Shelley proclamaba que todos somos griegos. Es indudable que la cultura griega, y en particular la de Atenas, ha tenido una gran influencia en Occidente. Cuando Roma conquistó militar y políticamente Grecia, fue a su vez colonizada culturalmente por ésta, difundiendo el aticismo y sus valores por toda la ribera mediterránea, cuna de lo que hoy llamamos civilización occidental. La razón y la búsqueda de la excelencia son principios que heredamos de los griegos, y que continúan vigentes en nuestra cultura del siglo XXI.
Sin embargo, Grecia no es el único pilar sobre el que se sostiene nuestra cultura. El mundo judío, y en particular Jesús y Pablo, provocaron una revolución cultural en el Imperio Romano con dos torpedos bajo la línea de flotación del aticismo. El “bienaventurados los pobres de espíritu” se opone frontalmente al culto a la excelencia, mientras el amor se contrapone a la razón que busca una verdad objetiva desligada del bien del prójimo.
La relación entre el mundo judío y el aticismo no es fácil de armonizar. Esta es un tarea que continúa pendiente tras más de dos milenios de conflicto. Si en los primeros siglos del Imperio Romano los judíos fueron expulsados de su tierra y los cristianos sufrieron persecuciones intermitentes, durante la Edad Media se impuso la cultura judeocristiana, que rechazó la tradición grecorromana como “pagana”. El Renacimiento trajo el intento de lograr una difícil síntesis, pero desembocó en una nueva inversión de las tornas, con la Ilustración recuperando la razón ateniense y la muerte de Dios proclamada por Nietzsche en el siglo XIX.
En los últimos dos milenios las culturas griega y judía se han opuesto entre sí, alternando en su primacía, pero manteniendo un componente importante de persecución mutua. Esta oposición de ideas se ha visto en ocasiones acompañada de una persecución de personas, relacionadas de manera más o menos directa con los modelos implicados.
Algunas de estas persecuciones parecen ser coherentes con la primacía temporal de un modelo. Así, el dominio del modelo judeocristiano en la Edad Media coincidió con el orillamiento de la filosofía y el ímpetu de la contrarreforma con la persecución de los librepensadores. Análogamente, movimientos más cercanos al ideal griego se han asociado a persecuciones del signo contrario: el culto a la razón en la Edad Moderna se ha acompañado de acciones anticlericales como las expulsiones de los jesuitas y el nazismo alemán, tan volcado con la búsqueda de la excelencia, hizo gala de la persecución de los judíos.
También ha habido otras persecuciones que no responden a este patrón. Por ejemplo, los pogromos contra los judíos que sucedieron en España en 1391 coincidieron con el predominio del modelo judeocristiano, pero responden a otra lógica, la identitaria centrada en la religión. También la persecución de los conversos se basaba en otros principios, los del rechazo racial. A pesar de ello, resulta relevante la oposición de los modelos de pensamiento filogriego y filojudío para explicar algunas de las persecuciones que se han sucedido a lo largo de la historia, especialmente contra los judíos.
El antisemitismo más encarnizado arranca en la segunda mitad del siglo XIX, coincidiendo con la proclamación de la muerte de Dios, la explosión del nacionalismo como sustitutivo de éste y el auge del capitalismo.
La cultura judía se había opuesto al capitalismo desde mucho antes de que éste surgiese. Desde los profetas del Antiguo Testamento hasta Marx hay toda una tradición judía de defensa de la justicia social y de oposición a los excelentes, a los ricos y poderosos, a los capitalistas explotadores o a cualquiera que se sitúe por encima de sus vecinos y los haga sufrir.
En la oscilación histórica del péndulo, actualmente nos regocijamos de nuestra herencia griega y despreciamos la judía. Disparamos la producción mientras destruimos ecosistemas y empeora la pobreza. Ensalzamos la excelencia despreciando a los pobres y a los “no competitivos”. Esbozos de una integración entre modelos, vehiculizados por el miedo a la extensión del comunismo soviético, han alumbrado el llamado estado del bienestar, un gran avance visto en términos históricos, aunque no pase de ser un maquillaje del modelo capitalista.
La imposibilidad de que la economía siga creciendo eternamente, el desastre ecológico y la inquietud social anuncian un nuevo cambio de ciclo. Espero que nos acerque a una síntesis y que no renunciemos a la razón y el esfuerzo por ser mejores, sino que complementemos estos principios con la valoración de todo ser humano por el hecho de serlo y con el amor. Deseo que podamos por fin decir que somos medio griegos y medio judíos. Falta nos hace resolver de una vez este conflicto que ya dura más de dos mil años.
Shelley proclamaba que todos somos griegos. Es indudable que la cultura griega, y en particular la de Atenas, ha tenido una gran influencia en Occidente. Cuando Roma conquistó militar y políticamente Grecia, fue a su vez colonizada culturalmente por ésta, difundiendo el aticismo y sus valores por toda la ribera mediterránea, cuna de lo que hoy llamamos civilización occidental. La razón y la búsqueda de la excelencia son principios que heredamos de los griegos, y que continúan vigentes en nuestra cultura del siglo XXI.
Sin embargo, Grecia no es el único pilar sobre el que se sostiene nuestra cultura. El mundo judío, y en particular Jesús y Pablo, provocaron una revolución cultural en el Imperio Romano con dos torpedos bajo la línea de flotación del aticismo. El “bienaventurados los pobres de espíritu” se opone frontalmente al culto a la excelencia, mientras el amor se contrapone a la razón que busca una verdad objetiva desligada del bien del prójimo.