Con el debido respeto a la tradición, la veneración incondicional a la música clásica, la admiración a todos los artistas anónimos o famosos y a los precarios en especial, en un día como hoy conviene recordar que en Murcia se toca el exquisito Concierto de Año Nuevo y que irremediablemente terminará con el espantoso palmoteo del final. Esto quiere decir que la Marcha Radetzky es una pieza entrañable, para algunos, magistral, siempre festiva, que, en cualquier caso, no merece semejante falta de respeto.
No sabemos qué cosas hicieron los ilustres que nombran nuestras calles y plazas, quizá ignoramos historia suficiente para poner nombre al origen de lo que nos enseñaron, así que no vale echarle la culpa a la última que ha llegado, la Inteligencia Artificial. Llevamos mucho tiempo haciendo palmas por inercia. Pero si, por ejemplo, preguntamos a la IA por la pieza más famosa del concierto sabremos que Radetzky fue un mariscal austríaco con honores, herido siete veces en batallas y que perdió nueve caballos en combate. La famosa marcha es un himno en Austria y la Orquesta Sinfónica de Viena le devolvió hace solo cinco años su melodía original.
Porque el Concierto de Año Nuevo es idea de un famoso nazi algo melómano y muy criminal, al que no voy a nombrar, ya que en su época hizo demasiada propaganda. Nació como homenaje a las provincias orientales del III Reich, es decir, las que los alemanes se habían anexionado por la cara. La obra de Johann Strauss padre fue retocada por encargo por un músico del régimen que por lo visto debió de pasarse de corcheas con el soniquete marcial. Aun así, el público no sólo bracea, sino que en pleno éxtasis a veces también sigue el ritmo con los pies bajo las butacas. Si esto no se corta a tiempo, que vamos tarde, los espíritus de la familia Strauss al completo harán algún día un buen Poltergeist.
Nada que objetar al compás binario, ni al recuerdo de la atmósfera vienesa, al espíritu familiar y solidario del concierto, ni al lánguido ectoplasma de Sissí. Siempre es una fantástica noticia que los conciertos llenen, que los auditorios se inflamen de bullicio y alegría, que el gobierno autónomo pague mejor y con puntualidad a la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia, que, como todo lo que huele a cultura en la mejor tierra del mundo, tiene una dimensión épica.
Tampoco pongo un pero a que un público, el que sea, decida escuchar un estupendo repertorio, formar parte un club selecto, adorar, porque es muy adorable, la cadencia magnética del vals. Solo es que el palmoteo mecánico no deja escuchar la música. Cuando el telón se abre, los teléfonos móviles se apagan, por lo tanto, también debería ser silenciada tan entusiasta bronca palmera.
La inercia ha sido siempre, pero lo es mucho más aquí y ahora, una posición que abre puertas a las cosas que no tienen que pasar y cierra aquellas que dejan entrar el aire. En su maravillosa novela 'La Marcha Radetzky', Joseph Roth escribió, con ácido sentido del humor, cómo la euforia sumisa de las buenas intenciones llevó a una familia, los Trotta, y a un imperio, hasta el declive total. Nuestra decadencia empezó cuando los centros comerciales se convirtieron en lugares de ocio, y las bibliotecas, cines, museos y teatros, en un destino residual. Cuando los que se hicieron ricos cortaban la cinta inaugural también se hicieron muchas palmas.
Mañana los Reyes Magos de Oriente desembarcan en el puerto de Cartagena. Si a Baltasar no lo detiene el gobierno local por ser negro e ilegal, les pediré algunos deseos. Uno de ellos, que las orquestas puedan tocar en el Teatro Circo y el Cine Central, cerrados los dos sine die, tras la calamitosa gestión municipal. Que vuelva el cine al centro, los espectáculos, el arte, la vida cultural que tan poco les importa, porque de ahí no llegan votos para el imperio de las lechugas, el purín sagrado o lo que intoxique más. Strauss padre no quería un palmoteo atronador. Le hubiera gustado, estoy segura, el aplauso firme, elegante y lento que premia el final de una obra bien hecha.
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