Barcelona, 28 de junio de 2029
Cuando llego al punto, Janet, elegantemente vestida con un vestido de flores, está terminándose un Martini. Frunce el ceño y hace ademán de regañarme. Pero es de broma, como demuestra la dulce sonrisa que esboza una décima de segundo después. Hemos quedado en un pequeño bar que hace esquina en un rinconcito del Raval.
Sin preguntarme, pide al camarero que nos traiga unos vermuts. Es un espléndido mediodía, el sol comienza a caldear el asfalto, pero una suave brisa nos brinda una sensación paradisíaca. Janet lleva tiempo alejada de los focos. Conocida como «Javier» antes de su cambio de sexo, asegura sentirse liberada y reniega de su pasado fascista.
De aquella época, apenas le queda el vicio de llevar una Smith & Wesson en el bolso. Ella echa la mitad de la culpa a su malogrado examigo, Santi. La otra mitad es del apellido, admite con una sonrisa pícara.
—¿Seguís teniendo relación?—le pregunto.
—Para nada. Estuvo muy mal lo que hizo.
—¿Ni siquiera le escribes?
—Ni voy a escribirle ni mucho menos a visitarlo en la cárcel. Yo ya soy otra persona. Queríamos imponer el orden a la fuerza, ¡pero qué orden!, todo era rigidez y tensión, una historia demencial, hasta que un día descubrí por qué. Admitir mi propia identidad ha sido un proceso doloroso, pero ha traído una tranquilidad a mi vida que nunca antes había conocido.
—¿Participas en las fiestas del Orgullo LGTB este finde?
—Sí—contesta lacónica.
—Pero has estado oculta durante años, ¿a qué se debe este cambio?
—Chico—me dice con un majestuoso ramalazo de seriedad—. Se necesita tiempo. Y muchas otras cosas. Valor, honestidad. No creas que es fácil. Tú no has pasado por esto. Pero yo ya estoy preparada, y creo que se lo debo a la gente.
—Sabes que, aunque tú hayas cambiado, la extrema derecha y la intolerancia hacia las libertades de las personas LGTBI continúan en auge. ¿Te has planteado que un grupo de radicales podría intentar atacarte el sábado?
Enfurecida, se levanta de la mesa con sus 193 cm de estatura y, sacando la Smith & Wesson de su bolso rojo acharolado de Gucci, profiere a gritos mientras la blande en el aire:
—¡Que vengan, si tienen cojones! ¡Janet no tiene miedo!
Janet no tiene miedo, aunque a mí casi me da un infarto tras esta inesperada reacción. Por suerte, no pasaba nadie por la calle en ese momento. Entonces, me mira desde la imponencia de su altura, se pasa los dedos por el cabello y volviendo a sentarse, me dice sonriente:
—¡Hace un día estupendo, chico! ¿Otro vermut?