Con frecuencia, la mejor manera de ocultar algo es cambiarle el nombre. La idea no es nueva en comunicación y se ha vuelto habitual. La cuestión es que generar marcas o etiquetas permite identificar cosas y sucesos, pero, en ocasiones, también permite ocultar una realidad. Algo que tampoco es nuevo.
La misión ideal del periodismo es señalar las incongruencias, pero la realidad es otra muy distinta. Una cosa es el periodismo, en grandes letras, y otra muy distinta son las empresas periodísticas. Estas últimas se equivocaron al pensar que la publicidad mantendría la gratuidad de lo que siempre ha sido de pago: información veraz, y no así la noticia chismosa, pasajera y banal, que con un gran titular puede atraer el clic y las emociones. Para hacer esto último no hace falta un periódico ya que existe un nuevo invento: las redes sociales, que, además, gracias a su algoritmo, pueden seleccionar el público objetivo. Esto ha generado un cambio en el ecosistema mediático que ha provocado la quiebra de las empresas y la fragmentación de la información al eliminar las barreras de entrada: ya no hace falta ni papel ni rotativas y para asegurar suscriptores hay que ofrecer algo interesante.
Ahora bien, entre la empresa, la noticia y la información se encuentra un tercer elemento: los gabinetes de comunicación, especializados en transformar la publicidad en noticias. Esto es propia de las instituciones y las corporaciones, y lo estamos viendo con el Mar Menor y con el soterramiento de Murcia, eufemísticamente llamado 'Conexión Sur'. Un gol por toda la escuadra que repiten periodistas supuestamente informados que desconocen que ni el liderazgo lo tiene el Ayuntamiento de Murcia, al igual que sus pagos no se realizan en tiempo y forma, de ahí la lentitud de determinadas decisiones.
Digo todo esto porque, pareciera según leyeras un periódico, que el Ayuntamiento de Murcia lidera y la Comunidad no hace nada; mientras que en el otro, la Comunidad no trabaja porque en el Estado no le hacen caso. Mientras todos vemos que un legislativo bajo rodillo está semicerrado, lo que permite que un Ejecutivo murciano sin inversiones ni ideas esté en perpetuas vacaciones. Nadie lo dice, pero todo el mundo lo sabe: en este momento, la Comunidad Autónoma va a la deriva, sin proyecto y tirando balones fuera para mantener el poder haciendo cosas que prometió no hacer.
Además, como recientemente ha demostrado Rosa Roda, esta Región funciona porque los ayuntamientos están asumiendo competencias impropias que ocultan el desastre de la gestión. El ejemplo más claro es la autovía del noroeste, con 90 millones de euros de construcción, 320 de coste y pagada por endeudados ayuntamientos. Estas competencias ocultan una deficiente gestión que es la culpable de la deuda autonómica.
En este contexto, resulta un poco cansino el tema del soterramiento de Murcia. A estas alturas de la película, nadie duda de que se logró gracias a la moción de censura y al cambio de Gobierno. Que el ayuntamiento del PP le cambie el nombre al soterramiento cada vez que gobierna para olvidar el pecado capital que supone su oposición original es ya exagerado. Que los periódicos se lo crean, es risible. Máxime cuando para lograrlo hubo que cambiar la ley de contratos del sector público en el último momento y mediante la convalidación de un Real Decreto que permitió la urbanización de los terrenos liberados mediante la firma de un nuevo convenio. Que también se resistieron a pagar, para lo que hubo que cambiar la ley de hacienda murciana. Qué tiempos aquellos de las minorías.
Con el cambio de convenio, la Comunidad Autónoma aprovechó para descargar en el municipio, gobernado por Ballesta, el coste de construir la futura estación intermodal. Vamos, que la factura de la futura estación regional de transporte va a recaer en los habitantes de la ciudad, al igual que el tranvía que llegará a ambas estaciones -en el Carmen- y que no se va a construir porque el Estado solo pondrá fondos cuando la Comunidad los aporte, y esta última no está al día, de ahí los retrasos. Téngalo claro, la inversión solo llegará con la condonación de la deuda, gracias a Cataluña. A esta jugada habrá que dedicar un artículo porque en este lagrimeo constante de publicidad encubierta se preparan diversos escenarios.
El convenio podía cambiar el reparto de dividendos, pero no la urbanización prevista que pasó -gracias a la presión vecinal y el maravilloso trabajo de Jesús López- de ser un vial de coches a un bulevar que se presentó en Santiago el Mayor en la pasada legislatura. En el nuevo proyecto, en cambio, ahora llamado eufemísticamente 'Conexión Sur', partes del bulevar peatonal se transforman en un vial doble en las zonas donde el PP cree tener más atados los votos, Barriomar y San Pío X.
El gabinete de prensa del PP es muy bueno, nadie lo duda, pero decir A durante años para después pasar luego a B fue lo que conllevó la movilización del soterramiento. Así que más vale que dejen el proyecto como estaba y no jueguen con la opinión pública, que los bulevares no saben de siglas.
Con frecuencia, la mejor manera de ocultar algo es cambiarle el nombre. La idea no es nueva en comunicación y se ha vuelto habitual. La cuestión es que generar marcas o etiquetas permite identificar cosas y sucesos, pero, en ocasiones, también permite ocultar una realidad. Algo que tampoco es nuevo.
La misión ideal del periodismo es señalar las incongruencias, pero la realidad es otra muy distinta. Una cosa es el periodismo, en grandes letras, y otra muy distinta son las empresas periodísticas. Estas últimas se equivocaron al pensar que la publicidad mantendría la gratuidad de lo que siempre ha sido de pago: información veraz, y no así la noticia chismosa, pasajera y banal, que con un gran titular puede atraer el clic y las emociones. Para hacer esto último no hace falta un periódico ya que existe un nuevo invento: las redes sociales, que, además, gracias a su algoritmo, pueden seleccionar el público objetivo. Esto ha generado un cambio en el ecosistema mediático que ha provocado la quiebra de las empresas y la fragmentación de la información al eliminar las barreras de entrada: ya no hace falta ni papel ni rotativas y para asegurar suscriptores hay que ofrecer algo interesante.