El 11 de mayo de 2022 el diario El País publicó un artículo titulado 'La jornada escolar continua es negativa para los niños y agrava la brecha de género' en el que hacía referencia a un estudio sobre el impacto del progresivo abandono de los horarios tradicionales de asistencia a clase.
Dicho artículo lamenta el dinero que dejan de ganar las madres al tener que quedarse por las tardes en casa para atender a sus hijos, la pérdida de productividad que suponen esas horas de trabajo perdidas y la disminución de aprendizaje que sufren los niños que comprimen el horario de asistencia a clase (aunque luego orilla éste último punto tras afirmar que no está comprobado). Calcula que la recuperación de la jornada escolar completa reportaría un aumento de la recaudación fiscal derivada del mencionado aumento de productividad y propone compensar a los profesores económicamente por el retorno a dicho horario.
Entiendo que el problema fundamental que subyace a lo planteado por el artículo publicado en la distinguida competencia de este diario es que los niños no tienen un lugar en su casa por las tardes. Las madres de clase media van ampliando su inserción en el mercado laboral sin que los padres ocupen el hueco que éstas dejan en el hogar. La familia extensa se ha ido diluyendo con el éxodo rural a pisos de pequeñas dimensiones, la conformación de unidades familiares reducidas que pueden transportarse en coches y la promoción de la ilusión de autosuficiencia propia del sistema capitalista. Otros lazos sociales supletorios, propios de una sociedad de apoyo mutuo que se entiende como 'comunidad', también son débiles en el mundo urbano y parecen acercarse al modelo propuesto por Margaret Thatcher cuando dijo que 'la sociedad no existe'.
Se pide al sistema educativo que resuelva un problema social, confundiendo colegios (e institutos) con guarderías y distorsionando la función que debe desempeñar la institución docente. La función de los colegios es instruir a los alumnos, enseñarles conocimientos y habilidades, y contribuir a la educación, el desarrollo del potencial como seres humanos y ciudadanos que tienen los niños, cuya responsabilidad principal recae sobre las familias, y en menor medida sobre la sociedad. No podemos atribuir en exclusiva al estado, ni al sistema mal llamado educativo, la educación, dado que estas instituciones carecen de la capacidad de proveer el tipo de vínculo emocional necesario para sustentar esta función. El fracaso de los orfanatos en este empeño, hasta el punto de producir graves problemas clínicos, ha sido ampliamente denunciado por psiquiatras como Michael Rutter.
Cuando yo era niño me explicaron con horror cómo el antiguo estado espartano arrebataba los niños a sus madres a los seis años, pudiendo éstos volver con ellas sólo por las noches. La psicopatía de los espartanos, por buenos guerreros que fuesen, está bien acreditada. La sociedad capitalista, con la ayuda del estado moderno, extrae a los niños de sus familias incluso antes que la Esparta concebida por Licurgo.
La epidemia de patología mental infantojuvenil precipitada por la crisis del coronavirus hunde sus raíces en un modelo de sociedad que está produciendo lo que la psicoanalista Lola López Mondéjar llama seres 'invulnerables e invertebrados', lo que sin apenas exagerar podemos traducir como psicóticos y psicópatas. Lo que resulta difícil de exagerar es la gravedad de esta situación.
Ante un problema de esta magnitud, el artículo de El País opta por adoptar una 'perspectiva de género', poniendo el foco en las dificultades laborales de las mujeres. La de género es una perspectiva parcial, útil como complemento a una perspectiva general, pero que coge el rábano por las hojas cuando se convierte en el enfoque principal mediante el que examinar la realidad. Lo mismo puede decirse de otras perspectivas parciales, como la económica, hipertrofiada por el liberalismo, la de clase, hipertrofiada por el comunismo, o las perspectivas nacionalistas, raciales o vinculadas a distintos grupos particulares.
Una perspectiva global para entender los problemas es imprescindible, aunque pueda dejar zonas oscuras sin comprender y deba ser completada por distintas perspectivas parciales.
Para terminar, quisiera confesar que hay una cosa que no he logrado entender en el artículo de El País. Éste afirma que si los niños estuviesen más horas en el colegio, las mujeres podrían trabajar y producir más, mejorando la recaudación fiscal. En un país como España con una tasa de desempleo del 13,65%, ¿no hay nadie capaz de suplir esas horas en el mercado laboral? En cualquier caso, lo que más me preocupa es cómo atender a los niños de los que somos responsables y que constituirán el mundo del mañana.