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De los escritos, urgentes y productivos, sobre la pandemia

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Maravillado por la habilidad y sentido de la urgencia con que ciertos autores han producido sus textos, respondiendo al interés editorial por vender sus novedades sobre la pandemia, y ciertamente incómodo por mi incapacidad para hacer lo mismo sobre temas de actualidad, por interés que susciten y aunque algún editor me lo pida, agarré, para analizarlos, dos de los libros con que el escaparate de mi librería pretendía atrapar al lector, supuestamente ávido de explicaciones sobre todo esto.

Puedo asegurar que mi editor (y amigo) acababa de pedirme un trabajo sobre el cambio climático pero que, nada más iniciarse la pandemia, trocó su interés por algo sobre la plaga, siendo mi respuesta que ni me era un tema suficientemente conocido ni podría completarlo en menos de seis meses: un rotundo reconocimiento de mis insuficiencias, en efecto. Así que, pasado el confinamiento y más como penitencia que como interés por las sesudas opiniones de prestigiosos tratadistas, he devorado Pandemocracia, de Daniel Innerarity (DI), y Pandemia, de Slavoj Zizek (SZ), escogiendo a dos filósofos de distinta formación y latitud culturales, pero en ambos casos muy productivos y celebrados.

Del texto de Innerarity se extrae fácilmente el secreto de su prontitud, y es que reúne artículos publicados durante las primeras semanas de la pandemia, organizados con esfuerzo por darles coherencia; así se han convertido en libro, sin gran dificultad, con pocas páginas y letra gorda. Lo que se advierte, globalmente, es que nuestro autor, que es filósofo político, recurre sin embargo al análisis de tipo más bien sociológico, que obliga a menos y es recurso más socorrido cuando de cubrir la demanda de la prensa se trata. En términos matemáticos, con referencia a la política y aplicado a DI, diríamos que el análisis sociológico (que es lo que él hace) correspondería a la derivada primera respecto del problema, y el filosófico, a la derivada segunda (a la que no llega, por más que recurra a conceptos y coordenadas aparentemente políticos).

Por lo demás, la sociología –digamos, de campo– de DI es de tipo socialdemócrata, es decir, light, acomodaticia y sin invitación al compromiso, y es utilizada como instrumento analítico para exculpar, sutilmente, al Gobierno de Sánchez por sus fallos en la conducción de la pandemia; un asunto sobre el que ninguna facción progresista ha pretendido cargar las tintas (no sería decente). Pero la alineación socialdemócrata, en política y sus derivadas, es un reconocimiento inocultable de fe liberal, por lo que se limita severamente a sí misma, sea cual sea el objeto a analizar y tanto si el entorno es crítico como si es condescendiente.

Aunque el “aire socialdemócrata” de todo el texto sea fácilmente constatable, quedan claras las pocas ganas de DI de definirse –en general, o ante el problema del virus– política o ideológicamente, eludiendo rotundamente situarse en la izquierda (concepto que apenas citas) y apelando con cierta insistencia a un republicanismo que ofrece como alternativa, como si el lugar natural de éste fuese la ubicación entre la derecha y la izquierda (que no lo es). 

El entorno discursivo, en todo caso, es la repetición abusiva del término democracia, que parece ser lo que debe prevalecer porque está en peligro como sistema, y eso es muy cierto. Sin embargo, incluso desde el enfoque socialdemócrata, aunque liviano y disperso, debe anotarse que democracia y libertad no son valores (ni, en consecuencia, fines) en la cosmovisión liberal, sino medios e instrumentos para la consecución de fines generalmente expresados con trampa e hipocresía. Esto puede eludirlo o disimularlo, con cierta facilidad, el análisis sociológico, pero no el filosófico.

Destacaré, sin más profundidades (que, por otra parte, no son fáciles de encontrar en este libro de circunstancias) las escasas alusiones al medio ambiente o al origen en gran medida ecológico de esta crisis sanitaria. No es el medio ambiente lo fuerte de este filósofo, que más bien parece dejarse llevar por los lugares comunes o por concesiones mediáticas, como parece deducirse de la incomprensible alusión a la pobre Greta Thunberg, lo que puede resultar un indicador muy aproximado de esa cierta frivolidad ecológica que subyace en el texto que comentamos, que le hace considerar a la mejora ambiental producida por el confinamiento como chocante, y a las pandemias como algo imprevisible; no entra nuestro autor, por otra parte, a desentrañar las causas de la catástrofe (tema esencial en cualquier “filosofía de las catástrofes”), y en consecuencia de su tratamiento, preocupándose más por sus daños: es decir, renunciando a todo análisis radical.

