En la Región de Murcia habitan 222.022 extranjeros, según el censo oficial a uno de enero de 2020. Eso es el 14'69% de la población. La presencia de esos inmigrantes en la vida social y política tiende a cero, no existen, no se les escucha, no importan. Eso sí, sus apariciones en medios de comunicación son, casi siempre, para mal. El Observatorio de la Islamofobia comprobó en 2017 que el 62% de los artículos analizados de El País, La Razón, Europa Press y Agencia EFE, reflejaban odio antimusulmán. La cifra bajó en años posteriores, pero sigue siendo muy alta. Red Acoge, Asociación Columbares o Fundación Al Fanar, son algunas de las organizaciones que trabajan para que a los periodistas se nos meta en la cabeza que los inmigrantes son personas con derechos y dignidad; para que, por ejemplo, no llamemos 'menas' (Menores Extranjeros No Acompañados), a los inmigrantes menores de edad.
No es sencillo cambiar la dinámica de los medios, se requiere tiempo y voluntad. Hay que formar mejor a los periodistas, explicarles que en la Región de Murcia se dirigen a un público en el que hay 90.000 marroquíes, 20.000 ecuatorianos, 8.300 bolivianos, 7.600 ucranianos, 7.400 colombianos, 5.300 búlgaros y 4.200 chinos. Así hasta llegar a casi el centenar de nacionalidades, cuya aportación es imprescindible para nuestra economía. Han llegado para quedarse, han visto nacer a sus hijos aquí, pero tienen sobre ellos el estigma de sus nombres y apellidos, del color de su piel y hasta de su forma de vestir. Superando obstáculos, esas personas de raíz extranjera son ya médicas, enfermeras, guardias civiles, periodistas, biotecnólogas, traductores, o sociólogos, además de jornaleros o cuidadoras.
Quienes gobiernan los medios de comunicación deben tener en cuenta a las personas migrantes, con una mirada cercana y atenta. Porque los medios no podemos replicar estereotipos sin más, huyamos del discurso racista “ellos/nosotros” y denunciémoslo. No hace falta irse a los Estados Unidos de Trump, sin salir de Murcia tenemos políticos igual de xenófobos.
Lo que dije recientemente en una jornada profesional para prevenir los mensajes de odio organizada por la Asociación Columbares y la Universidad de Murcia, es que el periodismo se tiene que comprometer contra el racismo. Entendamos de una vez que ese casi 15 por ciento de personas son “nosotros” y por tanto deben tener nuestros derechos y deberes. Hay una larga lista de derechos por cubrir que cualquier inmigrante nos podría recitar y detallar con facilidad. Uno sobresale sobre el resto: el derecho al voto. Hasta que no lo tengan todos, seguirán marginados, fuera de la agenda política.
Propongo aprender de lo bueno que esta Región ha hecho para fomentar la integración primero, y la normalización de la vida del inmigrante, después. Hablo de proyectos del calado de “Tertulia entre hermanos”, un programa que emitió Onda Regional desde 1992 a 2006, con el impulso inicial de un político que conoció la emigración, Carlos Collado. Aquel programa, con Mercedes Esparcia al frente, y la colaboración de Abdellah Maoas, y Mamadou Magassa, fue referente en España, el primero bilingüe árabe-español, mereció el premio IMSERSO 1997, y un reportaje en “Informe semanal” de TVE. Una española, un marroquí y un senegalés que llegaban cada noche, de lunes a viernes, al corazón del inmigrante. Entonces no había internet ni telefonía móvil, sí cartas, que se recibían a cientos. Esta es una enviada entonces desde La Puebla (Cartagena) a Onda Regional:
“Muchos de los que aspiraban a mejorar aquí sus vidas tienen que vivir en chabolas o en casas de plástico... Quizás soy un sueño y vivo en este tiempo tan traidor que no ama la estabilidad y sólo ofrece humillación, tristeza... Soy un joven árabe, marroquí, de Oujda. Amo la verdad y la lealtad; odio el engaño y la traición. Perdí mi nombre cuando perdí el sentido de la vida. Mi edad no está escrita aún en el libro del olvido. Mi domicilio es una cueva destrozada por los animales salvajes, o está en el fondo de los mares, de los océanos. Mi trabajo es contemplar, con el silencio y la imaginación. El día de mi nacimiento fue un día cerrado: el cielo cubierto de nubes. Que la paz sea con vosotros”.
Tres décadas después reclamo a la clase política que se esfuerce por dar dignidad a las vidas de nuestros nuevos vecinos, y a la clase periodística que respete al inmigrante, como hacían Mercedes, Abdellah y Mamadou. ¿Es mucho pedir? Todas saldremos ganando.
En la Región de Murcia habitan 222.022 extranjeros, según el censo oficial a uno de enero de 2020. Eso es el 14'69% de la población. La presencia de esos inmigrantes en la vida social y política tiende a cero, no existen, no se les escucha, no importan. Eso sí, sus apariciones en medios de comunicación son, casi siempre, para mal. El Observatorio de la Islamofobia comprobó en 2017 que el 62% de los artículos analizados de El País, La Razón, Europa Press y Agencia EFE, reflejaban odio antimusulmán. La cifra bajó en años posteriores, pero sigue siendo muy alta. Red Acoge, Asociación Columbares o Fundación Al Fanar, son algunas de las organizaciones que trabajan para que a los periodistas se nos meta en la cabeza que los inmigrantes son personas con derechos y dignidad; para que, por ejemplo, no llamemos 'menas' (Menores Extranjeros No Acompañados), a los inmigrantes menores de edad.
No es sencillo cambiar la dinámica de los medios, se requiere tiempo y voluntad. Hay que formar mejor a los periodistas, explicarles que en la Región de Murcia se dirigen a un público en el que hay 90.000 marroquíes, 20.000 ecuatorianos, 8.300 bolivianos, 7.600 ucranianos, 7.400 colombianos, 5.300 búlgaros y 4.200 chinos. Así hasta llegar a casi el centenar de nacionalidades, cuya aportación es imprescindible para nuestra economía. Han llegado para quedarse, han visto nacer a sus hijos aquí, pero tienen sobre ellos el estigma de sus nombres y apellidos, del color de su piel y hasta de su forma de vestir. Superando obstáculos, esas personas de raíz extranjera son ya médicas, enfermeras, guardias civiles, periodistas, biotecnólogas, traductores, o sociólogos, además de jornaleros o cuidadoras.