Renuncio categóricamente al feminismo de botiquín. Digo adiós a la arrogancia, la mojigatería y los decoros burgueses de quien lidera el Partido Feminista y demás conocidas. Lo hago porque, paradójicamente soy feminista y no quiero que la heterogeneidad de este movimiento social quede sujeta a un estereotipo, al discurso monolítico o a la continua victimización. Sí, habemus Huelga Feminista y de eso, perdonen la entradilla disruptiva, quería yo hablar.
El 8 de marzo algunas dejarán el asiento de sus despachos vacíos, otras acudirán a la manifestación con sus cánticos y gritos; y aquellas que siempre son invisibles, no serán bienvenidas. Se mezclarán quizá con nosotras, irán a recoger a sus hijas a la escuela o nos cederán el paso en la cola del súper. Pero, una vez más, ese día, quienes más dicen preocuparse por las mujeres, volverán a negarlas. Hablo de las trabajadoras sexuales y más concretamente, de las putas. Es cierto que en el argumentario y la convocatoria a la Huelga Feminista no restringe la participación de las trabajadoras sexuales, pero hay que considerar que muchas de las asociaciones, sindicatos y partidos políticos que la apoyan y la celebran sí definen la prostitución como una violencia de género, inseparable del capitalismo. Ante esto, el cinismo está asegurado y observo como en diferentes municipios se aprueban mociones que pretenden apoyar la Huelga Feminista, sumando como punto: “la abolición de la prostitución”.
Sobre todo, son los partidos de izquierdas los que lideran sin pudor y con hipocresía esta iniciativa. Jamás he visto a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Alberto Garzón estar cara a cara frente a una trabajadora sexual, preocuparse por su salud y su proyecto migratorio (si lo tienen), ofrecerles un café caliente en la esquina donde buscan clientes o incluir la protección de sus derechos humanos como propuesta principal en sus respectivos programas políticos. Tampoco a Rajoy ni a Rivera. Pero en estos, por suerte, nunca he confiado mi voto como ciudadana. Ni siquiera cuando Ciudadanos hizo pública su pretensión de regular la prostitución entré en júbilo, al contrario, fui bastante crítica porque la propuesta de Albert Rivera solo beneficiaba a los empresarios.
A los grandes hombres de esta izquierda les escucho, de vez en cuando, tanto a ellos como a compañeras de partido, teorizar sobre trata de personas con fines de explotación sexual, el tráfico de personas, la explotación sexual y la prostitución como si fueran la misma cosa. En esa línea, hacen alguna concesión como solidarizarse con las trabajadoras sexuales, pero condenando a su vez, lo que hacen libremente con sus cuerpos. ¿Acaso no recuerda esto a la caridad y compasión cristiana? Algunos, que parece que se desayunan a Marx por las mañanas, las llaman alienadas: ¡perdónalas Señor, no saben lo que hacen!
No sé si el feminismo hegemónico, los sindicatos y la izquierda son una nueva religión. Lo que sí sé es que el feminismo que practico y que deseo que triunfe más allá de las fronteras de mi país no se reduce a llevar puesta una camiseta. Defiendo un feminismo fáctico, comprometido, reflexivo, accesible e inclusivo donde las complejidades de género, raza y clase ensanchen los diagnósticos de las élites puritanas y bienpensantes. Frente a quienes desean “salvar” a las putas desde sus sillones y cambian el “mi cuerpo es mío” por “ tu cuerpo es tuyo hasta donde yo te diga”, propongo un feminismo que subvierta el espacio simbólico de la dominación masculina: desde la sexualidad como experiencia colectiva de las mujeres a la prostitución como vivencia personal y emancipadora.
No obstante, ésta no es mi única travesía. Quiero añadir más reflexión a esta cuestión. El feminismo hegemónico no sólo no ha conseguido abolir la prostitución ni disminuirla ni mejorar las condiciones de trabajo de las trabajadoras sexuales sino que se ha acomodado en aquellos espacios de poder que de forma interesada dispuso Papi-Estado. El feminismo se devalúa cada vez que no ponemos el foco en ese otro monstruo. Somos muchas las mujeres que no nos conformamos con portavozas, cuotas o entrevistas a Leticia Dolera. Somos muchas las que desafiamos el feminismo de la complacencia y nos enfrentamos al discurso hegemónico, al patriarcado y al Estado desde los márgenes, redefiniendo el activismo mediático y sin miedo a las grietas. O dicho de otro modo, renunciamos a ese feminismo que nos pone un límite de subversión, de justicia social o de incorrección política. Quizá nuestra fama, como la de las putas, no sea de niñas buenas. Pero aquí estamos, con ellas, de la mano, lejanas al paternalismo y creando una genealogía feminista integradora, revolucionaria y política. Y sí, sí, sí, ¡iremos a la huelga!
*Loola Pérez es presidenta de Mujeres Jóvenes de la Región de Murcia: 8 de Marzo. Graduada en Filosofía e Integradora Social.