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La esperanzada voz del alba

En la composición poética de Rodrigo de Reinosa renombrada por su primer verso nada es superfluo. No hay estrella de larga y brillante cauda, no hay ángeles anunciadores, no hay pastores, no hay rebaños, no hay montañas, no hay palmeras, no hay olivos, no hay musgo, no hay ríos de plata, no hay peces nadando a contracorriente en los azudes, no hay puentes de verdosa piedra, no hay ventas, no hay palacios, no hay caseríos, no hay molinos harineros, no hay pozos, ni cántaras, ni cítaras, ni guitarras, ni bandurrias, ni sonajas, ni castañetas, ni panderos, ni mula, ni vaca. En tan primario y tierno poema, reducido a lo esencial, sólo se manifiesta, por voz de la expresión poética, una sola voz, una voz sola, la grave voz, aterida por el frío, que impacientemente se alza en la envolvente sombra porque impacientemente espera que fenezca la noche y nazca la mañana.

—Canta, gallo, canta. - Canta, que amanece.

Amanece, al fin. Por levante, como siempre. Gracias al canto del gallo, al que responden en lontananza otros gallos corraleros y silvestres. Porque el gallo invariablemente canta al alba, piensa el vulgo que el gallo trae del pico la mañana. Su reloj biológico le indica cuándo tiene que cantar para dar a luz el repetido milagro del nuevo día. Todo nuevo día es un milagro del cielo. Ay, de quien no pueda verlo. El gallo ha respondido. Canta. Está cantando. Se oye cantar cada vez más próximo, más próximo cada vez.

—Y tú, Virgen Santa, - tu vientre florece.

Ya está todo dicho. El vientre de la santa Virgen florece, ha florecido. Los versos de apertura de tan tierno villancico esbozan con donaire el parto que sacraliza el estribillo.

—El parto es llegado - de nuestra esperanza; - que Dios encarnado - nació sin dudanza; - por donde se alcanza - el bien que parece - tu vientre florece.

Cuando la luz se abre paso en la sombra todo florece a una, como por ensalmo. El día, el huerto, el entorno. Sin concurso de falsos leños ardientes y luces parpadeantes, el belén (sea gruta, portal, pesebre o establo) resplandece por sí sólo como el vientre de la luciérnaga acariciado por el tierno dedo enamorado de la luna. Qué sola está la soledad sin gente caminera. Eco de pasos perdidos. Y qué sola en la soledad, sin abrazos amigos ni reparos, la Sagrada Familia, tras el consumado florecimiento del vientre, el viento que venturosamente ha florecido.

—A la media noche / acá entre nos / sin ningún reproche / nació hombre y Dios; / pues, Señora, a nos / por vos tal [a]contece, / tu vientre florece.

Nada tendría de extraordinario el parto habido, un parto más entre tantos, de no ser un parto acontecido por expresa voluntad del cielo. Para el mundo, el recién nacido ha nacido hombre, sí. Y Dios, también. Cumpliéndose así el anuncio del ángel a la sierva del Señor.

Según me decíais, - y a mí me dijeron, - estas profecías - en vos se cumplieron; - pues vos escogieron- porque Adam padece, - tu vientre florece.

En el libro de los libros, donde todo está escrito desde el primer día hasta el último, previsto estaba, según las enseñan los curas en los púlpitos, que el virginal vientre de María había de florecer sin concurso de varón, por obra y gracia del Espíritu Santo. En noche fría y oscura, donde la divina primeriza se pusiera de parto por azar. En un triste y desolado portal ha sido, abierto de par en par a los cuchillos del viento que pela las cañas y afila los rostros.

—Pues Dios nos echó - en este portal - do el Niño nació - por lo humanal;- en este arrabal, con frío que crece, - tu vientre florece.tu vientre florece.

Con el paso de las horas, el frío va a más sin tregua alguna, agudizándose. Nadie está por llevar una taza de café o un caldo de gallina a la que ha visto florecer en su vientre un rosal. Ni un abrazo. Ni un beso. Ni un consuelo. Están definitivamente solos. Solos en el portal. Solos con su soledad.

—Si quieres que vaya - partera a buscar, el gabán y sayo - os quiero dejar; - en pobre lugar - todo esto acaece; - tu vientre florece.tu vientre florece.

A buenas hora, piensa el santo varón en la partera. Ay, carpintero, qué cabeza la suya, siempre pensando en los muebles a los que ha de pasarle la garlopa. A su edad, los nervios le juegan malas pasadas. El florecimiento del vientre de la mujer en tan impropio lugar le tiene enteramente trastornado. Tanto que a destiempo le propone ir a buscar partera, cuando ayuda para alumbrar ya no hace falta, porque el vientre de la esposa felizmente ha florecido.

Mientras voy, Señora, - partera a buscar, - quered vos agora - sola consolar: - no queráis llorar, -que a mí me entristece; - tu vientre florece.

Dejarla sola es una temeridad. Qué podrá ella sola contra los lobos de la noche, no siendo los que aúllan los de más temer. Lo que el novato padre busca no es, en realidad, una partera. Es ayuda, cualquier tipo de ayuda, porque son pobres de solemnidad. Están solos. Tiritando de frío y de hambre y desconsuelo en un portal.

Lumbre no tenemos - ni leña ninguna, - ni tampoco habemos - mantillas ni cuna; - pues nuestra fortuna - todo esto merece, - tu vientre florece.tu vientre florece.

Contra los males del mundo se impone la vida, la gloriosa vida que se manifiesta en los brazos de la madre. Madre e hijo anudan sus lágrimas al comerse a besos. Por qué llora el niño al entrar en la vida es cuestión para la que no ha encontrado respuesta válida la filosofía. Ni la teología tampoco. El vientre florece a lo desconocido. Más allá del paraíso perdido de la madre acaba el florecimiento del vientre.

Con terrible invierno - y noche lloviosa, - sin ningún gobierno, - con pena penosa, - consuélate, esposa, - aunque algo fallece; - tu vientre florecetu vientre florece.

La gravidez para siempre ha fenecido. Adiós vientre romo, estado de buena esperanza. El vientre ha florecido. María llora porque ya nunca más podrá alumbrar a Jesús. Hombre y Dios florecido de su vientre al mismo tiempo.

En la composición poética de Rodrigo de Reinosa renombrada por su primer verso nada es superfluo. No hay estrella de larga y brillante cauda, no hay ángeles anunciadores, no hay pastores, no hay rebaños, no hay montañas, no hay palmeras, no hay olivos, no hay musgo, no hay ríos de plata, no hay peces nadando a contracorriente en los azudes, no hay puentes de verdosa piedra, no hay ventas, no hay palacios, no hay caseríos, no hay molinos harineros, no hay pozos, ni cántaras, ni cítaras, ni guitarras, ni bandurrias, ni sonajas, ni castañetas, ni panderos, ni mula, ni vaca. En tan primario y tierno poema, reducido a lo esencial, sólo se manifiesta, por voz de la expresión poética, una sola voz, una voz sola, la grave voz, aterida por el frío, que impacientemente se alza en la envolvente sombra porque impacientemente espera que fenezca la noche y nazca la mañana.

—Canta, gallo, canta. - Canta, que amanece.