Lo siento, pero no estoy de acuerdo con la propuesta que se barajó sobre el futuro del conjunto mégalo-vaticano-franquista del Valle de los Caídos (una vez sacados de allí los huesos del dictador, lo que inevitablemente sucederá un siglo de estos), en el sentido de transformarlo en parque temático de la Guerra Civil y la Reconciliación nacional.
La razón es sencilla: desde que murió Franco no ha habido ninguna reconciliación. Y ahora menos que nunca. En mi humilde opinión, su mejor destino sería la demolición. Otra cosa es que esta no se lleve a cabo por causa de prioridades presupuestarias, aunque la dinamita no es cara.
Lo que no es aceptable es que todo se esté retrasando casi medio siglo después de la muerte del Caudillo a base de triquiñuelas políticas o legalistas, con diferentes grados de entusiasmo según las perspectivas electorales, que es a lo que se dedica el partido católico-franquista, los acérrimos enemigos de la memoria. Los nombro así, genéricamente, porque aunque con diferentes marcas son ‘los mismo perros con distintos collares’ (es un socorrido símil, que nadie se ofenda por eso).
En el improbable caso de que, a imitación de los alemanes, la bizarra idea acabara en proyecto, se expondrían al público las fotografías de los esclavos republicanos que lo construyeron, las cifras, los datos del horror y las atrocidades que se ocultan bajo esos bloques de granito, junto con las dos banderas (la del águila y la tricolor, en vitrinas separadas, naturalmente.) Este hipotético espacio histórico-cultural en la España actual solo se convertiría en un hipermercado del odio.
Me cuesta imaginar una excursión a esa quimérica gran superficie, de grupos de niños y niñas de los Escolapios o de las Jesuitinas del siglo XXI, sus preguntas y las respuestas: “¿Es que Dios solo amaba a la mitad de los españoles?, ”¿Tenían vacaciones los trabajadores?“, ”Si no podían salir nunca, ¿qué hacían los domingos sin tele ni internet?“, ”¿Por qué saludan todos esos obispos brazo en alto como los malos de Malditos bastardos?“.
Imagino que los curas y las monjas de los colegios religiosos no se atreverían a responderles que los forzados iban a misa, confesaban, comulgaban, y ya está. O que los malos nazis que masacraba Brad Pitt son de película. “Pues mi papá estuvo en Auswitch y vio las cámaras de gas y los crematorios de verdad…”, etc. De manera que esa delicada visita a nuestros horrores, precisaría de un guía. ¡Ah! ¿Y quién le escribe el guión al guía? Imagino encarnizadas diatribas en el Parlamento, Nacional o Autonómico, igual o peor que por el control de la tele estatal.
Mucha gente se pregunta si vale la pena toda esa movida por unos huesos. Lo penoso es que en el siglo XXI, los huesos, ya reposen en fosas comunes, en cunetas, o en un hotel-mausoleo cinco estrellas de la sierra, sean motivo de debate y confrontación, con una inquietante tendencia a empeorar: es un tema que debió resolverse entre 1975 y 1978. Y aquí está, sin resolver, enquistado, renacido como las hojas verdes del olmo seco machadiano. Y eso que la ‘izquierda’ gobernó con mayoría absoluta. El verdadero drama es el olvido de los vencidos y represaliados; no los huesos de Franco, sino la resaca autoritaria que ha dejado el franquismo.
Los de mi generación y alrededores usamos las monedas cesarianas con la leyenda “Franco Caudillo de España por la Gracia de Dios”. Vimos en el NO-DO y en la tele las entradas bajo palio del general a los templos arropado por la jerarquía católica, y su fotografía junto al crucifijo en las aulas de primaria, secundaria y hasta en la universidad, durante decenios. Todo eso lo hemos mamado y no es fácil reducirlo. No son bagatelas, pesan mucho y tienen eco. Igual que las apariciones marianas, hayan existido o no, dejan una impresión permanente porque son señales ‘sobrenaturales’.
Con el franquismo y su gran símbolo, la imponente cruz de Cuelgamuros, a muchos ‘demócratas’ les pasa lo mismo que con esas estampas de vírgenes usadas como separadores de libros: puede que no creamos en ellas ni en su poder, pero por si acaso las volvemos a dejar donde las hemos encontrado.
El ‘Alzamiento Nacional’ o la ‘Cruzada de Liberación’, como bautizaron los franquistas al golpe de estado contra la II República, fue un ‘hecho sobrenatural’. Así lo vendieron a la asustada nación durante la guerra y la posguerra los discípulos de Goebbels, versión franquista-tridentina. Tenían material, argumentos, y triunfaron. Miren este telegrama dirigido a Franco, fechado el 1 de Abril de 1936, día de la ‘Victoria’:
El ABC publicó el largo texto del pontífice, resumido en el telegrama y en esta frase:
> (1)
Para la espectacular ceremonia religiosa de la ‘consagración del Caudillo’, el día siguiente del primer desfile de la ‘Victoria’, llegó a Madrid un lote de reliquias históricas relacionadas con el ‘sentido cristiano de la Cruzada’: la bandera de la batalla de Lepanto, el gallardete de la nave de Juan de Austria, el famoso Cristo de Lepanto, la lámpara votiva del Gran capitán, dos trozos de las cadenas de Navarra, etc. Tal vez muchos de los jóvenes que han asistido a las catárticas “cañas por España” hayan oído hablar de estas cosas por primera vez.
Mientras tanto, aún rodaban por los caminos de Francia las largas colas de exiliados, hombre, mujeres, niños, ancianos, enfermos, pobres, desamparados, huérfanos de patria...a los que no pudieron huir de la barbarie les esperaban los campos de concentración el paredón o los batallones de trabajos forzados.
La ‘Victoria’, aplastante, brutal, hizo que en algunos corazones de la ‘buena gente’ (la hay por doquier) naciera la esperanza de la amnistía, a proclamar el día del primer desfile triunfal. En las cárceles y campos de concentración se comentaba, con esperanza, esa posibilidad. La bendición papal consagraba España a Cristo, y Cristo predicaba el amor y el perdón. Franco perdonaría.
Ante ese síntoma de debilidad, los voceros del Movimiento, “más franquistas que Franco” ( figura muy “española”) salieron a advertir. Así se explicaba Adelardo Fernández Arias:
PerdónOlvidoPiedad, rojo…>>
- (1) ABC ,18.IV.1939.
- (2) Madrid bajo el terror, págs. 263-4.
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