Región de Murcia Opinión y blogs

Sobre este blog

El mal menor

0

En 1958, el ingeniero italiano Giorgio Rosa, cansado de una burocracia infinita e inútil se propuso un proyecto increíble: construir su propia isla y crear una micronación. Este proyecto nacía como una manifestación libertaria. Así se levantó la Isla de las Rosas, una estructura sostenida por tubos de acero levantada en medio del Adriático, una plataforma de 400 metros cuadrados a 500 metros del límite de las aguas territoriales italianas.

La isla se abrió al mundo el 20 de agosto de 1967 y se convirtió en una atracción para cientos de jóvenes provenientes de la costa de Rímini. Un proyecto idealista que fue acompañado por un contexto económico favorable. La isla, rápidamente recibió la atención de la prensa nacional e internacional, el auge de esa atención fue cuando a mediados de 1968 Giorgio Rosa declara la independencia de forma oficial, con el esperanto como idioma oficial y bajo el proyecto de crear su propia moneda. Ante esta situación, el Estado italiano comenzó a mover millones de rumores para desacreditar la isla y legitimar su objetivo final, nada más ni nada menos que la invasión militar por parte del ejército italiano. Toda esperanza de convivencia llegó a su fin cuando en febrero de 1969, 55 días después de la declaración de independencia, la marina italiana la hizo saltar por los aires.

Esta historia a finales de los años sesenta nos enseña que los Estados actuarán contra todo aquello que no puedan controlar, son muchas las historias que nos muestran como el pánico se apodera de las élites cuando surge cualquier acción inesperada, ya lo decía Appadurai: el poder no detesta lo divergente, sino lo imprevisible. Es bajo este marco que debemos leer las declaraciones de López Miras del 17 de septiembre, bajo la inscripción de un discurso falaz perpetró unos comentarios incendiarios respecto Cataluña, además de menospreciar el valor de todos los trabajadores. Con todo su cuajo llego a decir: “si el Mar Menor estuviera en Cataluña, ya estaría recuperado”, también sentenció: “si vas a aprobar un nuevo SMI, lo mínimo es hablarlo con quien lo pagará” -hace poco incluso el FMI llamaba a la subida de impuestos de los más ricos, ni los propios neoliberales se creen el mito de los empresarios creadores de empleo-. A muchos, estos titulares nos hicieron escupir la bilis en un primer momento, era precisamente lo que buscaba López Miras, desviar el debate sobre el Mar Menor a posiciones más cómodas para los populares, pero lo que esconden estos titulares es el pavor que tienen a una nueva configuración del poder.

Hace un par de días, el antropólogo Joan Camacho Antolin, en redes reflexionaba sobre cómo los mecanismos democráticos perpetúan unas dinastías, las cuales son las responsables últimas en la configuración de los partidos políticos, y estos, a su vez son los principales instrumentos para establecer una ideología dominante. Con esta idea en la cabeza, más allá de la pelea entre socialistas y populares, si analizamos las diferentes propuestas institucionales, nos encontramos con distintos planes, pero con idénticas estrategias, las cuales al final buscan perpetuar el status quo del sistema. De ese modo, la actuación política en el fondo, más allá del resultado final, dejará sin herramientas jurídicas a los habitantes cercanos al Mar Menor, para los ciudadanos no cambiará nada, seguirán siendo pensados como dominados.

En este contexto, donde partidos y medios de comunicación tienden al inmovilismo, una propuesta como la de dotar de personalidad jurídica al Mar Menor se convierte en un sentir transversal que pretende poner límite a una democracia precaria. Esta propuesta no solo pone encima de la mesa la necesidad de ganar soberanía sobre el territorio habitado por parte de la gente, sino que cuestiona la estructura del Estado. En la recta final por conseguir esta ILP habrá numerables intentos de desdibujar la propuesta, manipularla y al final de apropiación -sobre todo por parte de algunos partidos de izquierdas-. En estos momentos nos encontramos ante una oportunidad única para señalar que se puede hacer política sin los partidos, que el pueblo es mayor de edad para saber lo que quiere y que la actual democracia española está obsoleta. Sé que muchos aún creerán que es mejor una democracia precaria a intentar otras opciones de organización, a quién aún siga pensando así les remitiré a Hannah Arendt, quién decía: “Políticamente, la debilidad del argumento del mal menor, siempre ha estado que aquellos que escogen el mal menor olvidan rápidamente que han escogido el mal”. Probablemente, al igual que en la aventura de Giorgio Rosa, todo lo que huele a soberanía, será aplastado por los Estados, los cuales tienden al control, siendo así, sería bello destapar una vez más las vergüenzas de este Estado y de sus partidos estructurales, pongamos a prueba la democracia española, que les quede claro a nuestros hijos que el mundo que les queda no es por inconsciencia ni por dejadez, sino por la violencia y la coerción de los poderosos. 

En 1958, el ingeniero italiano Giorgio Rosa, cansado de una burocracia infinita e inútil se propuso un proyecto increíble: construir su propia isla y crear una micronación. Este proyecto nacía como una manifestación libertaria. Así se levantó la Isla de las Rosas, una estructura sostenida por tubos de acero levantada en medio del Adriático, una plataforma de 400 metros cuadrados a 500 metros del límite de las aguas territoriales italianas.

La isla se abrió al mundo el 20 de agosto de 1967 y se convirtió en una atracción para cientos de jóvenes provenientes de la costa de Rímini. Un proyecto idealista que fue acompañado por un contexto económico favorable. La isla, rápidamente recibió la atención de la prensa nacional e internacional, el auge de esa atención fue cuando a mediados de 1968 Giorgio Rosa declara la independencia de forma oficial, con el esperanto como idioma oficial y bajo el proyecto de crear su propia moneda. Ante esta situación, el Estado italiano comenzó a mover millones de rumores para desacreditar la isla y legitimar su objetivo final, nada más ni nada menos que la invasión militar por parte del ejército italiano. Toda esperanza de convivencia llegó a su fin cuando en febrero de 1969, 55 días después de la declaración de independencia, la marina italiana la hizo saltar por los aires.