La venta de antidepresivos en nuestro país se ha disparado un 10% y la de antipsicóticos un 7% al comparar las cifras de los siete primeros meses de 2021 frente al mismo periodo de 2022, según recogió el Informe del Observatorio del Medicamento. Durante el pasado año se dispensaron casi 51 millones de recetas de estos fármacos. En estos momentos casi un 2,9% de la población en España padece una enfermedad mental grave, además de que los casos de depresión han aumentado significativamente desde el estallido de la pandemia como ya han revelado varios macroestudios.
Y es que olvidamos que después de la pandemia nos queda la sindemia. Este es un término que alude a la concentración simultánea de enfermedades como resultado de condiciones políticas económicas y sociales y la interacción de las morbilidades, de manera que agrava los efectos en la salud atribuibles a situaciones sociales diferenciales o inequitativas. Como comentábamos en otro artículo, a menudo afecta más el código postal que el código genético.
Y es que la salud no solo obedece a criterios naturales o psíquicos, sino que realmente cuando hablamos de salud mental hablamos de un conjunto de conceptos muy amplios entremezclados, de sensaciones y situaciones que nos agotan y nos llenan de desesperanza y tristeza y ante las que parece que que la primera pulsión de la sociedad es la patologización de ese malestar y su solución individual asociada a la terapia o al psicofármaco.
De esto nos hablan Marta Carmona y Javier Padilla, ambos del Colectivo Silesia, en el libro de 'Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo' de Capitan Swing (2022). Los autores intentan dar forma al concepto de malestar a través de la causalidad, abordando esa individualización del malestar. Cuentan cómo la opción alternativa a la terapia o el psicofármaco es a menudo la negación del sufrimiento y la llamada a la politización, lo cual crea falsos dilemas y simplifica la complejidad del problema.
En sus palabras: «No basta con sacar del cráneo el concepto del malestar, sino que también hay que jugar otra partida: la de eludir el riesgo de medicalización y alcanzar el potencial de politización. Cuando pensemos en los determinantes sociales de estar mal, hay que hacerlo teniendo en cuenta que no estamos diseñando un check-list que nos guiará hacia el ítem final, sino que estamos tirando de diferentes hilos que se juntan para tejer un concepto complejo que sin uno de esos hilos no estará completo».
Entre estos falsos dilemas pueden estar si hay que elegir entre afiliarse a un sindicato (laboral o habitacional) o acudir a un profesional o psicoterapeuta, cuáles son las nuevas vulnerabilidades y si ahora mola más “estar mal” que antes, o si los discursos dependen de quién los ofrezca (y donde recae su beneficio) o si algunos son válidos por sí mismos.
Y es que ese sentimiento de malestar parece que nos tiene presos: no sabemos si es ansiedad, depresión o euforia, o simplemente estamos “mal” porque nuestro malestar tiene mucho que ver con la incertidumbre del mañana y la incapacidad de imaginar un futuro próspero y realizable. La inseguridad material y la pérdida de derechos nos hace situarnos en el peor escenario posible y nos instaura en el pesimismo.
Entonces, ¿hay alternativa a esta falsa dicotomía entre lo farmacológico individual y lo social colectivo? Sí, por un lado, la articulación de respuestas colectivas que consideren la salud individual como la lucha por la ampliación de derechos; y, por otro, la forma en que tratamos y escuchamos a las personas que comparten su ansiedad o frustración porque esos cafés y esos momentos de escucha activa son la respuesta individual al relato de malestar colectivo que muchas veces esconden más política y transformación social que otras grandes infraestructuras.
Cuídemonos en lo individual y en lo colectivo, ya que el segundo contiene al primero.
La venta de antidepresivos en nuestro país se ha disparado un 10% y la de antipsicóticos un 7% al comparar las cifras de los siete primeros meses de 2021 frente al mismo periodo de 2022, según recogió el Informe del Observatorio del Medicamento. Durante el pasado año se dispensaron casi 51 millones de recetas de estos fármacos. En estos momentos casi un 2,9% de la población en España padece una enfermedad mental grave, además de que los casos de depresión han aumentado significativamente desde el estallido de la pandemia como ya han revelado varios macroestudios.
Y es que olvidamos que después de la pandemia nos queda la sindemia. Este es un término que alude a la concentración simultánea de enfermedades como resultado de condiciones políticas económicas y sociales y la interacción de las morbilidades, de manera que agrava los efectos en la salud atribuibles a situaciones sociales diferenciales o inequitativas. Como comentábamos en otro artículo, a menudo afecta más el código postal que el código genético.