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Sobre este blog

Madú

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Verano de 2024, Murcia, siete de la tarde, 35º C. Mochila, botella de agua y bici en busca de canastas con red. El contacto del balón con la malla cuando entra sin tocar aro produce un sonido celestial. Me gusta el baloncesto gracias a Don Miguel Ángel, un maestro que llegó a Dolores de Pacheco en los años 70 para revolucionar el colegio. Impulsó la primera pista polideportiva del pueblo en las “escuelas viejas”.

Estoy en un jardín con porterías, y canastas con red. Apenas doy los primeros botes al balón y ya escucho desde la terraza de un piso cercano: “¡Pauuu! ¡Pauuu!, ¡espérate que bajamos ya!”. Madú tiene el radar conectado, a sus 5 años detecta juego de inmediato.

Enseguida está conmigo, junto a sus hermanos de 8 y 3 años. El mayor, André, no para de reñir con Madú en cuanto pisa la pista. Los dos me enseñan sus zapatillas nuevas corriendo sin parar de un sitio para otro: “Mira, ¡mira cómo corren estas zapas!”. Hago los equipos con el resto de chiquillería y empieza el partido.

Al principio André no llegaba a la canasta, ahora ya encesta alguna, se pone loco de contento. Madú asume que su estatura no le da para tanto y cumple con su rol a la perfección. Hace equipo conmigo y se dedica a robar balones para dármelos. Cuando encesto me choca la mano como si hubiera sido la canasta de la medalla de oro de una final olímpica. Madú es líder en asistencias, el Lorenzo Brown del barrio.

El partido termina cuando los llama su madre. Bana parece tener poderes mágicos, no necesita alzar la voz. Con una bebé en los brazos, les hace un gesto a los otros tres que dejan el balón y se marchan diciendo: “¡Pauuu, que mañana no venimos, nos vamos a Cartagena, pero el lunes sí, el lunes sí!, ¿vas a venir el luneees?”, insisten.

Bana llegó a Murcia hace más de un año procedente de un país del Golfo de Guinea. A pesar de la urgencia de su situación, sigue pendiente de un papel. Hay quienes llevan tres, cinco, diez años reclamando ser ciudadanos de primera, teniendo que apañárselas en la economía sumergida desde el día siguiente de pisar España por primera vez.

Ni el Gobierno central, ni el arco parlamentario, ni las comunidades autónomas parecen tener intención de abordar los asuntos de Extranjería. Necesitamos leyes que sirvan a las personas y no las criminalicen.

Los cambios normativos que se han hecho últimamente son ineficaces en la práctica. Sólo sirven a quienes se aprovechan económicamente de la desesperación de los inmigrantes con una promesa de papeles que nunca llegan.

En España caben todas las personas que quieran mejorar sus vidas y nuestra sociedad. Nos venden la migración circular como una panacea cuando apenas cubre una mínima parte de la demanda de mano de obra, y cierra las puertas a una migración completa, a un derecho humano: dejar un país para instalarse en otro.

En la Región de Murcia venimos padeciendo un aumento del discurso racista e islamófobo desde aquellas instituciones políticas donde Vox tiene algo de influencia. En este contexto fue una agradable sorpresa ver cómo 16 niños y niñas tumbaban los 118.546 votos que en mayo de 2023 consiguió Vox, partido neofranquista cuyos dirigentes han demostrado su incapacidad para gobernar en democracia. Sí, 16 menores echaron a Vox del Gobierno regional.

Desde entonces se ha recrudecido la ofensiva de odio al “otro pobre y no blanco” por parte de abascales y antelos. Sus competidores, alvises, vaqueros y orrioles, completan un ejército de soldados del odio que hace temer un estallido de violencia en cualquier momento.

Hemos de superar esa ofensiva supremacista y escuchar al Banco de España: necesitamos 24 millones de inmigrantes en los próximos 30 años para mantener nuestro estado del bienestar. Entonces, ¿a qué esperamos para regularizar a todas las personas migrantes sin documentación con años de residencia en España? Hágase de forma inteligente, ordenada, consensuada y urgente. No son medio millón como dice la ILP Regularización Ya, se acercan a las 700.000 y la cifra no para de aumentar.

Estamos a tiempo de construir una sociedad alegre como el jardín donde jugué este verano con Madú en Murcia. Pronto Madú encestará sin ayuda, y aunque no sea tan famoso como Nico Williams o Izan Almansa, será un español más, orgulloso de sus raíces africanas.

P.D.: Este artículo fue escrito el pasado mes de julio, mucho antes de que la Sociedad de Pediatría del Sureste me comunicara el premio “Inspira” por apoyar a la infancia migrante. Aunque por motivos de salud no le mandé el artículo en su momento a Elisa Reche, el galardón me ha animado a contar la pequeña historia de Madú. Los nombres de su hermano y madre son ficticios. El suyo es real, no quiero que se me olvide, viene acompañado de una sonrisa luminosa que da sentido a la vida.

Verano de 2024, Murcia, siete de la tarde, 35º C. Mochila, botella de agua y bici en busca de canastas con red. El contacto del balón con la malla cuando entra sin tocar aro produce un sonido celestial. Me gusta el baloncesto gracias a Don Miguel Ángel, un maestro que llegó a Dolores de Pacheco en los años 70 para revolucionar el colegio. Impulsó la primera pista polideportiva del pueblo en las “escuelas viejas”.

Estoy en un jardín con porterías, y canastas con red. Apenas doy los primeros botes al balón y ya escucho desde la terraza de un piso cercano: “¡Pauuu! ¡Pauuu!, ¡espérate que bajamos ya!”. Madú tiene el radar conectado, a sus 5 años detecta juego de inmediato.