Son ya muchos años de una política monocolor que tiene muy claro que algo tan básico como la salud es un negocio que promete. El sistema sanitario se derrumba ante nuestra mirada atónita mientras se firman las últimas concesiones y decretos que aseguran un reparto equitativo de las migajas entre las empresas de siempre.
Entre tanto, el temblor de María habrá de esperar nueve meses para ser evaluado por un neurólogo, José está pendiente de que le llamen para hacerse una ecografía por un dolor que arrastra más de seis meses en el abdomen y Juana, con 92 años, espera sobre una camilla cuatro horas para ser atendida en un servicio de urgencias colapsado en pleno mes de abril porque acaban de cerrar otra planta.
Javier, el médico que los atiende, terminó su especialidad hace un año y trabaja días sueltos viendo más de 60 pacientes en un centro de salud donde se logra cubrir a malas penas las últimas bajas. Se levanta todos los días a las 6:00 esperando a que suene el teléfono para hacer una nueva sustitución. Es feliz… Aún no ha tenido que emigrar a Suecia como otros compañeros.
Los nombres son completamente ficticios, aunque la crudeza de la realidad que vive uno cuando trabaja en un sistema público puede ser todavía peor. Permítanme otro ejemplo, les comento el caso de Mercedes. Viuda, 74 años, cuida de su madre, de 93. Actualmente se encuentra a la espera de la colocación de una prótesis por un intenso dolor en su rodilla derecha. Lleva tres meses en lista de espera y ninguno de los medicamentos que toma para ello le alivia. Su madre, Juana, lleva cuatro días sin comer, desorientada, no reconoce a su familia. Ambas reciben ayuda de un hermano de 72 años que vive en Alicante y una vez por semana les lleva la compra a su domicilio. Desesperadas, llaman a una ambulancia que las traslada al servicio de urgencias más próximo. Otra espera de seis horas. La madre de Mercedes queda ingresada y a los cuatro días regresan solas a su domicilio. ¿Qué soporte les da nuestra Región?
No tenemos residencias públicas, los hospitales de cuidados medios están en manos privadas y, para colmo, los escasos recursos públicos se están dinamitando de forma controlada. La concertada sigue engordando, creciendo. Y mientras, los gestores se siguen fascinando con los nuevos equipos tecnológicos mientras se reúnen para ver cómo solucionar el problema del hospital pequeño e insuficiente para el nuevo paciente anciano, pluripatológico-crónico complejo (como se les conoce en la jerga).
Hace mucho tiempo que el modelo quedó obsoleto. Necesitamos una sanidad que de verdad dé soporte al concepto de salud, entendiendo que se trata atender el bienestar y dignidad de la gente. Se trata de reformar los servicios para que exista una auténtica integración entre los servicios sociales y lo sanitario. Se trata de una vez por todas de crear nuevas estructuras, construir una atención primaria resolutiva y eficaz. Se trata de controlar el gasto hospitalario para redistribuir los recursos entre quienes más lo necesitan.
Murcia es la comunidad autónoma donde más han bajado los salarios durante la crisis y una de las más opacas en cuanto a la gestión y derivación de usuarios a la sanidad privada. Hace unos días un amigo me comentaba que nuestra sanidad sigue aparcando su Ferrari a las puertas de la chabola. No pude evitar reírme. Cambiemos a un coche más modesto, compremos una casa en condiciones y construyamos un proyecto para la salud que queremos.
Enrique Molina es médico y candidato de Podemos a la Asamblea Regional
Son ya muchos años de una política monocolor que tiene muy claro que algo tan básico como la salud es un negocio que promete. El sistema sanitario se derrumba ante nuestra mirada atónita mientras se firman las últimas concesiones y decretos que aseguran un reparto equitativo de las migajas entre las empresas de siempre.
Entre tanto, el temblor de María habrá de esperar nueve meses para ser evaluado por un neurólogo, José está pendiente de que le llamen para hacerse una ecografía por un dolor que arrastra más de seis meses en el abdomen y Juana, con 92 años, espera sobre una camilla cuatro horas para ser atendida en un servicio de urgencias colapsado en pleno mes de abril porque acaban de cerrar otra planta.