Se atribuye, no sé si certeramente, al que llamaron canciller de hierro Otto von Bismarck, artífice de la unificación alemana, aquella frase demoledora de que España era el país más fuerte del mundo ya que los españoles llevaban siglos intentado destruirlo y aún no lo habían conseguido. Son muchas las expresiones de esta índole que tienen como protagonista a nuestro país.
Otra que me llama la atención es aquella de que España es el único país del mundo en el que se produjo un golpe de Estado y, al cabo de dos semanas, las gasolineras ya vendían cintas de casete con chistes sobre el suceso. Desconozco su autor, pero no me negarán que la reflexión tiene su aquel.
O, si ustedes lo permiten, aquella otra más reciente, aunque no menos contundente de un tuitero, en el sentido de que España es un señor dando de comer a los patos, apoyado en un cartel que dice ‘prohibido dar de comer a los patos’, y quejándose de lo gordos que están.
Cierto que cuando el mariscal Bismarck dijo supuestamente aquello, España había vivido uno de los siglos más convulsos de su devenir. Un país en el que, a lo largo de su historia, han sido asesinados más presidentes que en los Estados Unidos de América. Que ya es decir. Y donde tenemos además el triste récord de ser la nación europea con más guerras civiles a sus espaldas desde el inicio del siglo XIX, con el consiguiente resquebrajamiento y fractura que ello produce entre sus ciudadanos.
Con todo, el canciller Bismarck, si aquel aserto suyo es verídico, nunca imaginó que España viviría inmersa en pleno siglo XXI en los avatares de la Cataluña de hoy. Esa heredera de Pujol y ahora de los Puigdemont, los Turull, los Rull, los Torra o los Sànchez. Y que en España exhibir la bandera o escuchar el himno nacional fuera motivo habitual de discusión y disputa. Cierto que el patriotismo no se ha de quedar solo en eso y sí en profundizar sobre cómo viven o pueden mejorar su día a día los ciudadanos que habitan esta gran y vieja nación.
Fue Ortega y Gasset el que denunció en su tiempo que el pueblo español, desde hace siglos, detestaba a todo hombre ejemplar o, cuando menos, estaba ciego para sus cualidades excelentes. Añadía que cuando se dejaba conmover por alguien, se trataba, casi invariablemente, de algún personaje ruin e inferior que se ponía al servicio de los instintos multitudinarios. Han pasado años desde que uno de nuestros más eximios pensadores dijera esto y hoy, si echamos un simple vistazo a nuestro alrededor, no nos faltarán ejemplos contemporáneos que ratifiquen ese razonamiento.
Se atribuye, no sé si certeramente, al que llamaron canciller de hierro Otto von Bismarck, artífice de la unificación alemana, aquella frase demoledora de que España era el país más fuerte del mundo ya que los españoles llevaban siglos intentado destruirlo y aún no lo habían conseguido. Son muchas las expresiones de esta índole que tienen como protagonista a nuestro país.