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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La gran tristeza

Hace poco escuché que en el siglo XVIII había habido una epidemia de tristeza, que coincidía, claramente, con la incorporación al sistema de producción fabril y la generalización del trabajo asalariado.

Y pensé: ¡claro! Ahora lo llamamos malestar emocional, pero lo que tenemos es una ola de tristeza, porque nos lo hemos montado bastante mal. ¡Es el mercado! Decía un tuitero hace unos meses algo así como “Humanos haciendo trabajo duro por poco salario, mientras los robots escriben poesía y pintan. No es el futuro que quería”.

Mi madre me dice que la gente de ahora no vale para nada. Claro, lo dice con toda su mochila de sacrificios y de trabajo duro. Una mujer que empezó a trabajar desde bien pequeña y que con 30 años estaba criando a dos hijos, trabajando en el campo, levantándose a las 5 de la mañana para dejar preparada la comida del día siguiente, llevando ella sola la casa y cuidando a sus padres y a sus suegros… Al menos terminó la Primaria, porque una de mis abuelas no sabía ni leer, ni escribir. Nací en el 79. En fin.

Cómo nos cuesta quitarnos la carga de esa cultura del trabajo. Las bajas han aumentado considerablemente, a nivel estatal, en todos los sectores laborales, y después de la pandemia no hemos vuelto a recuperar los niveles previos. ¿Qué está pasando entonces? La mayoría de compañeras y compañeros con los que hablamos en los centros educativos están agotados. La sensación de cansancio, la falta de tiempo, el “no me da la vida”, son un lamento constante. La mayoría no han ido al médico, no se van a coger una baja, ni siquiera se plantean que el estrés sea una –peligrosa– enfermedad. Es que ni nos cabe en la cabeza que lo que nos pasa sea un problema de seguridad y salud en el trabajo. Vamos a recordar aquí que el personal del Comité de Seguridad y Salud Laboral de Educación es absolutamente insuficiente para atender el número de docentes y de centros que tiene la Región. 

Claro, y es que no nos da la vida. ¿Me pongo mala porque tengo una situación muy difícil en mi casa, en mi vida, o porque el trabajo me enferma? Desde nuestro sindicato ya hemos hablado en esta sección, por activa y por pasiva, de las malas condiciones laborales en las que se trabaja aquí en la Región de Murcia. También hemos hablado de la epidemia de problemas de salud mental que nos afectan a docentes y estudiantes, y de las situaciones cada vez más complejas que afrontamos, sin recursos humanos ni materiales suficientes, con equipos de Orientación sobrepasados, sin medios adecuados para la atención psiquiátrica y psicológica desde la Sanidad pública, sin personal suficiente en servicios sociales… Pero si a eso le sumas que, de pronto, alguien se te pone malo en el entorno y te toca cuidar, ya para qué queremos más.

Por un lado, los servicios sociales son claramente insuficientes para la atención a las personas mayores, menores y dependientes. Por otro lado, las licencias y permisos también lo son, en nuestros puestos de trabajo, especialmente si tu situación económica no te permite renunciar a parte de tu salario. Las medidas de conciliación brillan por su ausencia, incluso en la administración pública educativa, que tiene el Plan de Igualdad caducado desde 2017. ¿Entonces qué?

Pues que lo que toca es darle una vuelta a esto. Si el sistema nos enferma, cambiemos el sistema. ¿De verdad queremos seguir viviendo así? Cuando decimos eso de “una economía para las personas, para el planeta”, no es una frase vacía, ni un eslogan. El estrés climático ya nombra una realidad, pero también el miedo -que nunca se nos quita- a la eterna crisis económica, a los discursos de odio... Cuando decimos “servicios públicos, que sean públicos” estamos hablando del interés general. Cuando pedimos la reducción de la jornada laboral sin merma salarial, pedimos vidas dignas, y oportunidad de dar mejor servicio. Cuando hablamos de conciliación y corresponsabilidad, estamos hablando de sostener la vida, la de todas las personas. Salgamos de la rueda. Pensemos bonito y hagámoslo realidad. Yo no pienso renunciar a una vida buena para todo el mundo. ¡Feliz descanso!

Hace poco escuché que en el siglo XVIII había habido una epidemia de tristeza, que coincidía, claramente, con la incorporación al sistema de producción fabril y la generalización del trabajo asalariado.

Y pensé: ¡claro! Ahora lo llamamos malestar emocional, pero lo que tenemos es una ola de tristeza, porque nos lo hemos montado bastante mal. ¡Es el mercado! Decía un tuitero hace unos meses algo así como “Humanos haciendo trabajo duro por poco salario, mientras los robots escriben poesía y pintan. No es el futuro que quería”.