzo integrador, y casi al mismo tiempo se convertía en muleta de emergencia de un PSOE que empezaba a perder fuelle. De la época de Anguita conservamos sin embargo el recuerdo de una organización menos acomodaticia, capaz de luchar nada menos que contra el Tratado de Maastricht (con toda razón, sabemos ahora) y marcar un techo electoral de 21 diputados. Durante mucho tiempo, esa cifra (los 21 diputados) se fue solidificando entre nosotros como la plusmarca imbatible. Relegados férreamente a los márgenes del debate público sin aparente esfuerzo (eran los años gloriosos de El País y el bipartidismo setentayochista), la militancia se dividió en dos tipos: por un lado, quienes se dedicaban por entero a la vida de partido (y aspirarían en su momento a algún cargo subalterno); por otro, quienes se repartían entre la organización y diversos movimientos sociales, con lógicas crecientemente divergentes a las de la primera.

No quiero aburrir pero no eran tiempos de pensar en hegemonías. Recuerdo cierta mentalidad de resistencia a lo que interpretábamos casi como un fin de la historia, a lo Fukuyama. Ni siquiera quienes nos dedicábamos a construir un discurso económico crítico desde espacios altermundistas como ATTAC teníamos victorias electorales en mente. También indagábamos herramientas críticas fuera del espacio estrictamente marxista, desde Lacan a Foucault, pasando por Bourdieu. Estamos acostumbrados a pensar estas cuestiones en términos dicotómicos, no históricos (recomiendo mucho el espléndido artículo de María Eugenia R. Palop en este mismo medio sobre el asunto). ¿De verdad estaríamos donde estamos de no haber integrado discursos laterales al de la gran marcha adelante del socialismo? ¿Habríamos logrado superar un esquema de partido decimonónico, jerárquico y hermético, sin nuestra travesía del desierto de los 90 y 00? La ansiedad del asalto y la ventana de oportunidad ¿es beneficiosa a medio y largo plazo? ¿Existen otras responsabilidades que atender, además de la fallida ganar ya que todos tenemos en mente?

En todo caso, nuestro momento Polanyi llegó, para cambiarlo todo, tras el estallido de la burbuja financiera de hace diez años. La ola de desapego al régimen y de politización exprés que conocemos como 15M volvió a poner sobre la mesa temas del fondo del cajón. Releímos a Gramsci, a Polanyi, a Laclau para retomar la posibilidad de la hegemonía, cómo disputarla, cómo construir pueblo / poder popular (no es en absoluto lo mismo), cómo librar  con éxito las nuevas guerras culturales o con qué contrarrestar las previsibles ofensiva mediática y restauración. Pero no solo el problema de la hegemonía reclamaba nuestra atención. La crisis de Régimen no era solo socioeconómica en un sentido tradicional: la siempre postergada revolución de los cuerpos (feminismos, diversidad de género, derechos reproductivos) también acababa de estallar para retar al patriarcado reinante, junto a un cuestionamiento profundo de las formas de representación democrática que abría grietas en el tejido vertical de los grandes partidos del país. Municipalismo, autoorganización, democracia radical, nuevo sindicalismo… Son fenómenos también venidos para quedarse. Todas esas oleadas antagonistas, sin embargo, no se solapan por completo. Las zonas comunes (que también llamamos Comunes) han de ser atendidas con cuidado. A no ser que seamos un pirómano, claro. En ese caso, dame más gasolina.

La palabra mágica para muchos de nosotros es transaccionar: integrar las diferencias, apagar los fuegos, encontrar y potenciar las zonas de solapamiento donde todo parece fractura. Obviamente esto puede convertirse, si se exagera, en una ridiculez. En una especie de totalitarismo de monje budista. La mediación siempre ha de partir del reconocimiento de la diferencia. ¿Queréis un ejemplo espectacular? Lo voy a traer (para que no se diga) de la zona más alejada a la mía, de entre todo el espectro que abarca mi espacio político. Hablo del artículo que se ha marcado Germán Cano en El Confidencial, una lección magistral de respeto, sensatez, mano -precisamente- izquierda y, claro, crítica a la organización, que enriquece, complejiza y abre el debate que estamos diseccionando aquí. A esto me refiero cuando digo así sí.

