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El espejo de los laúdes (a propósito de Cartagena)

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A veces buscamos contestar preguntas que son tan complejas que difícilmente tienen una respuesta única. ¿Es España racista? ¿Lo es la Región de Murcia? ¿Y Cartagena? Podríamos recurrir a estudios hechos tal o cual año por esta o aquella institución, enarbolar todo tipo de porcentajes y citar a docenas de catedráticos universitarios, pero no merece la pena. La respuesta es sí. Claro que sí. Todo el mundo es racista.

Pensar que alguien en esta nuestra sociedad pudiera ir por la vida libre por completo de racismo tiene tan poco sentido como creer en los unicornios o en los príncipes nigerianos que nos escriben por correo electrónico para regalarnos su fortuna. La bondad humana vive mezclada con la maldad.

Nuestra solidaridad hacia el dolor ajeno crece junto al miedo al extraño. Nuestra sed de justicia convive con los impulsos egoístas. Somos generosas y somos cobardes. Somos cariñosas y exhibimos mal humor. Cuidamos con amor, pero dañamos a quien más queremos en cuanto nos descuidamos.

No nos podemos ver reflejadas en un solo espejo, necesitamos, como en una galería de circo, espejos cóncavos y convexos para hacernos una idea de la complejidad de nuestra humanidad. De lo que se trata es de saber en qué espejo nos queremos mirar más, qué imagen es la que queremos cuidar y hacer más palpable. Cartagena ha elegido el espejo de la solidaridad, el espejo de los laúdes.

Los laúdes eran, son, barcos de pesca tradicional que se han utilizado a lo largo de toda la costa occidental del Mar Mediterráneo. En su momento, fueron famosos por sus cualidades marineras, su belleza y su velocidad. Hasta no hace mucho, se celebraban regatas de laúdes en el Mar Menor. La tarde del 4 de agosto de 1906, un buen puñado de estas barcas levantinas partieron de Cartagena para socorrer a las personas que habían naufragado en el Sirio, un transatlántico italiano.

Los pescadores no tuvieron tiempo de pensar qué gente viajaba en el Sirio, si eran de un tono de piel o de otro, si eran ricos o pobres, si rezaban a un dios o a varios, si eran adultos o simples chiquillos muertos de miedo en un país extraño. Es en estos momentos en los que no hay tiempo para pensar cuando las contradicciones que nos hacen humanos deciden decantarse por un extremo u otro. La mayor parte de las veces suele ser por el extremo bueno, el reflejo espontáneo de nuestra humanidad es siempre bello.

Gracias a los pescadores y sus laúdes, veloces y esbeltos, fueron rescatadas cientos de personas del Sirio. Esta historia tiene un lugar destacado en el Centro de Visitantes del Faro de Cabo de Palos. Si se busca información sobre el suceso, se pueden leer frases como “La ciudad de Cartagena acogió a los supervivientes durante varios días” o “Los enfermos, por su parte, quedaron atendidos en los centros de salud de la ciudad hasta que mejorase su estado de salud”.

No son detalles menores que buena parte del pasaje del Sirio lo formaran personas que emigraban a América en busca de un futuro que no encontraban en sus países o que el origen de la palabra “laúdes” sea árabe. En todo caso, bastará con mencionarlos.

120 años después, el fiel de la balanza se sigue decantando en Cartagena hacia el mismo lugar que la tarde del naufragio del Sirio. Ya no son pescadores que salen al rescate, ahora son vecinas y vecinos que se acercan al extraño y realizan este gesto tan humano y poderoso de preguntarle quién es, cómo está, qué necesita.

Y a través de esas palabras, se obra el sortilegio de la transformación y el extraño se convierte en alguien con nombre propio y con un rostro reconocible entre la multitud, en un muchacho que espera seguir viaje para reunirse con un familiar que vive en París o en un chiquillo que no ha perdido la esperanza a pesar de los horrores que ha vivido y que está deseando tener algo de dinero para mandárselo a su madre de la que no se despidió por no verla llorar.

Sin embargo, son muchos los espejos que nos devuelven nuestra imagen, muchos los reflejos que nos conforman, y no siempre dan lugar al resultado que nos gustaría. Entre esas frases que se pueden encontrar si se busca información sobre el Sirio está esta también: “El capitán del barco y los miembros de la tripulación fueron de los primeros en embarcarse en un bote salvavidas, abandonando a los pasajeros a su suerte”.

Desde la Red de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social en la Región de Murcia (EAPN-RM) elegimos mirar en el espejo de los laúdes y confiamos en que todos los responsables políticos sepan tomar ejemplo de la ciudadanía de Cartagena y trabajen conjuntamente para que el espejo que se imponga sea el de la cooperación, el acogimiento, la justicia social y los derechos humanos.

A veces buscamos contestar preguntas que son tan complejas que difícilmente tienen una respuesta única. ¿Es España racista? ¿Lo es la Región de Murcia? ¿Y Cartagena? Podríamos recurrir a estudios hechos tal o cual año por esta o aquella institución, enarbolar todo tipo de porcentajes y citar a docenas de catedráticos universitarios, pero no merece la pena. La respuesta es sí. Claro que sí. Todo el mundo es racista.

Pensar que alguien en esta nuestra sociedad pudiera ir por la vida libre por completo de racismo tiene tan poco sentido como creer en los unicornios o en los príncipes nigerianos que nos escriben por correo electrónico para regalarnos su fortuna. La bondad humana vive mezclada con la maldad.