Con la campana de salida del año electoral casi tocando ya, empezamos a ver algunos de los elementos que van a marcar las próximas elecciones municipales. De ellas, por ahora la más sorprendente es el ofrecimiento de Albert Rivera a Manuel Valls para encabezar la candidatura de Ciudadanos a la alcaldía de Barcelona.
Así, a primera vista, suena a fichaje de jugadores en el mercado de primavera, o a medida llamativa del tipo PSOE, partido también muy aficionado al fichaje de famosos como Gabilondo, Rosa Aguilar, Zaida Cantera etc.
No sé cuál puede ser la razón para querer en tus listas a una persona ajena a la ciudad que pretendes ganar, salvo que para Ciudadanos, la figura del Alcalde sea un mero figurón sin funciones reales manejable a distancia según los intereses del gobierno central en olvido de los de sus vecinas y vecinos (¿a qué me suena esto?).
Quizás sea esta la razón: para un partido que pregona la unidad estatal y la recentralización de competencias, la gestión de lo público a nivel local, es decir, los niveles municipales y regionales de la administración, deben constituir un estorbo molesto, solo útil como escaparate del líder nacional, como excusa para salir en la tele.
Yo, personalmente, encuentro muy curioso el hecho de que personas que se les llena la boca hablando de la patria, desprecien el trato directo con los habitantes de la misma, encasquetándoles un alcalde de rebajas.
En Murcia recordamos bien la nefasta gestión centralista del anterior régimen, pues, dejando aparte la represión política propia de una dictadura tan tremenda como la franquista, la Región de Murcia vegetaba sin infraestructuras y sin comunicaciones, infestada de mosquitos, periódicamente despoblada por la única vía de supervivencia: la emigración.
En gobiernos centralistas y obsesionados con la unidad del país-nación, los territorios periféricos son tenidos en cuenta solo a la hora de los impuestos o la extracción de sus bienes, pero sin ninguna contraprestación. Ahí está, la Dama de Elche, olvidada en una vitrina del Museo Arqueológico Nacional donde se cuelan las hormigas. En Murcia, hoy, vivimos un ejemplo de esta carencia del excesivo centralismo: el PP murciano, con nulo peso en Madrid, no ha conseguido ni una mera partida presupuestaria en 2018 para un problemón tan crucial como el soterramiento de las vías, ni un solo euro para la regeneración del Mar Menor (drenajes y ordenación de pozos a-legales), ni tampoco impulso alguno para la industria relacionada con la energía solar, auténtico filón económico que algún día colocará a esta Región entre las más ricas.
Pero vuelvo al hecho de la contratación a la carta de un alcalde de relumbrón como reclamo electoral. Es obvio que la confección de una lista con personajes ajenos a la ciudad que se supone deberán representar, constituye, como digo, el síntoma de lo poco que le importa la administración local a Ciudadanos. Es muy triste, además, comprobar que los y las periodistas lo relatan con asombro y sonrisas, como si no se percataran del desastre que se avecina sobre la futura Bagcelona de Manuel Valls.
Poco a poco, más allá de la poca o mucha publicidad electoral que esta candidatura le proporcione a Ciudadanos, lo que resulta evidente es la estrategia del partido: lanzar el mensaje de que la gestión voluntariosa de un solo “mesías” puede valer para nuestras ciudades. Enfrentar la idea del genio personal contra la idea del equipo (vecinos y administración unidos en las asambleas y Juntas municipales).
Una andanada, en suma, contra la idea fundamental de la izquierda moderna: la gestión plural y compartida (entre vecinos y gestores), plasmada en procesos participativos. Es la emancipación vecinal lograda, tan presente ahora mismo en Madrid y Barcelona (o en Molina de Segura, El Palmar, Puente Tocinos o el barrio de El Carmen, por poner ejemplos cercanos), lo que estos partidos se proponen abatir.
Pretenden devolver a los ciudadanos a un papel pasivo y expectante, conformado al voto cada 4 años y ayuno de organización política o social, sin incidencia en la administración directa de sus propios intereses.
Que los aspirantes a desclasar y pasivizar a los votantes se llamen, precisamente, “Ciudadanos” y “Populares” resulta un chiste tenebroso para la gente común.