El filósofo (y sociólogo, y psicoanalista, y teórico cultural) esloveno, Slavoj Zizek (al que, por cierto, Innerarity dedica alguna puya), ofrece otros ámbitos de análisis crítico, en un libro más somero todavía, en su materialidad, que el de DI, y compuesto, también, de artículos de ocasión. Lo que pasa es que su análisis es más libre (si no más profundo) en términos filosóficos, lo que denota una ausencia de alineamiento político formal. Subyace en estos textos el interés por dilucidar cuál será, o cómo deberá ser, el orden socioeconómico pospandemia, dado que –el filósofo se muestra convencido– el capitalismo actual demuestra una incapacidad rotunda para resolver la situación, y la necesaria intervención pública no deberá permitir la vuelta atrás y el retorno de las leyes del mercado. Y, aunque se expresa con abundantes muestras de contradicciones político-ideológicas, ve inevitable la instalación de un cierto comunismo (“reinventado”, dice), resultado de la solidaridad, de la percepción de necesidad, de la relevancia adquirida por el Estado, etcétera… que podría leerse con más comodidad como comunitarismo. Viniendo SZ de la peculiar experiencia comunista yugoslava y del ambiente cultura esloveno, no debe extrañar esta posición, que refleja un empeño por “integrar” todo lo bueno que ha vivido y estudiado, descartando las “soluciones” que el agazapado monstruo liberal pretende darse a sí mismo.

No entiende, tampoco, muy bien este filósofo (que también cita a la Thunberg) el problema ambiental, que parece descartar en sus reflexiones pandémicas y en su rechazo de las conspiraciones que han sobrevolado algunas explicaciones, queriendo reducir la plaga a algo poco menos que imponderable, fatalista y neutro. Pero lo mejor de SZ es que en cada página salta algún destello sugerente, esté o no suficientemente desarrollado. Como hace señalando al capitalismo como institución incapaz de conspirar contra sí misma, o advirtiendo de la humillante tendencia a la auto explotación de todos nosotros (con la adaptación, oportuna, del terrible Arbeit macht frei!), o –problema muy generalizado entre filósofos ignaros– dedicando una tontorrona confianza a la ciencia.

No estamos todos, pese a la opinión de SZ, “en el mismo barco” ante el coronavirus, opinión que confirmaría su esperanza en ese comunismo un tanto ingenuo que propone y desea, ya que la pandemia también marca y destaca diferencias sociales. La perspectiva emancipadora permanece, pese a todo, en esta obrita, como corresponde a un filósofo de formación marxista que ni lo oculta ni lo abomina, aunque aporta notables correcciones y aditamentos, como la convicción –muy alejada de la fe progresista del marxismo– de que entramos en una fase de fragilización generalizada de todo lo que nos rodea, y de nosotros mismos.

Maravillado por la habilidad y sentido de la urgencia con que ciertos autores han producido sus textos, respondiendo al interés editorial por vender sus novedades sobre la pandemia, y ciertamente incómodo por mi incapacidad para hacer lo mismo sobre temas de actualidad, por interés que susciten y aunque algún editor me lo pida, agarré, para analizarlos, dos de los libros con que el escaparate de mi librería pretendía atrapar al lector, supuestamente ávido de explicaciones sobre todo esto.

Puedo asegurar que mi editor (y amigo) acababa de pedirme un trabajo sobre el cambio climático pero que, nada más iniciarse la pandemia, trocó su interés por algo sobre la plaga, siendo mi respuesta que ni me era un tema suficientemente conocido ni podría completarlo en menos de seis meses: un rotundo reconocimiento de mis insuficiencias, en efecto. Así que, pasado el confinamiento y más como penitencia que como interés por las sesudas opiniones de prestigiosos tratadistas, he devorado Pandemocracia, de Daniel Innerarity (DI), y Pandemia, de Slavoj Zizek (SZ), escogiendo a dos filósofos de distinta formación y latitud culturales, pero en ambos casos muy productivos y celebrados.