Guardiola cerrará la lista independentista de las autonómicas catalanas de este otoño. En los últimos dos o tres años, el antiguo futbolista, ahora entrenador, se ha caracterizado por irrumpir, más o menos ocasionalmente, en el debate político con tomas de posición suficientemente explícitas. Su inclusión en una lista electoral, sea en el lugar que sea, le expone al espacio de opiniones encontradas inherente al mundo –por no decir al berenjenal- en el que voluntariamente se ha metido. Seguro que se lo espera.
Otra cosa bien diferente es el ventilador de heces puesto en marcha recientemente con el fin de degradar la vertiente deportiva de su trayectoria, con especial refocilamiento en su etapa como jugador de la Selección Española de Fútbol, con la que alcanzó el oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Los que abren ese melón argumental se descalifican a sí mismos ante la falta de argumentos para oponerse a la posición del Guardiola que, 30 años más tarde, entra en política, y que es el que de verdad importa ahora. Como si el debate político no estuviera lo bastante podrido y mistificado.
Por cierto, a menudo veremos cómo -¿verdad, señor Fernández Díaz?- los que atacan a Guardiola en su condición de antiguo futbolista son los primeros que, cuando creen que les conviene, se quejan de lo que entienden como “politización” del deporte. A menudo se cuentan también entre los que dicen aquello de “hay que respetar todas las ideas”. Menuda sandez. Las ideas no están para que las respetemos: discutámoslas hasta la extenuación; retorzámoslas al extremo hasta ver lo que dan de sí. Otra cosa son las personas y su derecho a sostener sus ideas: eso sí merece todo el respeto, incluso el del ministro del Interior.
Figurar en las filas de una selección nacional es un hito necesario en la trayectoria de un futbolista de élite. Dejemos claro de una vez lo que es obvio, para empezar: el 90 por ciento de los deportistas no escogen con qué selección juegan. Guardiola, Iríbar, Arbeloa o Silva, nunca han tenido la posibilidad de elegir su camiseta nacional. Eso viene predeterminado. Lo mismo que Pelé, Materazzi, o N’Kono. ¿Qué tendrá que ver el hecho de sostener una cierta posición política respecto al territorio donde has nacido con renunciar al derecho a jugar con la selección que se corresponde con tu pasaporte?
Durante su etapa como jugadores de selección, todos los jugadores –incluidos catalanes y vascos- han mostrado una actitud respetuosa con la simbología española, sin sonrisillas, caras raras ni nada parecido. Su comportamiento ha sido indiferenciado con respecto al resto. Ni Iríbar, ni Puyol, ni Javi Martínez, ni Víctor Valdés, ni Guardiola en su tiempo, dieron pie a ninguna situación de ruptura del grupo en razón de su origen territorial.
Saben, sabemos, que pueden decidir sobre el club donde quieren prestar sus servicios. Zamarra de selección, solo se viste una, y no es por decisión del deportista. Unos pocos –algún catalán y algún galllego hasta donde recuerdo- declinaron cortésmente formar parte de lo que ahora se llama 'la roja', con la plena comprensión del seleccionador y de sus compañeros. Cuando se quitan la camiseta, e incluso con ella puesta los futbolistas son ciudadanos que tienen ideas y derecho a exponerlas y a exponerse públicamente por ellas.
¿A qué viene, pues, este nuevo vertido de tinta de calamar en el debate sobre 'la cosa' de Cataluña? ¿No estaba todo bastante estropeado ya? ¿A cuántos catalanes creen haber ganado para su causa con este tipo de razonamientos de barra de bar pasado de horario de cierre? Seguimos esperando un clima de debate sobre el proceso catalán que vaya más allá del nivel visto hasta ahora. Quebec, Escocia, Flandes... Echen un vistazo por ahí y aprendan de formas y de argumentos. Ya verán como hay campo para discutir.
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