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Exhausted (Agotada, pero en inglés)

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Siempre había pensado que terminaría viajando por el mundo, como profesora visitante en centros españoles en el extranjero. Luego empezó a tomar cuerpo la posibilidad de disfrutar un año sabático y viajar, pero sin trabajar. El caso es que no llegué a hacer nada de eso, ni siquiera a pedirme unas semanas sin sueldo. Conforme me iba haciendo mayor, lo que me apetecía más era tener más tiempo cada día, para mi familia, para leer, para poder hacer un poco de deporte, para vivir.

No hay mal que por bien no venga, me decía mi madre. Puede ser, porque lo que al final me ha decidido a pedir la reducción de la jornada ha sido que este año casi me pongo mala. Hubo un día que salí de una clase, en la que un chaval me había amenazado de muerte -no quería venir al instituto y había descubierto que buscando la expulsión se libraba del protocolo de absentismo, 12 años-, y se me empezaron a caer las lágrimas mientras redactaba la amonestación en la sala de profes.

Nunca antes había llorado de pura frustración por un alumno. Casualmente, esa semana tenía revisión médica y le pedí a mi doctora que lo hiciera constar en algún sitio. “Imagínate cómo estamos nosotras”, me decía la pobre. Jovencita, supliendo a su titular y a quien estuviera de baja esos días. Atención primaria en Murcia, you know.

El parón de primavera no fue suficiente para recuperarme, como otras veces, de un trimestre demasiado largo y con grupos muy conflictivos en 1º ESO. A la semana de haber empezado las clases tenía que armarme de valor para entrar a algunas aulas, poner distancia, no poner el cuerpo. Por primera vez sentía que no estaba haciendo bien mi trabajo porque me estaba obligando a no implicarme con cada estudiante, para evitar llorar y para evitar el pánico cuando de golpe volvían varios de los expulsados a la vez. La clase sin respirar, expectante a ver cuándo se liaba del todo.

Intervenciones desde tutoría, con las familias, desde Jefatura de Estudios, acciones coordinadas con todo el equipo docente, con el equipo de Orientación, activados protocolos de absentismo, puesta en conocimiento de servicios sociales de quienes presentaban mayores problemas… Todo lo que se podía hacer, se hizo. Insuficiente. Niños que vendrán a clase de manera intermitente hasta cumplir los 16 que no habrán aprendido casi nada. Fuera del sistema en su barrio y en el instituto. Lo pongo en masculino porque casi siempre son niños, las niñas vienen, hasta que dejan de venir.

Así que por fin me he animado, a ver qué tal. Este año puedo afrontar la reducción del sueldo y seguir pagando el alquiler, tengo dinero ahorrado, no tengo cargas familiares. Espero que sea suficiente para coger fuerzas. Me da a mí que en un año no habrá habido grandes cambios en la política educativa de nuestra Región. Aún así, he querido que conste, así que he mandado esto por registro a prevención de riesgos laborales, porque con malas condiciones laborales, el trabajo nos enferma.

Que la solicitud se produce en un intento de no caer en el síndrome del profesor, en este caso profesora, quemado. El personal docente, ante una situación constante de estrés, responde con un profundo malestar, agotamiento físico y mental, frustración, hastío, pérdida de paciencia y de capacidad de empatía con el alumnado…

Que la situación que ha llevado a este extremo viene dada por la organización derivada de los programas bilingües, que agrupan al alumnado de profundización de inglés en unos grupos y, en el resto, a quienes tienen peores resultados académicos, lo que incluye a todo el alumnado con desfase curricular y con diagnósticos de educación especial.

Que dentro del alumnado con desfase curricular se incluyen familias que provienen de entornos marginales, migrantes, muchas veces con desconocimiento del idioma, y en general, con pocos recursos económicos y/o falta de red familiar y tiempo para compensar las desigualdades y las necesidades específicas en su entorno.

Que el malestar emocional y los problemas de salud mental son una realidad hoy que afecta también a niñas y niños, lo que viene a agravar la dificultad para gestionar aulas enormemente heterogéneas en su diversidad, homogéneas solo en el rendimiento académico.

Que la falta de recursos públicos incide en la reducción de la capacidad de respuesta de un profesorado agotado frente a las complejas problemáticas a las que nos enfrentamos, que cualquier ayuda externa está convenientemente forrada de papeles que no llegan a ningún sitio, porque no hay recursos suficientes tampoco en servicios sociales, porque los ayuntamientos, en este caso el de Murcia, no garantizan la colaboración de todo el entorno vecinal y su comunidad educativa, dejando a los centros como entes independientes y a cada docente como una isla.

Que la apuesta de la Comunidad Autónoma por la empresa privada subvencionada con fondos públicos a través de los conciertos educativos o de externalizaciones ha convertido los centros públicos en guetos de pobreza. Que la falta de atención a la infancia, la falta de recursos en la sanidad pública para atención temprana o salud mental, la falta de recursos de atención al menor o de servicios sociales es una condena para las familias que no tienen recursos.

Que la falta de financiación para la educación pública afecta directamente a la calidad de la enseñanza y a la salud en el trabajo. Que las ratios elevadísimas, la inexistencia de reducción de ratio por alumnado con ACNEE y ACNEAE, las ratios con las que trabajan en los departamentos de Orientación, la falta de apoyos dentro y fuera del aula y la falta de asesoramiento externo y apoyo por parte de sanidad, salud mental, menores, servicios sociales, organizaciones vecinales y proyectos comunitarios, la burocracia, la sobrecarga horaria, la falta de medidas reales de conciliación de la vida personal, laboral y familiar, hace que la labor educativa se vea profundamente menoscabada.

No garantizamos el derecho a la educación de todo el alumnado, especialmente de quienes proceden de entornos más pobres, de quienes proceden de entornos racializados, de si eres niña o niño. Fracaso escolar y abandono escolar temprano. Los datos de nuestra región avalan lo que digo.

Que me veo obligada a solicitar una reducción de mi jornada laboral porque no quiero ponerme enferma. Que tenemos una Ley de Salud en el Trabajo que la administración pública no cumple, que nuestro servicio de prevención no da abasto y que no hay ningún interés por cambiar eso. Hasta que reventemos.

Siempre había pensado que terminaría viajando por el mundo, como profesora visitante en centros españoles en el extranjero. Luego empezó a tomar cuerpo la posibilidad de disfrutar un año sabático y viajar, pero sin trabajar. El caso es que no llegué a hacer nada de eso, ni siquiera a pedirme unas semanas sin sueldo. Conforme me iba haciendo mayor, lo que me apetecía más era tener más tiempo cada día, para mi familia, para leer, para poder hacer un poco de deporte, para vivir.

No hay mal que por bien no venga, me decía mi madre. Puede ser, porque lo que al final me ha decidido a pedir la reducción de la jornada ha sido que este año casi me pongo mala. Hubo un día que salí de una clase, en la que un chaval me había amenazado de muerte -no quería venir al instituto y había descubierto que buscando la expulsión se libraba del protocolo de absentismo, 12 años-, y se me empezaron a caer las lágrimas mientras redactaba la amonestación en la sala de profes.