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El Gobierno cojo de López Miras

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Lo que está pasando en la Región de Murcia, y lo que cabe esperar que pase en los 20 meses que faltan para las elecciones, no tiene parangón conocido. Merece la pena reflexionar sobre ello.

Me refiero al poder de las tránsfugas en este Gobierno autonómico. No es un poder abstracto que se vende por un precio concreto, sino que es el poder concreto de gestionar competencias sin dar cuentas a nadie y sin saber a qué ideario se corresponden, más allá del personal. Esto es muy serio y puede tener consecuencias muy perjudiciales para el presente y el futuro de la ciudadanía de la Región de Murcia.

¿Qué ha pasado en términos democráticos?

Nuestra democracia descansa en lo que podemos llamar “las cuatro elecciones”. En la primera, los partidos eligen listas de candidatas y candidatos; después en la segunda, el pueblo elige partidos. En la tercera elección, los representantes elegidos son quienes eligen a su vez a un presidente; y, por último, es éste el que elige consejeras y consejeros e indirectamente toda la estructura ejecutiva que nos gobierna.

Hay quien piensa que la más relevante de estas cuatro elecciones es la primera, y por eso se habla de partidocracia. Esto es, la gente vota a su partido sin importarle la lista presentada, aunque también hay, claro, quien vota a una lista sin pertenecer a un partido, ya por el trabajo realizado por la representación de un partido en el gobierno o en la oposición, ya por sus propuestas de futuro. Las otras dos elecciones tienen una relevancia menor porque los representantes elegirán al presidente que le diga su partido, el suyo, o el de otro partido si el acuerdo es necesario y posible. Y el presidente elegirá el gobierno como un compromiso entre el poder del partido (o los lobbies que le influyan) y la capacidad profesional adecuada para gestionar competencias casi siempre complejas.

En ese marco ideal, la presencia de tránsfugas se limitaba, hasta ahora, a una rotura del tercer eslabón. Los representantes elegidos dentro de la lista de un partido rompían la disciplina de voto y, con excusa ideológica o sin ella, votaban lo que más les interesaba en el órgano de representación popular. Ese interés personal podía ser más o menos transparente, pero se limitaba al ámbito de las votaciones parlamentarias. La nueva aportación murciana al friquismo político global es que el transfuguismo sale de la Asamblea Regional y ocupa el Ejecutivo (y no cualquier competencia, sino Educación, Cultura, Igualdad, Mujer, Familia, Política Social, Universidades, Empresas, Empleo…).

Cuentan con una amplísima lista de competencias vitales para nuestra sociedad, gestionadas por gente que está fuera de cualquier equipo, que ha roto con el suyo y que ha secuestrado el balón; que no se ha contentado con mantener el sueldo y vender el botón del escaño, sino que quieren “gestionar”.

¿Atendiendo a qué criterios? No está claro, y quizás la lista de elecciones anteriores nos sea útil.

No responden a un partido, porque los expulsaron; no responden al pueblo, porque ni están donde el pueblo los eligió, ni probablemente vuelvan a estar; no responden a otros partidos, o al propio presidente, porque la relación es a corto plazo y en dirección contrario. Son ellos los que tienen agarrado al PP por donde le duele, pero es difícil convertir esa posición de poder actual en algo duradero. Alguien podría tener la tentación de comparar esa situación con el juego parlamentario entre partidos que negocian su apoyo, pero ya he insistido en que es algo nuevo que destroza toda la lógica parlamentaria, no ya entre partidos, legítima representación de la voluntad popular, sino incluso aderezada con tránsfugas como estuvo en el Madrid de Aguirre, porque aquí la podredumbre va mucho más allá de un eventual apoyo: impregna la gestión diaria, que se vuelve errática e incompetente.

El PP es consciente de la situación y ha intentado rodear a las consejeras de equipos que limiten los daños, pero ellas tienen el botón nuclear a diario y se afanan en demostrar que las peores previsiones pueden quedarse cortas.

Los americanos llaman “pato cojo” al presidente que está agotando su mandato y no puede volver a presentarse porque se vuelve irrelevante. En España se ha utilizado como insulto en varias ocasiones, pero el PP murciano lleva tiempo empeñado en superarse a sí mismo y tener toda una familia de gansas y gansos cojos y desnortados gestionando nuestros asuntos.

Lo que está pasando en la Región de Murcia, y lo que cabe esperar que pase en los 20 meses que faltan para las elecciones, no tiene parangón conocido. Merece la pena reflexionar sobre ello.

Me refiero al poder de las tránsfugas en este Gobierno autonómico. No es un poder abstracto que se vende por un precio concreto, sino que es el poder concreto de gestionar competencias sin dar cuentas a nadie y sin saber a qué ideario se corresponden, más allá del personal. Esto es muy serio y puede tener consecuencias muy perjudiciales para el presente y el futuro de la ciudadanía de la Región de Murcia.