En un artículo anterior explicaba el peligro de psiquiatrizar la vida cotidiana, más allá del problema de saturar los recursos asistenciales de Salud Mental, que son limitados en el Servicio Murciano de Salud (SMS). Hoy quisiera valorar la utilidad de la psicoterapia, particularmente de la psicoterapia psicoanalítica, en personas sanas, y evitar algunos malentendidos que pudieran surgir de mi artículo anterior.
Los seres humanos no somos conscientes de gran parte de nuestros fenómenos psíquicos. Más allá de los sucesos que nos pasan inadvertidos (procesos somáticos que no captan nuestra atención, percepciones subliminales de nuestro entorno, etc), excluimos de nuestra consciencia cuestiones que nos hacen sufrir.
Nuestra mente está orientada a buscar el placer inmediato. Cuando un bebé encuentra cualquier tipo de molestia descarga su malestar mediante el llanto, invocando la ayuda necesaria para resolverlo. En ausencia del pecho materno, el niño puede chuparse el dedo (o usar un chupete) para calmarse mediante la fantasía, usando un mecanismo disociado de la realidad que no resuelve la falta de alimento. Freud llegó a atribuir a este proceso características alucinatorias. La capacidad de negarnos la percepción de nuestro propio malestar persiste durante toda la vida, y se extiende a otros ámbitos del funcionamiento mental.
Somos capaces de no pensar que nuestro derroche agota recursos que podrían usarse para la subsistencia de otras personas, de olvidar que lo que contaminamos destruye nuestro entorno, que actuamos de formas que dañan a los que queremos e incluso a nosotros mismos. Volviendo a Freud, con su descripción del complejo de Edipo el padre del psicoanálisis mostró cómo podemos reprimir, ocultar a nuestra conciencia, impulsos sexuales o agresivos que atentan contra la moral y contra nuestra imagen de nosotros mismos como seres civilizados.
La necesidad de sobrevivir, y la evidencia de que el malestar que no se soluciona tiende a crecer, llevan a que junto a este principio de búsqueda del placer inmediato coexista otro principio que lleva a intentar conocer la realidad y a actuar de acuerdo con ella. Sin embargo, el principio de realidad no anula el principio del placer.
Los impulsos reprimidos no desaparecen por el hecho de dejar de ser conscientes, y tienden a volver a aparecer de forma disfrazada. Una frustración escondida puede ser canalizada, y parcialmente satisfecha, mediante un exceso de comida, o yendo de compras, dañando la salud y el bolsillo. Un exceso de tensión muscular (causante de dolores y hasta de lesiones físicas) puede estar originado por un proceso inconsciente de represión y de lucha interna por mantener “controlados” en el inconsciente impulsos que son considerados inaceptables. Los ejemplos son innumerables.
La terapia psicoanalítica puede hacernos lograr un mejor conocimiento de nosotros mismos y abrirnos la puerta a un manejo más adecuado de los impulsos que reprimimos. Esto puede llevar a mejorar nuestra salud mental y física, y nos permite organizar nuestra vida de forma más satisfactoria.
El Sistema Murciano de Salud (SMS), con sus recursos limitados, no asume el psicoanálisis en su cartera de servicios. Es habitualmente a través del sector privado que se puede conseguir el beneficio a la salud que ofrece esta técnica, junto con el “crecimiento personal”, el aprendizaje, la promoción de la empatía y los otros resultados que produce.
En mi artículo anterior rechazaba la derivación masiva de personas sin enfermedades psiquiátricas a los servicios asistenciales de Salud Mental por el riesgo de medicalización e impotentización que eso conlleva. El recurso a un tratamiento psicoanalítico también conlleva un riesgo de “regresión” o infantilización, pero menor que el del tratamiento psiquiátrico habitual, dado que en el psicoanálisis el analista no ofrece la solución sino que ayuda al paciente a encontrarla por sí mismo. Además, la técnica psicoanalítica pretende limitar el proceso regresivo confinándolo al interior de las sesiones terapéuticas. Aunque no siempre se consigue esto totalmente, estamos ante un proceso diferente del que se produce en una consulta médica tradicional.
Por ello, quisiera separar dos cuestiones diferentes. El tratamiento psiquiátrico, o psicológico, en los servicios públicos de salud, que debe orientarse a las personas con enfermedades mentales que lo requieran y, por otra parte, el tratamiento psicoterapéutico, de autodescubrimiento, que puede ser beneficioso para la salud e inducir el desarrollo de personas sanas.
En un artículo anterior explicaba el peligro de psiquiatrizar la vida cotidiana, más allá del problema de saturar los recursos asistenciales de Salud Mental, que son limitados en el Servicio Murciano de Salud (SMS). Hoy quisiera valorar la utilidad de la psicoterapia, particularmente de la psicoterapia psicoanalítica, en personas sanas, y evitar algunos malentendidos que pudieran surgir de mi artículo anterior.
Los seres humanos no somos conscientes de gran parte de nuestros fenómenos psíquicos. Más allá de los sucesos que nos pasan inadvertidos (procesos somáticos que no captan nuestra atención, percepciones subliminales de nuestro entorno, etc), excluimos de nuestra consciencia cuestiones que nos hacen sufrir.