He visto una fotografía: un tipo se asoma al balcón con una imitación del casco de Hernán Cortés en la cabeza. Me invade una sensación de vergüenza que dura unos segundos. Es un país dado al disfraz, me digo a mí mismo a modo de explicación mientras sigo observando a este mortadelo contemporáneo y tal vez por eso anacrónico.
Otra parodia en el espejo cóncavo español: el nuevo esperpento de la política también es feo, católico y sentimental. España es Goya y Valle-Inclán; Mortadelo y este hombrecillo que se ha puesto de actualidad. Cómica y trágica a la vez.
Pero el político es una representación de los ciudadanos, de modo que abajo del balcón no habrá burla de su fantochada o elegante indiferencia, sino suspiros de emoción. Orgullo.
Al pie de la foto, sus gregarios proclaman: “Nuestro presidente está a la vanguardia de la reconquista”. Y escriben Reconquista con minúscula. Para ser más españoles, les recomendaría que aprendiesen la lengua. También algo de historia, siquiera lo elemental, puesto que el extremeño no participó precisamente en la Reconquista: tenía seis o siete añitos cuando esta terminó. En todo caso y partiendo del muy matizable argumento de que la Reconquista consistió en devolver a un pueblo su territorio, la empresa de Hernán Cortés consistiría exactamente en lo contrario: en despojar a un pueblo de su territorio.
No me gustan los nacionalismos. Ni me atribuyo las supuestas proezas de mis (¿mis?) antepasados ni tampoco — hipocresía de cristianos — asumo la culpa de sus pecados. Son las dos caras de una moneda falsa.
Me encontré con Hernán Cortés en México. Fue en 2008, en el Museo de Cera de Tijuana. ¡Qué extraña visita! De Cuauhtémoc a Pancho Villa, que junto a Zapata estrechaba el cerco al tirano Porfirio Díaz. Y después Cantinflas y una galería de personajes de terror. En la leyenda de Villa rezaba que “es la única persona en la historia que ha invadido los EE UU: entró por Nuevo México con 589 caballos”. Hernán Cortés estaba junto a Moctezuma. Leí que, aunque le arrebató el poder, Cortés nunca le retiró su rango al Tlatoani de los mexicas, un hombre carismático “cuya muerte lloró como la de un padre”.
A día de hoy, Hernán Cortés es el símbolo de una invasión que tuvo consecuencias dramáticas y es por tanto repudiado por una buena parte de los pueblos mexicanos. Fue un militar y un colonizador, de eso no cabe duda, pero si lo relacionamos con la Reconquista, tendremos que admitir que fue mil veces Tarik antes que Pelayo.
Hernán Cortés fue un migrante. La patria se le quedó pequeña. Viajó más allá de sus fronteras. De Medellín a Cuba y de allí al continente. En México comandó a los totonacas, un ejército de indios que aprovechó su llegada para descabezar a los aztecas: el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Derribó sus ídolos y los cambió por cruces y vírgenes. Fue amante de la controvertida Malinche, una soberbia mujer nahuatl conocedora de varias lenguas que le hizo de intérprete y con la que tuvo al primer mestizo del continente americano: Martín Cortés Malintzin. También yació con Texuichpo Ixcaxochitzin, hija del propio Moctezuma. Juntos tuvieron a otra mestiza: Leonor Cortés Moctezuma.
La historia de Cortés significa migración, conquista y mestizaje. Por lo tanto, jamás puede simbolizar antiinmigración, Reconquista ni mucho menos pureza étnica.
Miro otra vez la fotografía. Intento imaginarlo un momento antes de salir al balcón, infantilmente excitado por su propia ocurrencia. Mortadelo no es Hernán Cortés. Ni siquiera es Mortadelo. Es un individuo inflado de historias que no es capaz de comprender. Un farsante que se presenta disfrazado ante su público. Un fantasma.
He visto una fotografía: un tipo se asoma al balcón con una imitación del casco de Hernán Cortés en la cabeza. Me invade una sensación de vergüenza que dura unos segundos. Es un país dado al disfraz, me digo a mí mismo a modo de explicación mientras sigo observando a este mortadelo contemporáneo y tal vez por eso anacrónico.
Otra parodia en el espejo cóncavo español: el nuevo esperpento de la política también es feo, católico y sentimental. España es Goya y Valle-Inclán; Mortadelo y este hombrecillo que se ha puesto de actualidad. Cómica y trágica a la vez.