La ira es mala consejera. Sea gastronómica o política. La frustración ante una clase política que ha llevado al Mar Menor al desastre, que ha creado una situación irresoluble en Cataluña y que además irresponsablemente nos castiga de nuevo con las urnas, ciertamente invita al ayuno electoral. Resulta así tentador obrar como aquel buen paisano que ofuscado renuncia a su pitanza a fin de fastidiar al responsable de sus infortunios. Sucede que al conde le importa un bledo que sus pecheros cenen o no. Y los verdaderos señores de este país se frotan las manos ante la perspectiva de que unos cientos de miles de cabreados votantes no ejerzan sus derechos políticos el próximo 10N. Lo que es seguro es que las fieles huestes del conde acudirán bien saciadas a los colegios; lo que bastará para consumar la pesadilla de un Gobierno en manos de sus más leales vasallos.
Ora melancólico, ora irritado, el votante progresista español a menudo se comporta como el caprichoso consumidor en un hipermercado político. Espera encontrar su producto fetiche en los anaqueles. Y si no, no compra. Tal vez esto explique que los grandes distribuidores de embutidos electorales ofrezcan más y más productos en su carta. La ley electoral hace el resto a fin de que todos acabemos catando el mismo fiambre, mejor o peor salpimentado. Y es que al final acaban siempre por desgobernarnos el estómago y las tripas los menestrales del señor conde.
Como tantos comensales en el ala izquierda de la mesa, me debato hoy entre el enfado, la duda y una infinita tristeza. Dejando al margen el engañoso menú que el cocinero Sánchez pretende colar por ese lado de tablero, en Murcia se sirven dos platos. Uno ya lo saboreamos en los anteriores comicios, el otro vuelve a montar claras a fin de inflar el soufflé de la ilusión. ¿Lograran así atraer nuevos comensales a la mesa? ¿Y si no nos acabamos los dos platos? ¿Y si nos dejan a todos sin postre? El exceso de picoteo pone en riesgo el único diputado que ahora tenemos. Si tal ocurre, alguien habrá obrado como el proverbial perro del hortelano. Inquieta el asunto pues las gentes menudas no acostumbramos a tanto dispendio en la mesa. Además, nos irrita tirar comida. Si bien es cierto que podría darse la tan feliz como remota posibilidad de disfrutar de un doble postre.
Creo que en grandes circunscripciones como Madrid uno puede permitirse el lujo de votar a la carta. En Murcia, no lo veo. Lo sensato aquí es al menos salir cenado; y para ello nos basta el modesto y conocido plato del día.
El 10N votaré sin especial ilusión; si bien convencido, eso sí, de que de no hacerlo el conde se comerá mi tajada, se quedará el postre. Acudiré al colegio con notable enfado, dudas y mucha, mucha tristeza. Aunque también con rigor y cálculo. Literalmente, calculadora en mano.
Y quién sabe, igual los murcianos nos abstenemos todos de ayunar el 10N y nos decidimos a joder de una vez al señor conde. Igual tanta hambre atrasada nos lleva a asestar recios bocados a ambos platos. Y si Javier y Óscar logran su acta de diputados, habremos asistido al más delicioso festín electoral que en Murcia recuerdan los tiempos. ¡Qué jartá de zarangollos y paparajotes! Tan solo echaríamos en falta los sabrosos langostinos del castigado Mar Menor. Lo que es seguro es que no volveremos a catarlos si por quedarnos en casa, el señor conde gana y acaba con todo lo que se menea por la laguna.
La ira es mala consejera. Sea gastronómica o política. La frustración ante una clase política que ha llevado al Mar Menor al desastre, que ha creado una situación irresoluble en Cataluña y que además irresponsablemente nos castiga de nuevo con las urnas, ciertamente invita al ayuno electoral. Resulta así tentador obrar como aquel buen paisano que ofuscado renuncia a su pitanza a fin de fastidiar al responsable de sus infortunios. Sucede que al conde le importa un bledo que sus pecheros cenen o no. Y los verdaderos señores de este país se frotan las manos ante la perspectiva de que unos cientos de miles de cabreados votantes no ejerzan sus derechos políticos el próximo 10N. Lo que es seguro es que las fieles huestes del conde acudirán bien saciadas a los colegios; lo que bastará para consumar la pesadilla de un Gobierno en manos de sus más leales vasallos.
Ora melancólico, ora irritado, el votante progresista español a menudo se comporta como el caprichoso consumidor en un hipermercado político. Espera encontrar su producto fetiche en los anaqueles. Y si no, no compra. Tal vez esto explique que los grandes distribuidores de embutidos electorales ofrezcan más y más productos en su carta. La ley electoral hace el resto a fin de que todos acabemos catando el mismo fiambre, mejor o peor salpimentado. Y es que al final acaban siempre por desgobernarnos el estómago y las tripas los menestrales del señor conde.