Nadie se acuerda ya, o casi. Pero hace más de treinta años en Cartagena y el resto de la Región acogimos a casi tres mil refugiados que pidieron asilo político. Nadie dijo ni mu, y si la derecha de siempre o su extrema odiosa lo hubieran hecho, se habría visto como una vergüenza social, aunque también lo es ahora.
Los primeros trescientos llegaron en el buque Aragón al muelle del Carbón, en La Algameca, una mañana de enero con boria. Desembarcaron mientras la Orquesta del Tercio de Levante tocaba 'Suspiros de España'. A las mujeres les dieron una rosa roja de tallo largo, lloraron los miembros de la Armada, los trabajadores sociales, los periodistas. Lloró todo quisque como un niño, sin filtros, reconfortados un poco entre la compasión ajena. Verlos llegar rotos, con lo puesto, y sin embargo buscando oportunidad y esperanza era demoledor. En todas las épocas, entonces y hoy, la sociedad ha sabido que la cooperación no es igual a debilidad, sino la mejor y única forma humana de avanzar como especie.
Les trasladaron en varios autobuses hasta el camping Villas Caravaning, donde el Estado (sí, el Estado) les atendió como pudo hasta que se reubicaron. También les acogieron particulares, incluso a familias enteras. Como una confitería del barrio de San Antón, donde un matrimonio y sus dos hijos pequeños, que cocinaban caldo con césped del campo de concentración, hicieron realidad la hermosísima parábola de hacer pan con sus manos, y fueron, a pesar de todo, felices.
Todo esto viene a cuento porque el equipo de gobierno del ayuntamiento de Cartagena, en su ofensiva imparable contra todo lo que huela a extranjeros de color oscuro y organización no gubernamental que los ampare, ha intentado desahuciar a cuarenta y dos solicitantes de asilo de la Residencia Municipal Universitaria, sin éxito, porque hay menores, y no revocar el convenio con la ong ACCEM. La petición es una exigencia del socio de ultraderecha del equipo de Gobierno y su patraña trumpista de demonizar la inmigración. O el aspirante a refugiado, o quien sea de una raza inferior, visto desde su despreciable supremacismo. Ya saben. O pacto contra la inmigración, o no hay presupuestos, lo mismo que en el Parlamento murciano.
A los nuevos nazis les da igual la situación administrativa: inmigrante, solicitante de asilo político, refugiado. Lo próximo, si pudieran, sería ponerles pegatinas amarillas con un logo de media luna, lo estoy viendo ya, color azul invernal, del estilo de las estrellas de David que llevaban los judíos cosidas en la solapa. Quiero pensar que la alcaldesa de mi ciudad, Noelia Arroyo, traga saliva cada vez que cuenta con su tono radiofónico lo que le han dicho que diga sus socios de gobierno, a los que por cierto han votado un buen puñado de cartageneros que año y medio después tienen menos servicios públicos, más pobreza, empleo precario, tremenda contaminación. También mucha propaganda rancia que ensucia la convivencia.
Veamos, la Residencia Municipal Universitaria se reabrió para acoger a los refugiados de la guerra de Ucrania, que ya marcharon. Ahora hay personas de diez nacionalidades diferentes. Vienen de hambrunas, de otras guerras largas y crueles pero que por lo que todos sabemos no interesan. Solicitar asilo es una palabra mayor, un trámite complicado del que el Estado se encarga a través de equipos de profesionales. Y bueno, resulta pueril esa cruzada ultra contra las oenegés que ha calado en la gente de la calle, como pasó cuando el papa Urbano, para conseguir tierras y dinero, dijo aquello de Dios lo quiso. Y Europa se llenó de sangre y de rencor.
Recordé eso el otro día, cuando una mujer se hizo a un lado con asco para no rozarse con la joven marroquí que llevaba a su niña tetrapléjica en silleta. Maruja, que es su nombre, racista, ultra confesa, tiene el orgullo suicida de los que buscan la catástrofe. Pensé también en Saladino, cuando acuñó el primer zasca, Insalla’h (Dios lo quiso) sobre la Jerusalén conquistada, a aquel occidente hecho una ruina. Dedicado a todas las Marujas (que no Charos) irresponsables y fascistas, las que pisan despacho y las que no. La Historia sería mucho más limpia sin vuestra prescindible presencia.
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