Me (os) voy a ahorrar el típico apartado denostando la sobredimensión de lo teórico entre las izquierdas / movimientos antagonistas de nuestro país. No creo que haya más genios pensantes / capitanes intrépidos entre nosotros que en otros bloques, como el conservador o el socialdemócrata. Sí que los nuestros hablan más en público contra nuestros dirigentes, pero esto no es necesariamente negativo. Puede incluso que esos debates se extiendan al gran ágora, cosa tampoco necesariamente etc. Lo ideal, visualizo, sería que la clase trabajadora que pretendemos representar discutiese el qué hacer con la naturalidad y frecuencia con que hablamos de la selección española de fútbol. Ese debate, sin embargo, solo podría darse sin interferencias ni intoxicaciones sobre el cadáver del Régimen. Su poder es obviamente inmenso. Con tal de erosionar nuestro espacio, la credibilidad de diarios como El País o de vacas sagradas de nuestro universo cultural puede ser malgastada a modo de munición. ¿Cómo distinguir entre unas y otras aportaciones, las que se emiten desde la preocupación y el compromiso antagonista (muchas veces incendiarias) y las que contiene disoluciones variables de venenos interesados? Vamos acabando este (desaforadamente) largo texto con una útil

 

GUÍA TOXICOLÓGICA PARA ORIENTARSE EN EL DEBATE DE LAS IZQUIERDAS

 

Venenos everywhere. Pero hay un debate fascinante esperando a quien consiga inmunizarse. Inmunizarse es bastante fácil, por otra parte. Solo es necesario ver venir. Aquí os cuento los compuestos tóxicos más comunes, y ya cada cual que consuma libremente los que le parezca. Pero avisao:

 

  • - EL MOISÉS DE LAS ALTURAS. Un clásico. Aparece alguien, alguien a quien nadie ha visto nunca por una asamblea, ni arrimando el hombro en tarea alguna, ni apoyando en ninguna campaña divulgativa, ni tan siquiera posicionándose públicamente a nuestro favor en un solo proceso electoral. Dice algo izquierdoso, para quedar guai, y a continuación se saca de la nada diez mandamientos random con lo que debería hacer la izquierda. Cómo no los acompaña con bien de ejemplos de todo lo que estamos haciendo mal. La sensación es la de llevarse un raquetazo en la nuca, como decíamos muy arriba, con el agravante de que tú a ese señor no lo habías visto en tu vida, y de hecho desconocías que estabas jugando a dobles con él. Este veneno también es conocido como marcarse un David Trueba, que es ese señor capaz de aparecer en El País clamando contra los trabajadores de Coca Cola y volver poco después a marcarse un Moisés de las alturas.

 

  • - EL BANDAZO SÚPEREFICAZ. También clásico. Aparece alguien, alguien a quien nadie etc o no, también puede ser un viejo conocido. Propone -oh capitán, mi capitán- un cambio de rumbo. Uno radical. Un 180. Se apoya en datos apocalípticos. Y bueno, no pasa nada ni por proponer volantazos ni por dar la alarma. Pero míster bandazo no se interesa ni por el número de marineros que van a caer por la borda ni por el proceso de toma de decisiones, esas cosas de la democracia interna y tal. Quiere golpe de timón y lo quiere ya. Lo ha decidido él. Va a ser súpereficaz. Claro.

 

  • - LA PROFECÍA AUTOCUMPLIDA. Suele aparecer en combinación con otros venenos. Se resume en “yo dije que había que seguir este rumbo y no me hicisteis caso, ergo el estancamiento en las encuestas se debe a que no me hicisteis caso”.

 

  • - LA DICOTOMÍA URGENTÍSIMA. Unidos Podemos tiene que elegir. Ya. No se puede estar protegiendo a, ponle, la gente LGTBIQ del Alto Aragón y a los parados de Cádiz al mismo tiempo. Vamos, posiciónate. Bolleras de Huesca o ninis de Cái.¡Rápido, que estás perdiendo votos! Y todo así. Los envenenadores dicotómicos se la pasan buscando supuestos conflictos de mensaje. Es cierto que los conflictos de mensaje pueden darse. En un espacio tan mestizo y diverso como el nuestro, especialmente. Pero también que hay maneras de gestionarlos distintas a rascar la herida con las uñas sucias para levantar las costras. PROTIP: si sale Jim Goad en algún momento del discurso, las probabilidades de estar ante un compuesto tóxico de este tipo son altas.

Y yo ya me iba. Mentiría si dijese que no estoy aprendiendo mucho, en ocasiones directamente con palmaria fascinación, con este debate. También si ocultase mi estupefacción, en ocasiones, ante determinados intoxicadores. Igual me pongo un día y rezo por ellos.

La culpa de las 3.632 palabras que vienen a continuación es de una entrevista que le hicieron hace unos días a Tamara Falcó en la revista Marie Claire. El titular me llegó por redes sociales, convenientemente envuelto en coñas marineras: “Rezo por Pablo Iglesias y por todos los de Podemos”. Me reí un rato, añadí algún comentario mordaz y me olvidé momentáneamente del tema. Mi subconsciente lo rescató -vete a saber por qué- esa misma noche. Ya sin coñas, me vino la pregunta: ¿quién hace de Tamara Falcó, para hacer reír a la derecha?