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Con Maquiavelo en las encrucijadas

No todos los grandes personajes de la Historia disfrutan o disfrutaron la gloria que trataron de forjar. Nunca fue bien visto ese gusto por la vida de Epicuro, ni las vidas tumultuosas y apasionadas del Hölderlin o Rimbaud. Dostoievski vivió atormentado. Robespierre será siempre recordado más por los excesos de la Revolución que por sus esfuerzos, sus discursos y sus decretos por la democracia, la igualdad y la república que al final le costaron la vida.

Pero si existe un pensador verdaderamente maldito es, Niccolò Machiavelli (Maquiavelo). Éste fue sin embargo, un florentino de fino humor, amable, amistoso, trabajador, psicólogo, conocedor como ninguno del alma humana y de la Historia antigua, que dedicó todas sus fuerzas a la república de Florencia, organizador de su Milicia y gran teórico de la Ciencia Política.

Fue un observador cuidadoso y un analista sagaz de la política, sobre la que meditó profunda y sistemáticamente. Pero los moralistas, en especial los eclesiásticos, no le perdonaron jamás que no se preguntara sobre el valor moral de los actos y que los examinara solo por su valor político. Fue ese abordaje científico el que sin embargo le permitió acertar al prever con precisión el comportamiento del hombre político y en base a ello establecer los principios para mejorar la república.

Además, para terminar de empeorar las cosas, para su eterna condenación y para resultar siendo el representante inequívoco de las conductas más retorcidas y perversas cuando habla de religión tampoco se interesa por las cuestiones morales ni por si determinadas afirmaciones teológicas pudieran ser verdaderas o falsas sino por el papel que ocupan las religiones en la vida pública. Como no escapó a sus censores dejó un exiguo papel a la Iglesia en el funcionamiento del estado.

Aunque todas estas condenas pesen ciertamente sobre su nombre, no es menos cierto que en las encrucijadas políticas se ha de volver una y otra vez a él y a sus escritos, a sus famosos “Discorsi”, para comprender y para actuar.

Si hay en nuestros días una cuestión extremadamente dañina y disolvente de la vida social es la corrupción. Hoy mismo, toda esta semana, vuelve a ocupar por completo el espacio mediático. Esa corrupción no ha respetado a ninguna de las élites, desde concejales del último pueblo urbanizable hasta las más altas instancias del estado. Una corrupción que ha alcanzado también a la ciudadanía. Es entonces, es ahora, cuando parece oportuno girar la mirada hacia Machiavelli y comentar aunque sea brevemente sus discursos sobre la corrupción.

“Cuán fácilmente se corrompen los hombres”. Sí, aunque los hombres sean buenos y educados, nos dice, pueden corromperse y nos recuerda como la juventud puede hacerse partidaria de la tiranía incluso por una pequeña utilidad. Y avisa que estos riesgos debieran “hacer más diligentes a los legisladores de la república o los reinos a la hora de poner freno a los apetitos humanos y quitarles toda esperanza de obrar mal con impunidad”.

Sin embargo, cuando el clima de corrupción se hace asfixiante no parece suficiente la renovación de las leyes sino que sería precisa una modificación más amplia de los ordenamientos del estado. Recomienda que estos cambios sean rápidos y dirigidos por un hombre prudente, “que vea los inconvenientes bien desde lejos y en su origen mismo”. Pero se muestra pesimista porque los hombres una vez acostumbrados a vivir de una manera, se resisten a cambiar, sobre todo cuando son incapaces de ver el mal presente.

Así, finalmente, considera afortunada a Roma porque sus reyes se corrompieron pronto y fueron expulsados antes que se contaminara la esencia de la ciudad y como la ciudad permanecía libre las frecuentes dificultades no perjudicaron a la república sino que la favorecieron. En fin, considerando el clima de corrupción en el que tenemos que vivir nuestros días, especialmente masiva en el partido del gobierno, se hace de nuevo necesaria una mirada a Machiavelli.

Como nos dice, la corrupción puede terminar por afectar también a lo más vital de nuestra sociedad, que es la juventud, y por la facilidad por la que a veces ocurren las cosas, ésta prefiera, incluso por comodidad o utilidad, la tiranía a la libertad.

Sabiendo también por él que es necesario desprenderse cuanto antes de los responsables de tanta corrupción, antes que terminen por desmoralizar a todos y resulte extremadamente difícil no ya la regeneración sincera de nuestra estructura social sino la mera supervivencia de nuestra comunidad ciudadana.

No todos los grandes personajes de la Historia disfrutan o disfrutaron la gloria que trataron de forjar. Nunca fue bien visto ese gusto por la vida de Epicuro, ni las vidas tumultuosas y apasionadas del Hölderlin o Rimbaud. Dostoievski vivió atormentado. Robespierre será siempre recordado más por los excesos de la Revolución que por sus esfuerzos, sus discursos y sus decretos por la democracia, la igualdad y la república que al final le costaron la vida.

Pero si existe un pensador verdaderamente maldito es, Niccolò Machiavelli (Maquiavelo). Éste fue sin embargo, un florentino de fino humor, amable, amistoso, trabajador, psicólogo, conocedor como ninguno del alma humana y de la Historia antigua, que dedicó todas sus fuerzas a la república de Florencia, organizador de su Milicia y gran teórico de la Ciencia Política.